En busca de una estrategia oriental
Se impone salir de un modelo de creación de riqueza que se agotó y encontrar uno nuevo
Si se usara –livianamente– una comparación futbolera, se podría decir que la estrategia uruguaya de país es el catenaccio, la defensa a ultranza amontonando jugadores en torno al área para evitar los goles confiando en que alguna escapada heroica permitirá marcar un tanto, con suerte.
Así, los resultados dependen de los vientos de cola o de frente, del precio de las commodities, de que la carne no termine siendo rechazada a escupitajos como los tapados de piel, de la suerte, de lo que se le antoje hacer a UPM, de que Bolsonaro no se corte solo o de que Alberto Fernández no se transmute en Cristina, como fatalmente ocurrirá.
Con ese estilo de juego, logró minimizar su industria bancaria, la construcción, la inversión y el turismo, por fallas propias o por razones exógenas. Consecuencias del catenaccio. “Es lo que hay”, se dice un minuto antes de recurrir al endeudamiento, al impuestazo, a la inflación. Al achique.
La respuesta a este tipo de planteo suele ser que Uruguay es un país pequeño y no puede hacer algo distinto, que siempre el mundo necesitará comida, que no se puede competir en valor agregado por la escala y el costo-país, y por supuesto, que siempre “se salió” con un poquito más de cada cosa: impuestos, devaluación, gasto del estado, inflación, deuda y suerte.
Eso puede estar cambiando. Los ataques furiosos contra la polución, los cultivos, la alimentación tradicional, con o sin causa real, pone límites a la inversión global e invade la política y las decisiones de los gobiernos y los votantes. Y también cambiará a mediano plazo la demanda. El fracking, por caso, podría dejar de ser negocio en poco tiempo. El oportunismo amazónico de Francia para escurrirse del tratado light entre la UE y el Mercosur no es un hecho aislado.
Aún cuando la idea sea manotear cada vez más las ganancias de algunos –o sus ahorros, como proponen los políticos amigos de lo ajeno– para repartir entre una población comparativamente pequeña, pero muy grande comparada con los recursos, el modelo se agota en cuanto se proyecta a pocos años.
El viejo socialismo manso oriental hizo lo que hace siempre el colectivismo: convencer a los individuos de su desprotección, meterles miedo a competir, hacerlos depender del estado para ser protegidos de supuestos enemigos, perder la confianza en ellos mismos. Basta escuchar los discursos del PIT-CNT para comprenderlo, y también para adivinar el resultado del metafórico match al que se aludía al comienzo de esa nota. El término proteccionismo, veneno para el bienestar y el crecimiento, se aplica tanto a los sindicatos como a los empresarios. Es igual de dañino. Y es sicológico, más que económico.
Y ese es el mayor problema a vencer. La principal estrategia por aplicar. Recuperar la confianza en la propia capacidad y en las propias fuerzas. Para poder salir del candado del pasado, de un modelo que ya no sirve. Y ser capaces de saltear etapas, como han hecho países en peor situación y con menos posibilidades y recursos. Saltar de la carreta al dron, sin pasar por el tren (costosa pero pertinente metáfora).
Va un ejemplo. La salud es la mayor preocupación del futuro, sin discusión. Junto con la educación. Y en ambos casos, la especialización es prioritaria. Al mismo tiempo, ambas disciplinas pueden ser excelentes negocios. Imagínese entonces que se promueve la creación de dos o tres universidades privadas de alto nivel que se especialice en ciencias médicas y conexas. Con docentes internacionales y currículos exigentes, que aspiren a ser un polo de atracción para estudiantes internacionales en español.
Coordinadamente, imagínese que se promueve la instalación de clínicas privadas especializadas de alta complejidad, que interactuarán con las universidades. Un Houston sudamericano, o un Houston en Sudamérica, mejor. También con profesionales prestigiosos internacionales, que formarán inevitablemente profesionales locales.
Como parte esencial del proyecto, sáquese completamente del medio al estado. Aplíquese el mismo régimen de bondad impositiva que se usó para UPM, pero de modo transparente y público. Ni siquiera hace falta un llamado internacional a licitación, como hacen los burócratas cuando quieren parecer serios. Simplemente tirar la pelota a la cancha y salir a vender la idea.
Ahora imagínese que Punta del Este, hoy 9 meses vacía, se transformase con este plan en una ciudad universitaria y de hospitales privados con prestigio internacional. Sin contar todas las actividades conexas, desde terapias auxiliares hasta centro de conferencias de la especialidad. Una ciudad-campus de conocimiento médico ya construida. ¿Cuántos puestos calificados de trabajo se crearían? Varias veces los que supuestamente creará la subsidiada UPM, y más duraderos.
El lector puede pensar que se trata de un dislate. Pero Cuba tiene fuertes ingresos con mucho menos que esto, y recibe cientos de miles de pacientes para tratamientos mediocres, no como los que se proponen. Los uruguayos pueden hacerlo mucho mejor. Sólo tienen que animarse.
Imagínese ahora el estímulo educativo y laboral que semejante iniciativa tendría. Y si además de este simple ejemplo se aplicase el criterio a otras actividades que serán el futuro, y que no necesariamente se basará en vender programación, muchas veces una tarea precaria.
Obviamente, el secreto es que el estado no intente participar, ni regular, ni licitar. Lo único que debe hacer es desgravar, publicitar, ayudar a vender las ideas en el mundo, destrabar, hacer que el ciudadano recupere la confianza en sí mismo, que el propio estado le ayudó a perder.
Con esta idea o con otras, algunos exitosas, otras no, se puede cambiar el modelo. O el estilo. Mas Suárez, menos Godín. Con perdón del Faraón
Diario EL OBSERVADOR - Montevideo - URUGUAY - 10 setiembre 2019