China devasta bosques en otros países mientras protege sus propios árboles
Las importaciones de madera de la potencia asiática alcanzaron los US$ 23.000 millones en 2017, su nivel más alto de toda la historia
Desde el macizo de Altái hasta la costa del Pacífico, la explotación forestal está devastando los exuberantes bosques de Rusia, dejando grandes extensiones de tierra herida salpicada con tocones moribundos.
Para muchos rusos, no hay duda de que el responsable es China.
Desde que China comenzó a restringir la explotación comercial de sus propios bosques naturales hace dos décadas, ha recurrido a Rusia cada vez con mayor frecuencia y en 2017 importó enormes cantidades de madera para satisfacer la voracidad de sus empresas constructoras y sus fabricantes de muebles.
“En Siberia, la gente sabe que necesita sus bosques para sobrevivir”, comentó Eugene Simonov, un ambientalista que ha estudiado el efecto de la explotación forestal comercial en el extremo oriente de Rusia. “Además saben que ahora les están robando sus bosques”.
Rusia también ha sido una colaboradora voluntaria vendiéndole a las empresas chinas los derechos de explotación de bosques a bajo costo y, según los críticos, haciéndose de la vista gorda ante la explotación forestal que rebasa lo que está permitido legalmente.
La demanda de China también está desmantelando los bosques de otros lugares: desde Perú hasta Papúa Nueva Guinea, y desde Mozambique hasta Birmania.
Al mismo tiempo, China está protegiendo sus propios bosques.
Hace dos décadas, la preocupación por las montañas deforestadas, los ríos contaminados y las inundaciones devastadoras a lo largo del río Yangtsé que solo empeoran debido al daño de sus vertientes impulsó al gobierno comunista a empezar a restringir la explotación forestal comercial en los bosques del país.
Sin embargo, la demanda de madera del país no disminuyó ni tampoco la demanda mundial de madera contrachapada y muebles, los principales productos de madera que China fabrica y exporta.
Una cosa es que la demanda china apabulle a los países pequeños y necesitados de dinero, pero otra es que acabe con los recursos de un país lejano y más grande, el cual se considera una superpotencia y un socio estratégico de China.
En cambio, el intercambio comercial ha puesto de manifiesto la excesiva dependencia que tiene Rusia de los recursos naturales y ha provocado un rechazo popular que tensa las relaciones cordiales entre los dos dirigentes de estos países, Vladimir Putin y Xi Jinping.
Han surgido protestas en muchas ciudades. Los miembros de la Cámara Alta del Parlamento ruso han arremetido contra los funcionarios por ignorar el daño ambiental en Siberia y en el extremo oriente. Los residentes y ambientalistas se quejan de que la explotación forestal está arruinando las cuencas de Rusia y destruyendo el hábitat del tigre siberiano y el leopardo del Amur, ambos en peligro de extinción. “Lo que estamos haciendo ahora en Siberia y en el extremo oriente es destruir lo que queda de los paisajes boscosos íntegros originales”, señaló Nikolay M. Shmatkov, director del programa forestal del Fondo Mundial para la Naturaleza en Rusia. Dicho grupo ha documentado, mediante imágenes satelitales, la destrucción durante un periodo que coincide con el auge de la explotación forestal a manos de China en este país.“No es sustentable”, afirmó.
No quedará nada
La asombrosa transformación económica de China durante las últimas cuatro décadas ha impulsado su demanda. Actualmente es el importador más grande de madera del mundo. (Estados Unidos es el segundo). También es el exportador más grande, después de convertir gran parte de la madera que importa en productos destinados a las tiendas de Home Depot e Ikea de todo el mundo.
Según el Global Trade Atlas de IHS Markit, el valor total de las importaciones de madera de China —troncos, tablones o pulpa de celulosa— ha incrementado más de diez veces desde que China empezó a restringir la explotación forestal en el país en 1998 y llegó a US$ 23.000 millones en 2017, el más alto de toda la historia.
El gobierno amplió una prohibición regional al resto del país a finales de 2016. Ahora permite la explotación forestal comercial solo en los bosques que se han reforestado, política que, según los ambientalistas, deberían emular otros países. El problema es que muchos no lo han hecho, y las empresas chinas han aprovechado estas oportunidades.
Según un informe de Vita Spivak, investigadora sobre China en el Carnegie Moscow Center, en la actualidad trabajan más de 500 empresas en Rusia, frecuentemente con socios rusos. Hubo una época en la que Rusia casi no le proporcionaba madera a China; ahora representa más del veinte por ciento del valor de las importaciones de China.
“Si vienen los chinos, no quedará nada”, comentó a un canal de televisión Marina Volobuyeva, residente de la región de Zamensky al sur del lago Baikal, después de que una empresa china garantizó un arrendamiento por 49 años para explotar los bosques de esa zona.
Rusia vende esas concesiones de explotación forestal a precios que varían según la región y el tipo de madera, pero, en promedio, cuestan aproximadamente US$ 2 por hectárea al año, de acuerdo con Shmatkov del Fondo Mundial para la Naturaleza. Es un costo mucho menor que en otros países.
En 2017, China importó de Rusia casi 200 millones de metros cúbicos de madera.
Artyom Lukin, profesor de Estudios Internacionales en la Universidad Federal del Extremo Oriente en Vladivostok, observó que la corrupción del gobierno, la delincuencia y la falta de desarrollo económico en Siberia y en el extremo oriente también han empeorado la crisis.
“En muchas zonas rurales del extremo oriente de Rusia y en Siberia, hay pocas formas alternativas de ganar dinero, o de ganarse la vida, además de desmantelar los recursos naturales de los extensos bosques circundantes”, señaló.
Transformado por la madera
Sin embargo, para China este comercio ha sido una bendición.
Gran parte de la madera procedente de Rusia cruza la frontera en Manzhouli, un antiguo asentamiento nómada que se convirtió en un entronque del tren transiberiano a principios del siglo XX. El comercio ha transformado lo que alguna vez fue un pueblo fronterizo adormecido en uno de los principales centros de procesamiento y producción de madera de China.
En las dos últimas décadas, han surgido más de 120 aserraderos y fábricas. Procesan madera en bruto o aserrada para convertirla en pulpa de celulosa, y fabrican paneles enchapados, puertas de madera laminada, marcos de ventanas y muebles.
El trabajo de Zhu Xiuhua ha determinado el giro del intercambio comercial ruso.
Zhu, ahora de 50 años, se mudó a Manzhouli cuando China comenzó a restringir la explotación de los bosques. Comenzó a gestionar las importaciones procedentes de Rusia, posteriormente en 2002 empezó a tramitar los derechos para explotar directamente los bosques rusos. Cuatro años después, fundó la empresa que posee actualmente, Inner Mongolia Kaisheng Group, una de las más grandes de la ciudad.
Ahora Zhu controla tres fábricas en Manzhouli, así como las concesiones para explotar 0,70 millones de hectáreas de bosques rusos cerca de Bratsk, una ciudad que está junto al lago Baikal, y para transportar la mercancía a China. “Crecemos año tras año”, comentó.
Al ser presionada, se rehusó a hablar detalladamente de las concesiones, pero de acuerdo con la página web de la empresa, para 2015, había invertido veinte millones de dólares en Rusia. La agencia oficial de noticias Xinhua del gobierno de China calculó que los activos del consorcio ascendieron a US$ 150 millones en 2017.
El lavado de madera
Existen protocolos internacionales que tienen como objetivo controlar en dónde y qué tipo de árboles son explotados, y Estados Unidos amplió la Ley Lacey en 2008 para prohibir la importación de madera obtenida de manera ilegal en cualquier lugar, pero es difícil aplicar estas normas. l
Las protestas se expanden por toda Siberia
Las protestas contra la explotación de los bosques —y, principalmente, por parte de China— han estallado por todo Siberia y el extremo oriente de Rusia. Han avivado las tensiones étnicas a lo largo de una frontera de más de 4.000 kilómetros entre los rusos y los chinos que durante mucho tiempo se habían tenido desconfianza surgida de sus diferencias políticas y culturales.
Una protesta del pasado mayo en Ulan Ude, una capital regional cerca del lago Baikal, derivó en enfrentamientos con la policía y ocho arrestos. “Detengan la deforestación brutal”, se leía en un cartel
Diario EL OBSERVADOR -Montevideo - URUGUAY -12 abril 2019