Monte IndigenaEl ‘monte indígena’ en Uruguay

“Monte indígena” es la denominación genérica con que se designa a cuatro grandes formas de monte nativo asociados a recursos hídricos y a la propia pradera uruguaya. Su implantación, grado de conservación y devastación es objeto de tratamiento en este artículo.

 (basado en publicaciones del Grupo Guayubira)

Llanuras y penillanuras

Las características hídricas de Uruguay, asociadas a la presencia de llanuras, penillanuras y abundantes cursos de agua. Esas particularidades orográficas caracterizan al territorio de Uruguay y dan cuenta de las peculiaridades de su fauna y su flora, ricas en praderas y montes ribereños. Este tipo de biotipos es posible por el abundante flujo hídrico, que riega casi todas las regiones del hábitat uruguayo y de sus zonas colindantes (particularmente en la margen occidental del río Uruguay.

Es preciso diferencias no obstante llanuras de penillanuras. La llanura es por lo general una superficie lisa y con pequeñas ondulaciones. También como norma se encuentra por debajo del nivel del mar (aproximadamente 200 metros) y es abundante en valles que, sin tener la importancia económica que poseen en zonas montañosas, aportan fertilidad y diversidad biológica a la llanura.

La penillanura se asemeja a la llanura en la uniformidad de su superficie, pero es el producto de una prolongada erosión de zonas primitivamente más elevadas en las cuales los cursos de agua están prácticamente encajonados en cauces de origen sedimentario. Los mismos, en Uruguay provienen fundamentalmente del río Uruguay.

El monte ribereño

A lo largo de esos cursos de agua diseminados por todo el territorio se extiende el monte ribereño (o ‘monte galería’), que no sólo es la mayor área boscosa del país, sino que es la que alberga la mayor diversidad de especies vegetales y animales.

Este tipo de vegetación no es propia únicamente de los grandes caudales de agua, sino que se desarrolla en los espejos de agua que conforman las lagunas y las islas de sus afluentes. Son definidamente especies de agua dulce, por lo que cuando los cauces hídricos (particularmente los del sur) desembocan en el mar la vegetación (sobre todo la arbórea) va disminuyendo por la alcalinidad, hasta desaparecer.

El ancho del monte ribereño guarda relación con las características del terreno y se diferencia según la orografía de llanura y penillanura que mencionamos antes. Los montes ubicados a la vera de cursos de aguas que se ubican en llanuras, y que por su naturaleza son fácilmente inundables (como, por ejemplo, el Río Negro y el Cebollatí) tienen un ancho de cientos de metros, en tanto los montes propios de cursos de agua encajonados en penillanuras suelen tener menos de cien metros y ser menos propicios a las grandes inundaciones.

El ancho de los montes se incrementa también en los sitios donde se intersectan los cursos de agua, siendo característica la unión de los ríos Queguay Grande y Queguay Chico, donde pese a que los cursos de agua no tienen el caudal de otros ríos o afluentes, en el Rincón de los Gauchos, se extiende uno de los montes ribereños más grandes del país.

No son solamente las características del terreno las que determinan los tipos de especies vegetales y animales, existiendo una marcada diferencia entre los montes ribereños del noreste y noroeste y los del centro y sur del país. En los primeros, son abundantes las especies vegetales de gran porte y una fauna más diversa y abundante, colindante con la del sur de Brasil, que alcanzan el límite sur de su dispersión. Por lo tanto, también gravitan en el desarrollo del ecosistema ribereño razones demográficas, en la medida que la presencia humana es menor que en los territorios del centro y del sur del país.

La vegetación arbórea y arbustiva de estos montes sigue patrones propios de acuerdo con las necesidades hídricas de cada especie, a lo que se agregan las necesidades de determinados tipos de suelo (edáficas) y lumínicas.

La simetría de las franjas del ribereño le aporta un excepcional interés paisajístico, ya que se disponen en tres franjas bien definidas, paralelas a los cursos de agua. Junto al margen de los mismos se ubican las especies con mayor requerimiento de agua, entre las que se pueden contar los sauces, los sarandíes y los mataojos. Además de que su proximidad e incluso inmersión en el agua es requisito imprescindible para su existencia, esta flora interactúa con el curso de agua, protegiendo sus márgenes de la erosión, dándoles consistencia con sus raíces y obrando con su ramaje como contención para las inundaciones. Operan también sobre el caudal del cauce (particularmente los sarandíes) contribuyendo a disminuir la velocidad con la que discurre el agua, preservando de esa manera el estado de conservación de la cuenca.

En la franja intermedia del monte se ubican especies que no tienen tantos requerimientos hídricos, pero que por su morfología no se adaptan a la sequía o a condiciones extremas de temperatura. Requieren de luminosidad, la que logran ocupando un lugar intermedio entre las especias dependientes del agua, como las mencionadas y las que se ubican en el borde exterior del monte, que están mejor adaptadas para resistir las temperaturas extremas, el rigor del viento y un nivel elevado de luminosidad. En esa franja intermedia se encuentran las especies de mayor porte, tales como el tarumán, la azoita, los laureles, el tarumán y el temberatí, entre otras.

En la franja externa que, de alguna manera, soporta las inclemencias de la transición a la pradera, se encuentran especies adaptables a las mismas como los molles, las arueras y los canelones.

Esa simetría de las tres franjas paralelas al cauce del río se ha visto alterada por actividades humanas, como la tala indiscriminada, o la destrucción del monte ribereño para dedicar parte de su superficie a actividades agrícolas y de pastoreo. El resultado inmediato es la erosión de las barrancas, determinando la desaparición de las especies que operaban como barreras para las inundaciones y moderaban el cauce del curso de agua. Lo propio ha sucedido con la franja externa, proveedora de lo que se denomina ‘leña de monte’, por lo que las especies que dentro del plan de naturaleza ocupaban la franja intermedia, han pasado a constituir la franja externa, siendo el único vestigio, en algunos casos, de los montes ribereños primitivos.

Es preciso acotar que a pesar de ser el monte ribereño el de mayor importancia para el ecosistema, no es el único existente. La clasificación más aceptada distingue entre montes ribereños, serranos, de quebrada y montede parque.

El monte serrano

En términos de extensión, el monte serrano es la segunda formación boscosa de importancia en el país. Es una formación que está asentada en áreas pedregosas, como sierras, cerros y prominencias que por lo común se asocian a cursos de agua y manantiales.

Es un tipo de monte sumamente susceptible a su modificación por la acción humana y se caracteriza por una vegetación alta en las faldas, que va disminuyendo en porte a medida que asciende, sustituyendo la flora arbórea por arbustos y en la cima por vegetación herbácea. El hecho de que se le visualice como monte bajo, no tiene que ver con características intrínsecas del monte sino de la tala (en general ilegal) realizada en las zonas bajas. Este tipo de monte cumple una función primordial en la conservación de las cuencas hídricas, dado que se ubica en las nacientes de prácticamente todos los cursos de agua que tienen su origen en nuestro territorio. Siendo que a su vez se desarrolla sobre suelos con pendientes pronunciadas, su presencia es vital para evitar la erosión. Pese a ello, la superficie ocupada por el monte serrano ha disminuido sensiblemente, habiendo siendo sustituido o por praderas (salpicadas de los pocos árboles que lograron sobrevivir) o por plantaciones de eucaliptos que afectan negativamente el funcionamiento hidrológico de las cuencas.

Pero el monte serrano no sólo ha disminuido sustancialmente en superficie, sino que además ha sido profundamente modificado en cuanto a su composición de especies vegetales. Ambos procesos (disminución en superficie y en especies) han generado a su vez graves impactos sobre las especies de fauna que de él dependen. En la primera mitad del siglo XX, se podía transitar a caballo entre los senderos abiertos entre los árboles del monte bajo de los cerros, como por ejemplo, el conocido Pan de Azúcar. Pero algunas de las especies características del monte serrano son sumamente apreciadas por los depredadores, en particular la coronilla, el guayabo colorado, el molle o el palo de fierro. Sin el menor respeto por lo que constituye un ecosistema armonioso, se talan esas especies y se desprecian aquellas que no se consideran aptas para la combustión, como las palmas, lo ombúes o los canelones. Otras especies se salvan de la tala por sus cualidades alérgicas, como es el caso de la aruera y otros son arbustos sin valor para el acopio de leña, como la espina de la cruz, el romerillo o la congorosa. La resultante de esto es un monte empobrecido en especies vegetales y, consiguientemente, en la diversidad de la fauna, incapaz de sobrevivir en un ecosistema devastado.

No obstante, en algunos lugares en los que por alguna razón, la devastación humana y la presión ganadera cesan, comienzan a reaparecer flora y fauna casi extinguidas y se incrementan las poblaciones de animales que habían desaparecido del territorio, como es el guazubirá.

El monte de quebrada

El tercer rango, en materia de escala, lo ocupa el monte de quebrada, que es propio de accidentes topográficos con condiciones de alta humedad, suelos sueltos, bien drenados y humíferos. Su localización geográfica se da en una línea que, partiendo del norte se extiende hacia el sureste. El relativo aislamiento del monte de quebrada lo convierte en un microclima que se ve potenciado por estar al abrigo de los vientos y poseer una temperatura constante, ambiente particularmente propicio para el desarrollo de una vegetación típicamente subtropical.

Se los puede definir como valles profundos excavados por cursos de agua, con paredes rocosas de pendiente muy pronunciada y, a veces, casi verticales. En esos microclimas nos encontramos con un tipo de monte con características propias. Los árboles son aquí mucho más altos y con mayores diámetros, pese a que en general se trata de las mismas especies que en otros tipos de montes. Pero en este entorno adquieren dimensiones menores a las que aquí alcanzan. Es así que se encuentran árboles de más de 20 metros de altura y diámetros que superan el metro. Su composición es también diferente, predominando varias especies de laureles, guaviyú, palo de jabón, azoitacabalho y guayabo, que taxonómicamente no difieren de las especies que se encuentran en todo el país, pero que tienen dimensiones mucho mayores.

Otra de las características del monte de quebrada es que la disposición horizontal en tres franjas que observamos en el monte ribereño da lugar aquí al escalonamiento de estratos en un plan vertical. En el superior se encuentran las especies de mayor porte, llegando a los 20 metros o más. El segundo estrato, en el plano inferior a este, está compuesto por especies de menor talla como, por ejemplo, el naranjil, el chal chal, el blanquillo, el naranjillo y el plumerillo. A nivel del suelo se hallan los helechos, destacándose el helecho gigante. Como nexo entre los tres estratos se encuentran plantas trepadoras y epífitas (plantas que utilizan a otras como soporte para su crecimiento, pero sin parasitarlas).

El monte de quebrada es el mejor conservado del país, debido en buena parte a su escabrosidad, a las dificultades que presenta para su explotación. Su único adversario puede ser el turismo, que por lo general no es depredador sino paisajístico, no sólo por su vegetación sino por la abundancia de cascadas y murallones de piedra construidos por la naturaleza.

El monte de parque

La cuarta formación de monte en el Uruguay es el llamado ‘monte de parque’, que es una formación típica de la cuenca del río Uruguay, que se extiende desde Artigas a Colonia. Se caracteriza por la presencia de especies arbóreas y arbustivas que se desarrollan dispersas en un tapiz vegetal de pradera. Se trata de un monte abierto natural y no una modificación que se haya introducido a la pradera.

Es una zona de amplio espectro extensivo, que se encuentra entre el monte ribereño y la pradera propiamente dicha. Está compuesto por numerosas especies, entre las que se encuentra el espinillo, el algarrobo y el ñandubay. Hacia el sur predomina el tala y otras especies leñosas, como la coronilla, el molle, el cina cina y el chañar. En suelos alcalinos se encuentra la palma caranday y el quebracho blanco, entre otras especies.

Es el tipo de monte más depredado y más expuesto. En buena medida por su extensión, por la tala que ha sufrido y por su supresión para dar lugar a cultivos agrícolas y ganaderos. El algarrobo y el ñandubay han sufrido particularmente por su utilización para postes de alambrado, construcciones rurales y la fabricación de parquets. También son especies excelentes para hacer carbón. Su desaparición queda disimulada por los cultivos agrícolas que se asientan sobre las especies suprimidas y por los espinillares que ocupan su lugar. De hecho, la desaparición del monte parque es una tragedia ecoambiental silenciosa y poco estentórea que, sin embargo, cambia radicalmente la naturaleza del campo uruguayo, proceso que se ve acelerado por el monocultivo y la forestación.

La necesidad del monte indígena

Estos cuatro tipos de monte son conocidos con el nombre genérico de ‘monte indígena’. No se trata simplemente de un conjunto indiferenciado de árboles y arbustos, sino un sistema complejo que conforma un ecosistema en el que interactúa una diversidad biológica que es resultado de millones de años de evolución y que opera como un conjunto armónico que actúa sobre el clima, los recursos hídricos, la flora, la fauna, los recursos alimenticios y todo aquello que compone un ecosistema.

Entre otras características de este ecosistema podemos mencionar el abastecimiento continuo de las fuentes subterráneas de agua, la conservación del cauce y las márgenes de ríos y arroyos, el hábitat que permite la preservación de especies de la fauna nativa, la retención del carbono de la atmosfera y su conservación para mitigar los perjuicios del efecto invernadero, su valor en términos de soberanía alimenticia, por su dotación de miel, carne, frutas y otros insumos, el valor medicinal e industrial de las especies que cobija.

Resumiéndolo en pocas palabras, la muerte del monte indígena es la muerte de un ecosistema, de una cultura ambiental y en definitiva, la muerte de una identidad que no puede prescindir de la naturaleza y de su intrínseca armonía para sobrevivir.

Grupo R Multimedio -Montevideo - URUGUAY - 21 Febrero 2022