ENTREVISTA
Pandemia, impacto y conciencia ambiental
No hay nada más poderoso que la opinión de la gente, como consumidores y votantes; los que al final del día deciden los cambios.
Los cambios de conducta de la población a nivel global y sus consecuencias radicales en la calidad del medio ambiente a causa de la pandemia serán transitorios, afirma el Ingeniero Agrónomo Walter Baethgen, aunque admite que puede ser el puntapié inicial para demandas por comportamientos más saludables.
El experto uruguayo, con doctorado y maestría en ciencias ambientales de cultivos y suelos, sostuvo que el impacto de que “el mundo haya bajado la llave” y eso se refleje en menor polución o mejor calidad del agua, no hace más que confirmar lo que los científicos afirman cada día. De todos modos, entiende que poco a poco el mayor desarrollo va acompañado de más conciencia y las exigencias de consumo incorporan cada vez más ese “sello”. En ese contexto, asegura que está la oportunidad de Uruguay. A quienes destacan la calidad ambiental de la que se goza en diferentes partes del mundo por esta coyuntura, “podemos decirle que se asemeja al estado natural” de nuestro país, subrayó. A continuación, un resumen de la entrevista.
—¿Encuentra alguna relación entre las amenazas medioambientales con que convivimos hoy y pandemias como la que estamos atravesando?
—Esas relaciones de causalidad son muy difíciles de establecer. Cuando leemos por ahí que se puede vincular directamente una cosa con la otra, no es muy serio. A su vez, la detención de actividades generó un alivio desde el punto de vista medioambiental, pero no será permanente, ni suficiente.
Pero pensemos un poco a la inversa. ¿Qué podemos aprender a partir de una situación como la que estamos viviendo? Hay cosas que pueden resultar de Perogrullo, pero que se confirman: los más afectados son los que ya eran vulnerables, por malnutrición, por hábitos de vida, ausencia de sistemas de salud pública adecuados, etc. Y la capacidad de tomar medidas a tiempo. Esas precondiciones son las que exponen más a determinados sectores de población, en Uruguay o en Estados Unidos. Cada vez que hay una crisis, nos vuelve a pegar la misma realidad.
Mi trabajo habitual es el de contribuir a los planes de desarrollo a los países con menos posibilidades. Desde ese punto de vista, no tiene sentido ponerse a pensar en el cambio climático en sí mismo, sino que, si queremos instaurar programas de desarrollo que sean sostenibles, debemos olvidarnos de las visiones unilaterales. La pandemia actual nos está pegando una cachetada: países que hacen las cosas bien en muchas áreas igual pueden verse afectados. Nueva York, donde vivo, es un ejemplo tremendo; no actuar en el momento indicado y no haber contado con apoyo federal determinó que la situación sea terrible. Por más que se trate de una comunidad rica, si no se actúa en clave de sostenibilidad, de disminuir los riesgos, de manejar las crisis, las consecuencias son tremendamente negativas.
—La paralización de actividades y el aislamiento social dejó en evidencia condiciones ambientales nunca vistas…
—Es notorio que la actividad económica bajó en forma drástica y por tanto hay una menor contaminación del aire. Esto refuerza, una vez más, que la contribución de la agricultura en lo que son las emisiones de gases de efecto invernadero no es la más importante. El 70% está vinculado con energía, el transporte o la producción industrial, que es lo que se ha detenido. Y no precisamos una pandemia para saber cuántas emisiones existen a nivel global y de dónde vienen. Hoy lo que tenemos es una foto de lo que evidentemente podía llegar a pasar: menor actividad, menor contaminación.
Lo sorprendente es como en tan poco tiempo se pudieron observar esos cambios. Como que el mundo bajó la llave en unas pocas semanas e impresiona cómo los cambios, por ejemplo, en calidad del aire, fueron visibles con tanta nitidez en unas muy pocas semanas. Son impactantes las imágenes de la transparencia del agua en los canales de Venecia o las fotos satelitales de la atmósfera en China. Nunca hubiéramos podido imaginarnos esto, no porque pensáramos que la consecuencia de menor actividad productiva, transporte, etc., podía ser diferente, sino por lo rápido que se dio y con imágenes que vuelven muy fácil comprender el fenómeno para cualquiera. Al mismo tiempo, a los científicos les permitió comprobar que sus estimaciones guardan una directa relación con la realidad.
—¿Esto tendrá alguna consecuencia sostenida en el comportamiento?
—Dudo mucho que cambie los hábitos permanentemente. Más allá de que nos impresionemos y hasta nos planteemos cuán responsables somos de la mala calidad del aire, por ejemplo.
Este va a ser un fenómeno que se estudiará muchos años. Y quizás podamos tener un efecto de shock, desde el punto de vista de ser menos dañinos con el planeta, que no dure mucho tiempo. Pero es valioso que genere un poco más de conciencia. No hay nada más poderoso que la opinión de la gente, que son consumidores y votantes. Los que al final del día, deciden.
Que los cambios se concreten va a depender de la presión social, de cuánto somos capaz de cambiar y exigir cambios, en un balance entre lo que deseamos y lo posible, porque tampoco podemos desconocer que también tenemos una gran crisis económica causada por esa parálisis mundial.
Podemos ver que las cumbres de naciones unidas pueden hacer el esfuerzo por impulsar los cambios, pero estos vendrán desde adentro de los países. En un país como Estados Unidos, donde se pasó de un Barack Obama comprometido con los cambios ambientales a Donald Trump que desconoce esos problemas, sin embargo, hay estados que van en otra dirección. California y Nueva York se alinean con los postulados de la ONU, porque sus habitantes se inclinaron por votar a quienes defienden esos intereses. Los cambios están en cuán conscientes seamos.
—Se ha repetido en estos meses de crisis que “el mundo cruje porque consumimos solo lo que necesitamos…”
—Es impresionante, sí, pero no es una situación sostenible. Hay una cantidad de actividades económicas que dependen de cosas que no son de primera necesidad y que van a volver, porque igual las consumimos y porque el mundo también gira en torno a ellas. Y porque nos gustan, como todo aquello relacionado con el esparcimiento.
El extremo es el hiperconsumo, con todo un aparato diseñado para hacernos creer que lo necesitamos. Esto podría llevarnos a hacer una evaluación acerca de si eso es lo que está bien y quizás modifiquemos alguna conducta, pero no sobre la base que lo ideal es lo que tenemos ahora, pandemia mediante.
No soy optimista. El nivel de sofisticación que existe para generar esa sensación de necesidad es tal, que apenas comencemos a volver a la normalidad, vamos a pensar a demandar aquello que inclusive, creemos que “es necesario”.
—Lo mismo se plantea en torno a la forma en que nos alimentamos y producimos los alimentos…
—Si hay quienes piensan que deberíamos volver a los sistemas de alimentación prístina, basados exclusivamente en lo que la naturaleza nos da, alguien va a tener que definir qué miles de millones de personas morirán por falta de alimentos, porque no dará para todos.
—¿En qué aspectos cree que este cambio coyuntural nos puede llevar a aspirar a “no volver a lo anterior?
—Pensemos en los habitantes de Santiago de Chile, generalmente afectados por una mala calidad del aire. Hoy deben andar de barbijo por la pandemia, pero seguramente las condiciones atmosféricas durante estas semanas de escasa actividad han sido sustancialmente mejores a lo habitual. Podría ser que se planteara, ante esta realidad, la inquietud de decir “quiero vivir con aire más limpio, como ahora” y eso genere una presión social en ese sentido. Quizás se debata con mayor ímpetu sobre las formas en que pueden hacerse mejor los procesos de producción, el transporte, etc., con la aspiración de conservar algo de ese ambiente más limpio. ¿Cuánto cambio real quedará?, no lo sé.
—¿Necesariamente el mayor desarrollo debe ir ligado a ocasionar mayores daños en el planeta?
—Desde el punto de vista del desarrollo, en los últimos 100 años el mundo está infinitamente mejor. Podemos verlo por esperanza de vida, entre otros muchos indicadores. Se supone que, en 2030, el 80% de la población del mundo será clase media. En la medida en que las sociedades van saliendo de situación de pobreza, de inseguridad alimentaria, empiezan a cambiar mucho los hábitos de consumo. Veamos lo que ha ocurrido en China en las últimas décadas. Cuando hay inseguridad alimentaria, lo importante es poder alimentarse; una vez que se logra subir un escalón, vamos hacia la incorporación de otros alimentos, como proteína animal. Después, comienzan a preocuparse por la calidad de lo que comen. Asimismo, sociedades con mejor contexto socioeconómico, y sobre todo a impulso de los jóvenes, se preguntan qué impacto en el medio ambiente tiene la producción de ese alimento que va a consumir.
Por tanto, ese mayor desarrollo de la humanidad trae mayor conciencia. Esto no existía hace 50 años. Y ya que hablamos de ello, por sus sistemas de producción natural, Uruguay tiene todo para ganar en un mundo cada vez más exigente desde el punto de vista ambiental. Por tanto, cuando el mundo se sorprende porque la pandemia expone la otra foto, la de las condiciones naturales que se reinstalan ante menos polución y contaminación del aire y del agua, Uruguay puede decir que esas condiciones se asemejan a su estado natural.