El gobierno defendió la “oportunidad de hacer alguna cosa diferente” ante temor por “nuevo paradigma” que trae UPM 2
Una decena de vagones cargados de troncos avanza dejando atrás la vía de tren de Kemijärvi, un pueblo finlandés que durante tres décadas albergó una planta de celulosa, hasta su cierre y demolición en 2008. Con esa escena termina el documental Pulp Friction, que cuenta otra historia similar, en Terrace Bay (Canadá) y deja planteada la incertidumbre sobre el futuro de Fray Bentos, a partir de la puesta en marcha de la ex-Botnia (hoy UPM) hace más de 10 años.
En el audiovisual, Diego Piñeiro —ingeniero agrónomo, doctor en Sociología y exdecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Udelar)— plantea que el futuro de la capital de Río Negro “no está asegurado” porque no se sabe “qué va a pasar” cuando una nueva tecnología vuelva obsoleta la actual fábrica de celulosa.
El debate sobre cómo aprovechar mejor la inversión en su segunda planta en Uruguay, confirmada recientemente por UPM, fue planteado en las Primeras Jornadas Académicas de Desarrollo, organizadas la semana pasada por la Udelar junto a la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) en Montevideo y en Salto.
En el último panel del jueves 1º, sobre transformación productiva y sustentabilidad ambiental, la investigadora Lucía Pittaluga habló sobre el desafío que las políticas públicas tienen por delante para responder si Uruguay puede aspirar a otra cosa que ser “solamente” un proveedor de biomasa para ese tipo de proyecto.
“UPM es una cadena global de valor y moldea la futura bioeconomía de Uruguay. Tiene una concentración de la tierra forestal brutal. La diferencia entre Uruguay y Finlandia es que allá los bosques no están concentrados, hay pequeños productores que son los dueños. En Uruguay, Argentina, Chile, Brasil, el modelo de integración es vertical: quien decide qué se hace con los bosques es la industria. Entonces, ahí hay un margen de maniobra que se perdió”, comentó esa exasesora del Ministerio de Industria y de la OPP. Y prosiguió: “Por tanto, hay que pensar cuáles son las políticas que hay que hacer desde el Estado, y si son las correctas para moldear la bioeconomía de la biomasa forestal. ¿Hemos generado suficiente conocimiento? El centro de bioeconomía cofinanciado entre UPM y el Estado en Uruguay, ¿es suficiente? Son preguntas que hay que contestar”.
Para Pittaluga, en este ciclo productivo hay algo diferente que en los anteriores, que puede jugar a favor de las economías en desarrollo: “La biomasa es estratégica y nosotros la tenemos. Depende de nosotros qué queramos hacer con la biomasa”.
Incitando al auditorio —entre los que se encontraban varios académicos, como el exrector de la Udelar Rodrigo Arocena y el director de la OPP, Álvaro García— Pittaluga aludió al documental Pulp Friction, que muestra el fin de la prosperidad económica y social que la retirada de las plantas de celulosa dejó en los pueblos donde funcionaban. “Mientras estén, hagamos todo lo posible para generar valor, para que cuando se vayan no nos quedemos desproveídos”, señaló.
Biomasa y la “ventaja competitiva”
Con ese final provocador, la ronda de preguntas se abrió y derivó en algo más parecido a un espacio de reflexión y debate.
“Me da un poco de miedo el optimismo —un poco exagerado— sobre el tema de las cadenas de valor y junto a este nuevo cambio de paradigma”, planteó Adrián Rodríguez, especialista en desarrollo territorial de la Udelar. Explicó que los sistemas productivos integrados a escala global maximizan su resultado en función de ciertos valores que “no necesariamente” son los que tienen los proyectos colectivos de las sociedades donde operan. Y consideró que si en esos modelos de producción no se integra la sociedad civil, con pequeñas y medianas empresas, y muchos otros agentes, “siempre” estará la “tensión del sur y el norte, los de arriba y los de abajo” en relación con los que tienen mano de obra o materia prima versus los que disponen de tecnología y capital.
El director de OPP pidió la palabra. “No subestimo la historia ni la relación norte-sur, pero sí planteo que si existe alguna oportunidad de hacer alguna cosa diferente, es el momento. (…) Lo mejor de todo es que no tenemos otra chance que hacerlo. (…) Resulta fundamental ver la producción y lo ambiental y social. No podemos mirar una pata sola”.
García, uno de los funcionarios que lideró las negociaciones por la inversión de UPM, defendió la política del gobierno: “El país viene avanzando en una diversificación productiva, y eso implica que pese al avance forestal que se plantea, la enorme diferencia es a favor de la ganadería aún. Ante esta posibilidad de una tercera planta de celulosa, ¿cuál fue uno de los principales desafíos acá?”. Y se contestó: “Pongamos cabeza, pongamos innovación, pongámonos con los científicos a trabajar en este nuevo paradigma de la bioeconomía. Cuando se logra fondear un fondo de innovación sectorial, se piensa en generar conocimientos, las posibilidades que brinda la bioeconomía en el sector forestal son imponentes. Hoy la celulosa, por ejemplo, está siendo aplicada y comercializada como sustituto del plástico”.
Desde el fondo del salón, Manuel Chabalgoity, ingeniero agrónomo y exdirector nacional de Ordenamiento Territorial, cuestionó acerca de “cuál es la garantía de sustentabilidad de la bioeconomía”.
“En los años 60 nos vendieron la revolución verde, la propia FAO, con el fin de acabar el hambre en el mundo, y así la compramos. Y así, nuestra Facultad de Agronomía introdujo profundos cambios con el modelo neocelandés. Al poco tiempo vinieron y nos dijeron ‘eso ya no sirve’... Y ahora un nuevo paradigma. (…) Las penas son de nosotros y las vaquitas son ajenas”, terminó, citando a Atahualpa Yupanqui.
Otro académico, Gabriel Oyarzabal, preguntó quién sería el “sujeto” de la transformación hacia la bioeconomía. “Pienso en la producción de biomasa y el sector agropecuario. Uno no puede (dejar de) pensar que durante 60 años no hubo Consejos de Salarios y ahora (las asociaciones patronales rurales) ni siquiera van a negociar. ¿Qué posibilidades hay de que protagonicen un proceso de innovación cuando ni siquiera quieren negociar relaciones laborales?”, planteó.
“Ya sabés la respuesta”, susurró García, sonriendo.
“Un favor”
Para contestar, Pittaluga se refirió a la ley de uso y manejo de los suelos, porque a pesar de las críticas, lo considera un instrumento con un diseño organizacional que articulan públicos y privados. “Creo que no es voluntarista, en estos últimos años se han generado capacidades estatales”. Si bien “queda mucho por hacer”, cuando los activistas argentinos cortaron el puente en protesta de la instalación de la primera planta de celulosa en Fray Bentos le “hicieron un favor” al país, porque si bien hoy se dice que falta personal (en la Dirección de Medio Ambiente) y tienen razón, antes era la nada”.
Sobre la posibilidad de que los empresarios tiendan a producir en el modelo que plantea la bioeconomía, Pittaluga se mostró esperanzada. Comentó su experiencia en los consejos sectoriales del Ministerio de Industria, y rescató que si bien algunos casos no fueron exitosos, en otros se pudo articular intereses de manera positiva. “A los actores se los educa (…)”, sostuvo.