ESCRIBE EDUARDO GUDYNAS
Opinión
Ambientalistas y lenguaje, agua y orina: Algunos argumentos de UPM son erróneos
Atacar las denuncias ambientales como exageradas o drásticas casi siempre termina en una equivocación que agrava nuestra crisis ecológica.
Se ha vuelto muy frecuente proclamar que las alertas ante los problemas ambientales son alarmistas, e incluso apocalípticas. Los que lanzan esas posiciones exhiben una cierta corrección política admitiendo que hay algunas dificultades ambientales, pero que son puntuales, pueden ser resueltas y no son tan graves como dicen los ambientalistas.
Todo eso aparece alrededor de la nueva planta de celulosa UPM-2 que tal vez se instale en el Río Negro. Muchos insisten en que pueden existir algunos impactos, pero serán resueltos, en que el Río Negro ya está contaminado pero eso no es culpa de los uruguayos sino de los brasileños, y en que los ambientalistas son unos alarmistas porque ya tenemos otras plantas de celulosa y no ocurrió un cataclismo ecológico.
Ese minimalismo y las críticas a las advertencias ambientales están equivocados. Para ilustrar esto es bueno recurrir a un muy reciente caso porque a su vez resume lo dicho por muchos otros. Una nota en el semanario Brecha, por Marcelo Aguiar Pardo, acusa de maniqueísmo al manejo de la información ambiental sobre UPM-2
Ese artículo avanza cuestionando las alertas ambientales, como aquellas sobre el enorme volumen de contaminantes que se generarán, para indicar que todo eso es mala comunicación, un discurso apocalíptico que menoscaba la rigurosidad.
Sin embargo, esa nota padece de ese mismo problema ya que hay unos cuantos errores, desde ignorar que realmente sí existen vías para cobrar el agua que utilizan plantaciones forestales a saltearse las condicionalidades sobre el futuro ferrocarril central.
Vale la pena abordar una de esas equivocaciones porque es idéntica a la que exhibe el gobierno. Se dice que la planta de UPM-2 tomaría 125 mil metros cúbicos de agua por día, pero como devuelve al río 106,5 mil metros cúbicos, se aplica una resta de un número contra otro, y concluyen que el consumo de agua sería apenas de un poco menos de 20 mil metros cúbicos diarios. O sea, casi nada, según esa mirada. La equivocación aquí reside en no entender que una planta consume "agua" del río pero devuelve "efluentes", y las palabras son distintas porque ese líquido que regresa al Río Negro es diferente, contiene contaminantes. Esa es una de las razones básicas por las cuales en cualquier evaluación de impacto ambiental el líquido que brota desde una planta se denomina "efluente". Insisto: agua y efluentes son distintos.
Para dejar esto más en claro, el error que se comete sería como asumir que el ser humano toma agua pero también orina "agua", y que ésta sería igualita a la que bebió. Por lo tanto su "consumo" sería apenas restar lo que se deja en el baño contra lo que se bebió. En números muy esquemáticos, sería entender que como bebemos 2,5 litros de agua por día pero orinamos 1,5 litros, entonces el "consumo" sería apenas de un litro. Esta distorsión podría llevar a pensar que basta darle un litro de agua a cada persona o que no necesitamos redes cloacales porque allí habría esencialmente "agua".
Volviendo al caso UPM-2, si ese fuera el caso, y la planta solo necesitara esos 20 mil metros cúbicos por día (que tampoco es poca cosa porque son 20 millones de litros), entonces bastaría que operara con un ciclo cerrado. No debería haber necesidad de tomar agua ni arrojar efluentes al Río Negro. La planta podría estar ubicada en cualquier sitio, por ejemplo en las cercanías de Montevideo, y así evitar el gigantesco subsidio que hace el país en construirles una vía férrea. Obviamente esto es un disparate, y es tan necesaria el agua que las pasteras se ubican sobre grandes ríos. Este es uno de los temas centrales de toda la problemática ambiental con el emprendimiento que no puede obviarse.
Entonces, aquel artículo, que proponía cuestionar un video de divulgación alertando sobre la planta de celulosa (protagonizado por Marcelo Marchese), finalmente no logra ese objetivo. En cambio, es funcional a reforzar el discurso de las autoridades que ampara a la planta y licúa las exigencias ambientales. Hay un entrevero en conceptos básicos sobre impactos ambientales y en ciencias ecológicas, donde la mezcla resultante es usada para presentar las advertencias ambientales como exageradas o apocalípticas.
El asunto del lenguaje no es menor, y el uso que debería dársele en este siglo XXI apunta a una perspectiva exactamente opuesta a la que unos cuantos esperan: se debe acentuar todavía más las advertencias sobre los impactos ambientales. El lenguaje deber ser más incisivo.
El testimonio más reciente es el anuncio de los cambios en la guía de estilo del prestigioso periódico británico The Guardian para pasar a utilizar palabras que dejen más en claro la crisis ambiental. Por ejemplo, abandonan la frase "cambio climático" porque suena algo pasiva y gentil, lo que la aleja del diagnóstico científico que habla de una "catástrofe" climática. Por lo tanto, pasarán a usar la frase "crisis climática".
Trasladando esta posición a Uruguay queda en evidencia que dichos de "contaminación estable" en el Río Negro, o que la planta devolverá casi toda el agua el río, como afirma la ministra del ambiente, están entre aquellas frases que minimizan la situación ecológica. Ese es un discurso totalmente reñido con la situación nacional. Para el horror de los minimalistas ambientales, como de muchas autoridades del gobierno, comentaristas y periodistas, lo que está en marcha en Uruguay es una catástrofe ambiental. Y si no me creen, díganme cuál es el otro país en las Américas que tiene todas sus grandes cuencas hidrográficas contaminadas.