Tabaré Vázquez: levántate y anda
Tabaré Vázquez lució enérgico, remozado, casi gozoso. El viernes de noche, cuando buena parte de los uruguayos iniciaba sus desplazamientos por la Semana de Carnaval, el presidente de
la República dio un largo discurso, que fue televisado, en el nuevo estadio Antel Arena. No fue un discurso para toda la ciudadanía, sino para seguidores y militantes. Más que rendición de cuentas, fue un acto político partidario: un levántate y anda a los propios, que andan de capa caída, y un desafío a sus críticos y rivales.
El escenario fue decorado por miles de militantes y funcionarios que no agitaban insignias partidarias sino la bandera nacional. Fue una tribuna ordenada y cortés, que aplaudió respetuosamente cada afirmación del presidente, o a lo sumo vitoreó al país, no al partido. Como es habitual, por momentos la retórica y la gestualidad del presidente semejaron a las de un predicador. Pero esta vez el escenario y la claque evocaron lejanamente a una variante austral, más moderada y comedida, del “Aló Presidente” que solía llevar el venezolano Hugo Chávez.
Vázquez hilvanó de nuevo un repaso de hechos positivos de los últimos años, bajo las mejores luces posibles, incluso recurriendo a medias verdades, o adjudicándose mérito que no pertenecen a gobierno alguno sino a la marcha de la historia. Hay noticias buenas para mostrar, ciertamente, pero al exagerarlas, pueden volverse anodinas. Vázquez gustar comparar dólares de 2004 con dólares de 2019, un espejismo monetario; o partidas en pesos corrientes con tres lustros de diferencia entre sí, período en el cual la inflación rondó el 200%.
Los ciudadanos saben al fin que está comparando con una base muy baja: el Uruguay que apenas empezaba a salir de la profunda crisis de 2002. Otras falacias son las apropiaciones de procesos antiguos, mérito de muchas generaciones, como la relativamente buena distribución de la riqueza o el alto PIB per capita en el contexto latinoamericano; o el adjudicarse fenómenos universales que se habrían dado en todo caso, bajo cualquier gobierno, y en casi cualquier circunstancia, salvo graves crisis o catástrofes, como la expansión del consumo, la compra de automóviles, la atención en salud, los ingresos a la enseñanza universitaria o la posesión de teléfonos.
Algo similar ocurre con los empleos y los salarios, que emergieron vigorosamente desde la segunda mitad de 2003 gracias a la demanda externa y a las agroindustrias, no a los gobiernos. No fueron las gestiones de Vázquez y José Mujica las que crearon “300 mil puestos de trabajo nuevos”, como afirmó el presidente, sino el trabajo para satisfacer la demanda internacional
por carnes, granos, celulosa, lácteos o turismo.
La izquierda llegó al gobierno cuando los partidos tradicionales tocaban fondo. Pero la historia no se inició con los gobiernos del Frente Amplio, ni mucho menos. Los gobiernos de la izquierda ciertamente tienen méritos que atribuirse, y algunas reformas exitosas. Pero la exageración o la desesperación por mostrarlas están llevando a que cada día sean menos apreciadas por un segmento muy amplio de los ciudadanos.
En el otro extremo del arco, mientras Vázquez hablaba, muchas personas hicieron sonar ollas, tarros y bocinas: un “caceroleo” en zonas de grandes edificios de apartamentos, como Pocitos o el Centro, que facilitan el anonimato. Ya había ocurrido antes, por ejemplo cuando la “rendición de cuentas” del 1º de marzo de 2017, y confirma que una parte de la ciudadanía se halla en proceso de radicalización. Hay síntomas de hartazgo, disconformidad e intransigencia por un lado, y un oficialismo rayano en la alcahuetería por el otro.
No es un buen síntoma. Amplios sectores de la sociedad se están encerrando en compartimentos estancos, rodeados de intolerancia, divididos por eso que los argentinos llaman “la grieta”. Viene al caso repetir lo escrito hace dos años: “Tal vez falta tacto en el gobierno y abunda la soberbia. El presidente parece demasiado ansioso por transmitir buenas noticias. Después de navegar más de una década con vientos propicios, el barco frenteamplista, sobrecargado de lastre e incrustaciones en el casco, apenas se mueve. Muchos están molestos con el exitismo oficialista, con la reiteración de sus grandes éxitos enganchados, autoindulgente y sin sentido crítico. Falta un poco de humilde reconocimiento de impotencia y fracasos, que también los hay y son grandes. Pero la oposición también es responsable de denunciar, proponer y respetar. Las ideas importan, y las formas también. Si no mañana, cuando la actual oposición gobierne, lo que sucederá tarde o temprano, no tendrá autoridad moral para enfrentar la previsible resistencia de cuadros frenteamplistas y sectores ultras, que típicamente se
alojan en la burocracia. No es aceptable desacreditar a un gobierno a cualquier costo, para derrotarlo y festejar luego sobre ruinas humeantes, como ha sido la práctica en tantos países de América Latina”.
Muchas personas no se molestan tanto por lo que Vázquez dice, sino por cómo lo dice: canchero y sobrador. El presidente tuvo un momento de grandeza y generosidad al final, cuando no habló solo a la feligresía, sino como presidente de todos los uruguayos, reconoció algún mérito a sus antecesores de otros partidos, y llamó a preservar la tolerancia: lo esencial del
sistema democrático. Una combinación de crisis económicas, ideas totalitarias en boga e intolerancia destruyeron la convivencia democrática en Uruguay en los años ’30 y de nuevo a partir de los años ’60. Nada garantiza que no pueda repetirse, salvo la conciencia de nuestras fragilidades.