Escribe Martín Otheguy en Investigación científica
De Tacuarembó al mundo: registran en Uruguay una especie desconocida de tábano
La descripción de una nueva especie de tábano, Tabanus tacuaremboensis, deja en evidencia el desconocimiento científico que existe en nuestro país de una familia de insectos que, además de arruinar picnics, es capaz de transmitir enfermedades y provocar serias pérdidas económicas.Si un vampiro persistente nos acechara en cada salida veraniega y fuera capaz de provocarnos un dolor intenso con sus mordidas, probablemente nos preocuparíamos por estudiarlo y controlarlo.
Si además de eso supiéramos que es capaz de contagiar enfermedades serias a los animales domésticos, a los productivos y a nosotros mismos, no pararíamos de hablar de él.
Esto es lo que ocurre parcialmente en Uruguay, con la diferencia de que en líneas generales hemos decidido ignorar muchos aspectos de una comunidad de pequeños chupadores de sangre de la que no conocemos demasiado, excepto su mala reputación. No sabemos con exactitud cuántos o cuáles vuelan por nuestras tierras y qué daños están provocando. Cuando nos dicen su nombre, la mayoría de nosotros pensamos sobre todo en la irritación que nos provocan y nos referimos a él en forma genérica, como si se tratara de una sola especie que martiriza nuestras excursiones campestres.
La realidad no podría ser más distinta. Estos insistentes amantes de la sangre son los dípteros hematófagos que conocemos familiarmente con el nombre de tábanos, animales tremendamente exitosos, capaces de adaptarse a climas muy distintos y con una diversidad tremenda. Más de 4.600 especies de características muy variadas fueron identificadas hasta ahora a nivel mundial. Son animales sin dudas molestos pero de virtudes notables, que explican su suceso evolutivo. Tienen excelente visión, son voladores fuertes, rápidos y cubren buenas distancias (hasta dos kilómetros en un día).
Los tábanos hacen lucir a sus primos lejanos, los mosquitos, como ninjas amables que chupan tu sangre con delicadeza a cambio de un brevísimo pinchazo. Si un mosquito saca lo que necesita con una jeringa, el tábano usa el equivalente de una sierra. Si el mosquito es un cirujano, el tábano es un carnicero. Tiene un aparato bucal con adaptaciones que le permiten cortar la piel, los capilares y beber la sangre que inunda la herida. Por eso mismo causa dolor intenso al instante, como sabrá cualquiera que haya pasado algún día húmedo de verano al aire libre. No hay sutileza alguna en su estilo, pero es el que desarrolló -evolución mediante- y le ha ido muy bien con él.
Los tábanos no tienen predilección especial por los humanos, es solo que no desaprovechan la oportunidad de alimentarse de cualquier mamífero de gran tamaño. Sus víctimas principales suelen ser caballos o ganado doméstico, menos ágiles para sacudírselos de encima. Decir “los tábanos” no sería lo más exacto en este caso, ya que como los mosquitos, solo las hembras chupan la sangre, un dato que debe haber inspirado entre entomólogos un montón de chistes tan irritantes como la picadura de un tábano. Mientras el macho es exclusivamente vegetariano y se alimenta de néctar, la hembra necesita también la sangre para sustentar a su preciada camada de huevos. Esta característica, como veremos, es un gran problema para otros animales.
Esa tristeza que tienes
Las particularidades de este tipo de alimentación convierten al tábano en un vector muy efectivo para transmitir enfermedades. Como su mordida es dolorosa, sus víctimas lo espantan inmediatamente y la alimentación queda incompleta. El tábano va trasladándose entonces de animal en animal para terminar su almuerzo, facilitando así la diseminación de las enfermedades.
Aunque las características varían según especie -y por eso es especialmente importante conocerlas bien- los tábanos son generalmente vectores de numerosos patógenos, incluyendo los que provocan la leucosis bovina, leptospirosis, estomatitis vesicular, anemia infecciosa equina, fiebre porcina, ántrax y tularemia, así como varios tipos de tripanosomiasis y tristeza parasitaria bovina (provocada por la bacteria Anaplasma marginale). Tienen por lo tanto importancia para la salud del ganado (y por ende para la actividad económica) y, en menor medida, para salud humana.
Los tábanos también pueden infligir daños directos debido a la irritación, pérdida de sangre y estrés, a tal punto que en otros países han llegado a provocar una disminución en las ganancias de peso de hasta un kilo por día en el ganado. Si a eso se le suman los daños indirectos por transmisión de enfermedades, el panorama se vuelve aún más complicado. En Estados Unidos, ya en 1965 se calculaba en 40 millones de dólares las pérdidas anuales provocadas por los efectos de los tábanos sobre el ganado.
A esos perjuicios económicos hay que sumar las pérdidas que provoca al turismo, especialmente en países tropicales. Si bien en Uruguay este aspecto no es tan relevante, gracias a nuestro clima más atemperado, en otras regiones la familia de los tábanos se ha vuelto un repelente de turistas muy efectivo. Es sin dudas un nuevo argumento a favor de los partidarios del Team Invierno en nuestro país.
Resumiendo, son animales que no pasan inadvertidos para el ser humano, que pueden transmitir enfermedades serias y además provocan pérdidas económicas muy importantes. Uno creería que este es el combo perfecto para estudiarlos con profundidad. Sin embargo, en Uruguay hay un enorme vacío en la investigación de la tabanofauna, con muy escasos trabajos realizados en las últimas décadas. Puede que la pisada (o la volada) haya comenzado a cambiar en los últimos años. Solo necesitábamos una persona dispuesta a pasar veinte meses exponiéndose (y exponiendo a colegas) a las mordidas de los tábanos.
Lucas, Lucas, ¿dónde te has metido?
“Los motivos por los que los tábanos son tan poco estudiados en nuestro país son opinables. Un problema es que en Uruguay no hay taxonomistas dedicados a esta familia, que es muy amplia. Y si no hay gente dedicada a estudiar puntualmente estas especies es lógico que pasen inadvertidas, lo que es un error, porque generan pérdidas económicas en la ganadería y afectan la salud de los seres humanos. Sin dudas es un tema descuidado y que puede tener implicancias que estamos dejando pasar”, señala el veterinario Martín Lucas, del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), de Tacuarembó.
”En tábanos, el 50% de las 46 especies descritas en Uruguay fueron registradas a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, principalmente por parte de investigadores de otros países que estuvieron de pasada y que hicieron colectas en el entorno de Montevideo. Uno supone que en el interior debe haber una gran variedad por descubrir”, agrega. Hay respaldo de sobra para lo que afirma. Los últimos trabajos con descripción de especies nuevas para Uruguay tienen ya 90 años. Desde entonces y hasta el 2019, solo existieron unos pocos registros bibliográficos sobre tábanos en Uruguay, enmarcados en trabajos sobre la tabanofauna argentina.
Martín Lucas no pensaba en meterse en un tema tan enrevesado y con tantos baches de estudio. Como veterinario, estaba más interesado en evaluar la capacidad de los tábanos para transmitir la anaplasmosis, enfermedad problemática en el país. Pero como no se puede comenzar a construir una casa por el techo, tuvo que indagar primero qué base tenía para realizar su estudio. Y descubrió que no existía. “No había información. Así que tuvimos que hacer algo nuevo, que no estaba en nuestra previsión inicial, pero para lo que por suerte conté con mucha ayuda”, explica.
Ese “algo nuevo” fue el primer estudio de diversidad y estacionalidad de tábanos en Uruguay, realizado para su tesis de maestría en 2019. Aunque hasta entonces no conocía el mundo increíblemente diverso de los tábanos, su colaboración con el taxonomista brasileño Tiago Krolow terminó redundando en más de un descubrimiento importante.
Pese a que por lo general la gente intenta huir lo más rápido posible del lugar en el que están los tábanos, Lucas decidió voluntariamente pasar 20 meses entre ellos, haciendo colectas sistemáticas en una estación experimental de Tacuarembó mediante trampas especialmente diseñadas. Además, realizó capturas de tábanos en forma no sistemática en otros establecimientos localizados en los departamentos de Paysandú, Tacuarembó y Colonia.
Se ligó alguna picadura, como recuerda, pero se acostumbró bastante bien a ellos (los tábanos se cebaron con más ahínco en su tutora Cecilia Miraballes, aparentemente) y aprendió a respetarlos a medida que aprendía más sobre sus características. “Tienen una diversidad increíble, una variabilidad enorme de la que desconocemos muchísimo. Y demuestran una capacidad de adaptación que no todas las especies tienen”, cuenta.
Durante ese tiempo, Lucas recolectó 3.666 tábanos, 3.211 de ellos a través de la captura sistemática y el resto con la modalidad manual, un poco más engorrosa. Identificó 16 especies, tres de ellas por primera vez para el Uruguay. “Eso marca la carencia de trabajos similares dedicados a la identificación de especies de tábanos, aunque probablemente pase con muchas especies de insectos. Los tábanos son un campo fértil para investigadores; basta con pensar que nosotros solo nos enfocamos en Tacuarembó y descubrimos tres especies nuevas”, dice Lucas. Su trabajo logró duplicar además la cantidad de especies registradas en el departamento.
Lucas no descubrió únicamente eso. Cuando iba por la mitad de su trabajo sospechó que había dado con algo inusual, como confirmó poco después durante la pasantía que hizo en la Universidad de Federal do Tocantins (Brasil) con Krolow y otros especialistas en tábanos.
Durmiendo con el enemigo
En el proceso de identificar a las especies halladas, Lucas y sus colegas descubrieron que una de ellas, la más abundante en los muestreos sistemáticos en campos altos de Tacuarembó y la más presente en las capturas no sistemáticas en ese mismo departamento, no coincidía con ninguna registrada hasta el momento. El hallazgo dio pie a un nuevo trabajo, un premio extra que no estaba en sus objetivos iniciales.
Sospechando un hallazgo en puerta, Krolow examinó todos los registros publicados de tábanos del bioma Pampa, revisando cuidadosamente no solo los ejemplares tipo depositados en diversas colecciones sino analizando también fotos de las especies menos conocidas y con escasa información. Ninguna tenía las características particulares del tábano hallado con tanta frecuencia por Lucas.
Más allá de algunos atributos que saltan a la vista para un taxonomista, como un callo prominente en la frente con una prolongación dorsal media, este tábano tiene una peculiaridad que lo vuelve fácil de identificar para cualquier persona sin entrenamiento y que no ande distraída dándole manotazos: el abdomen es negro y con una línea blanca bien marcada y continua. “Es muy sencillo de distinguir gracias a esa característica única que tiene. Luego, su tamaño es medio, de entre 13 y 16,5 milímetros, y posee una coloración predominantemente marrón”, ilustra Lucas.
La sospecha de que tenían una nueva especie entre manos, ya firme cuando Lucas llegó a Tocantins, se confirmó fehacientemente con el paciente trabajo liderado por Krolow. Habían descubierto una especie desconocida para el mundo de la ciencia. El nombre elegido fue Tabanus tacuaremboensis, para homenajear al departamento donde fue identificado (y dejar tranquilo a Gardel, que ya tiene una lagartija tacuaremboense con su nombre).
El hallazgo demuestra que en el Uruguay hay áreas de estudio donde aún se puede jugar a ser un naturalista del siglo XVIII, capaz de encontrar especies no descritas aún para la ciencia. El tábano, en este caso, también reveló ser bueno para picar la curiosidad de quienes buscan emular esa sensación de aventura y descubrimiento.
“Es increíble que una especie tan abundante jamás fuera identificada”, reflexiona Lucas. El trabajo insiste con este concepto. “¿Por qué una especie aparentemente común permaneció desconocida para la ciencia por tanto tiempo?”, se preguntan los investigadores en las conclusiones, para luego darnos un tirón de orejas. Entre los motivos, enumeran la falta de expertos locales en estas especies, los pocos muestreos sistemáticos (con grandes baches temporales), las revisiones insuficientes y la dificultad para acceder a especímenes de colecciones extranjeras.
El trabajo de Lucas demostró además que hay una gran variación en la prevalencia de especies según departamento. Justamente por eso, recomienda realizar nuevos muestreos en diferentes regiones del país, que sin dudas contribuirán a expandir el conocimiento de la familia de los tabánidos en Uruguay. Hacerlo es importante no solo para sentirse un Charles Darwin o un Alcide d’Orbigny de los tábanos, como veremos.
El tamaño no importa
Luego de tener en claro cuáles son las especies de tábanos más abundantes en Uruguay (o al menos en algunos departamentos), la próxima fase de los estudios es evaluar su potencial para transmitir distintas enfermedades. Lucas decidió centrarse en la anaplasmosis por la relevancia que tiene en nuestro país, pero “hay un montón de enfermedades más que justifican su estudio”.
El artículo en el que el grupo de investigación trabaja actualmente (con la bióloga brasileña Gratchela Rodrigues como autora principal) estudia precisamente la transmisión de Anaplasma marginale por parte de las especies identificadas. A la hora de pensar en la anaplasmosis en bovinos, todas las miradas se centran en las garrapatas. Pero como adelanto, Lucas aclara que se confirmó su presencia en tábanos en zonas libres de garrapatas y que los brotes en estas zonas no se pudieron explicar por factores iatrogénicos (por malas prácticas humanas, como uso de instrumental contaminado), “un paso importante para confirmar que los tábanos provocan brotes de la enfermedad”. “Si bien hay mucha investigación aún para hacer, es muy probable que en Uruguay se hayan dado casos de diseminación de anaplasmosis cuyo vector fueron tábanos, que logran mover la enfermedad de una forma en que la garrapata no puede”, aclara.
La presencia de la bacteria que genera anaplasmosis fue identificada en cuatro especies de tábanos, entre ellas nuestro flamante Tabanus tacuaremboensis, que pasa a integrar la lista de posibles sospechosos implicados en estos brotes en bovinos.
Tras confirmar que los tábanos generan brotes de anaplasmosis, las investigaciones tendrán que centrarse en su control, algo relativamente ignorado hasta ahora. “Es cierto que desde 1954 se discute la importancia económica real que pueden tener los tábanos en la transmisión de enfermedades, pero no son considerados ectoparásitos de importancia por la legislación vigente. Probablemente a nivel de la ley no les hemos dado la relevancia que deberían tener, aunque se necesitan más estudios para dar sustento a eso y actuar en consecuencia. Es muy probable que en el tema de la tristeza parasitaria se nos estén escapando casos provocados por tábanos”, cuenta Lucas.
Los tábanos abren entonces un gran abanico de posibilidades, tanto para los interesados en aumentar nuestro conocimiento de ciencia básica como para aquellos preocupados por las consecuencias económicas de sus molestas picaduras. “Es un campo totalmente abierto, con montones de trabajos de fácil realización y que pueden generar mucha información en poco tiempo”, dice el investigador. Con solo replicar en otras partes el mismo trabajo que él centró en Tacuarembó, seguramente daríamos un salto igual de importante en el conocimiento de esta familia en Uruguay. “Lo lógico es que se empiece a tener más en cuenta una especie abandonada desde el punto de vista de la investigación en Uruguay”, concluye Lucas.
Por lo pronto, si estás en el norte del país y sentís la mordida potente de un tábano en tu piel, pensá en lo positivo: hay buenas posibilidades de que te esté chupando la sangre una especie que el mundo desconocía hasta hace muy poco tiempo. O quizá una aún por conocer.
Artículo: Revisiting the Tabanid Fauna (Diptera: Tabanidae) of Uruguay: Notes on the Species of the Genus Tabanus Linnaeus, with the Description of a New Species