Estudio en Uruguay, Argentina y Chile analizó a estas empresas como una oportunidad para contratar a jóvenes ni-ni y mujeres
El movimiento de emprendedores cuidadosos del ambiente y la comunidad es un “fenómeno emergente” que “gana atractivo”
Melilla, a las afueras de Montevideo. Es la hora 13. Las mujeres, que empezaron la jornada a las seis de la mañana, se aprontan para retirarse a sus hogares. Les pagan por ocho horas de trabajo aunque trabajen menos: ese día la tarea se cumplió en siete.
Verde Agua se dedica a cultivos hidropónicos y el 75% de su personal son mujeres. En la zona había ofertas de empleo para los hombres, en frigoríficos y en trabajos pesados como el de los fruteros en chacras, pero no para las mujeres.
En plena crisis de 2002, las mayores de 40 años no tenían dónde emplearse. Verde Agua decidió darles una oportunidad. Hoy toman de todas las edades y las capacitan. También toman a jóvenes que no estudian ni trabajan y a personas con problemas físicos.
“Vemos la discapacidad pero no nos determina, va más allá de la hipocresía de tener un número para cumplir, no nos hace la diferencia”, dijo a Búsqueda Sebastián Figuerón, director técnico de Verde Agua, cultivos hidropónicos. Con 7.000 m2 en funcionamiento, esperan pronto comenzar a operar con un nuevo invernadero de 8.000 m2 más, que demandará 33% más de mano de obra. Se dedican a producir mediante la técnica de la hidroponía y venden a Tienda Inglesa, Bodegas Bouza, el Radisson, los restaurantes La Perdiz y Jacinto y otra cantidad de clientes que trabajan en el sector gastronómico.
La empresa tiene “un programa de sustentabilidad real” y un fuerte enfoque ambiental, definió Figuerón. Por hacer agricultura hidropónica consumen 90% menos agua que una empresa agrícola convencional del mismo rubro. Usan el 100% del material de trabajo y productos orgánicos, no generan residuos y reciclan el agua. El único residuo sería el plástico del empaque, pero este es reciclable y reutilizable. Además, participan de un trabajo con estudiantes de Ingeniería Química de la Universidad de la República y la industria plástica Promacor para desarrollar nuevos envases reciclables y compostables.
“Pensamos y vivimos el medio-ambiente con preocupación y como empresa estamos haciendo algo al respecto”, destacó Figuerón.
Verde Agua es una de las “empresas B” uruguayas. Cuando Figuerón leyó de qué se trataba esta clasificación se dio cuenta de que su empresa calzaba perfecto en la descripción. Fue así que se certificó en 2015, cuando llevaba ya 15 años de trabajo.
Las empresas B, también conocidas como empresas con propósito, usan instrumentos de mercado para actuar con fines de interés público —que incluye intereses no financieros— y se comprometen a crear un impacto positivo en la sociedad y el medioambiente. En inglés estas empresas, que surgieron en 2006, fueron llamadas “Benefit Corporations” (B-Corps), y de ahí su nombre en español.
Hay 2.400 empresas B certificadas en más de 50 países, con más de 130 tipos de industrias que integran este grupo. Cuidar el medioambiente, la contaminación, el desarrollo de la sociedad y los problemas como la pobreza y el desempleo no son solo responsabilidad del gobierno: así lo entienden estas empresas y actúan en consecuencia.
Son “un fenómeno emergente en América Latina desde 2012” y para cumplir con su misión “deben reinvertir sus ganancias para cumplir” los objetivos, destacaron los docentes Ricardo Kaufmann, Gabriela Pérez y Gonzalo Sobral de la Universidad ORT, en el trabajo titulado ¿Están las empresas B listas para ser una puerta de entrada al mercado de trabajo para mujeres y jóvenes en Latinoamérica? Un estudio en Argentina, Chile y Uruguay.
El trabajo fue financiado por la institución canadiense Centro de Investigación Internacional sobre Desarrollo (IDRC, por sus siglas en inglés) y Academia B. Las empresas B en el mundo “se enfrentan al gran desafío de demostrar que están logrando la promesa de cambio que ofrecen” y la academia es “el actor mejor posicionado” para analizar la evidencia al respecto y evaluar de manera rigurosa el impacto que tienen en la economía, plantearon ambas instituciones en la convocatoria.
En Latinoamérica hay 369 empresas B certificadas. Tienen una facturación menor a los US$ 2 millones y en su mayoría son pequeñas: el 85% de las certificadas emplean hasta 49 trabajadores. Más del 80% corresponden a dos áreas de actividad: servicios que generan un bajo impacto ambiental y el sector manufacturero (que también trabaja con conciencia ambiental). Hay 191 empresas que brindan servicios con baja huella (impacto) ambiental.
Según plantearon los autores del estudio, el movimiento “gana en atractivo” a escala mundial y crece en la región.
“Son emprendedores cuidadosos de la comunidad y el ambiente, esto no es voluntariado, responsabilidad social, ni ONG, son productos, servicios. Están ayudando y el gobierno, los clientes, todos los miran con buena cara. Son empresas pero con una nueva forma de bailar, son conscientes de que tienen la posibilidad de hacer el bien y generar que otras imiten su práctica, es un movimiento interesante. No es para darse bombo, ellas dan beneficios”, dijo a Búsqueda Kaufmann, doctor en Ciencias Sociales, catedrático asociado de Administración General y docente investigador de la ORT.
Debido a su perfil inclusivo estas empresas contratan personal que ha padecido problemas de violencia doméstica (como le ha ocurrido a Verde Agua) o tienen proyectos dirigidos a poblaciones específicas, como expresidiarios en Argentina.
El estudio de la ORT incluyó un censo de las empresas B en Argentina, Chile y Uruguay con más de tres empleados y más de dos años de actividad. Chile es el país con mayor cantidad de empresas B de la región, 125 en total. La mayoría se dedican a la consultoría y en segundo lugar a la educación. En Argentina hay 61empresas, muchas de fabricación de bienes, y en Uruguay hay 10 de los más diversos rubros, desde agricultura y reciclaje a educación.
“En Chile están hace tiempo con esto, saben hacia dónde van, generan redes, mientras en Uruguay es muy incipiente”, resumió Kauf-mann.
Algunas de las empresas B uruguayas son la de reciclaje Werba; la fabricante de compost y otros productos orgánicos BioTerra; la empresa R&D Green, que vende equipamiento de eficiencia energética e insumos para tratar el agua; y las consultoras 3 Vectores y Gemma, dedicadas a la asesoría en temas de sustentabilidad.
En Chile las empresas ActitudLab, Aprendizaje Inteligente y Beyond English son algunas de las que se dedican a temas de educación con foco en sectores más vulnerables, mientras Chilote Shoes fabrica zapatos con piel de salmón y emplea a una comunidad de la Patagonia, Degraf y Rembre se dedican al reciclaje, y Rumbo Verde vende servicios orgánicos y ofrece capacitación sobre vida sana.
En Argentina Bikonsulting, Damasco y Emprendia ayudan a implementar proyectos sustentables y socialmente comprometidos; Layus hace productos gráficos con papel reciclable y tintas sin plomo; Ondulé fabrica juguetes con material reciclado; y la empresa Patagonia de indumentaria se dedica al rubro de vestimenta con un enfoque social y ambiental.
Mujeres y ni-ni
La inserción de los más jóvenes en el mercado de trabajo es un tema de preocupación en Latinoamérica. Los llamados piden experiencia, capacitación y demandan recomendaciones y currículum. Pero ¿qué pasa si un joven no tiene experiencia previa?
Hay quienes dicen: “‘Yo no tomo a nadie sin experiencia’, pero yo digo, si nadie le dio trabajo antes, ¿por qué no lo hacés vos? La experiencia es como un pedestal del que nadie se hace cargo. Alguien les tiene que dar el primer trabajo, es evidente que con 18 años probablemente no tenga experiencia”, planteó Figuerón.
El trabajo de la ORT, que incluyó entrevistas a directores de empresas en los tres países y a consultoras que trabajan brindando servicios de selección de personal, busca esclarecer si las empresas B son una oportunidad para emplear a mujeres y ni-ni de entre 14 y 25 años. Estos últimos suelen tener falta de habilidades y entrenamiento que “limita seriamente” sus oportunidades de empleo, plantearon los autores. En el caso de las mujeres, la exclusión podría darse “adicionalmente en algunos casos debido motivos de género”. Algunos temas se solapan. Por ejemplo, puede haber mujeres jóvenes que no trabajan porque deben quedarse en sus casas cuidando a sus hijos o hermanos.
“No hay que estigmatizar a los ni-ni”, planteó Kaufmann.
Según el censo de ORT, en muchos rubros de actividad las empresas B requieren personal con competencias técnicas para trabajar, aunque en agricultura, alimentos, reciclaje y transporte no lo precisan. El estudio encontró que hay una carencia de plataformas de formación y entrenamiento rápido, inconvenientes en la comunicación y falta de flexibilidad en las propuestas de empleo para que estos grupos puedan sentirse a gusto con las propuestas de trabajo. Falta “conectar” a quienes quieren trabajar, tienen la voluntad, pero no saben cómo salir a buscar trabajo y se precisan “más plataformas para que las partes se junten”, indicó Kaufmann.