bustillo argentinaArgentina tras el canje de la deuda: un gobierno eufórico en contraste con fuga récord de dólares
Alberto Fernández celebró el acuerdo con los bonistas como un punto de inflexión que permitirá retomar el crecimiento. Pero el mercado financiero sigue dando señales de desconfianza sobre el problema fiscal.Las euforias son cada vez más cortas en Argentina. El lunes pasado el gobierno anunció, con la pompa de los hechos históricos, el cierre del canje de la deuda, con un altísimo nivel de adhesión por parte de los acreedores: el 93,5% de aceptación implica, por efecto de las cláusulas de acción colectiva, que el 99% de los bonos serán canjeados.


Estuvieron Alberto Fernández, Cristina Kirchner y todos los gobernadores provinciales, que escucharon los detalles del acuerdo contados por el ministro de economía, Martín Guzmán.
Para el presidente, esto implicaba no solamente alejar el fantasma de un nuevo default y posibles litigios contra el país en los tribunales neoyorquinos. Era, según dijo en su discurso, el alivio de un cronograma financiero imposible de honrar sin una grave crisis. De manera que el canje implicaba el inicio de la fase de recuperación de la economía.

Y tras anunciar un “nunca más” para el endeudamiento irresponsable, dio un mensaje que los medios calificaron como “de tono refundacional”. Fernández habló de un país que estaba caído y que, una vez más, se ponía de pie. Los funcionarios del área económica, mientras tanto, auguraban que con esa buena noticia cambiarían las expectativas del mercado y empezaría un período de ingreso de inversiones.

No había pasado un día completo desde ese anuncio cuando el mercado le dio una respuesta contundente al gobierno: un millón de ahorristas se volcaron en masa a la compra de dólares e hicieron colapsar los sistemas informáticos de los bancos, que sufrieron caídas en sus páginas web.

Como en cada comienzo de mes, los ahorristas se apuraron a llevarse la cuota de US$ 200 que les permite el “cepo”, con el convencimiento de que posiblemente sería la última oportunidad de comprar dólares a la cotización oficial antes que se adoptaran nuevas medidas restrictivas.

Y el ritmo de compras en la primera semana de septiembre hace pensar en que se batirá un nuevo récord, en el que probablemente los ahorristas se lleven más de US$ 1.000 millones, que saldrán en su totalidad de las reservas del Banco Central, dado que en un régimen de “cepo” y tipos de cambio múltiples no hay oferta privada salvo en el mercado informal.

Resistiendo la devaluación
Esta situación hace que la gran pregunta que se plantee el mercado es cuánto tiempo resistirá el gobierno esa sangría de capitales antes de tomar alguna medida drástica. Hay economistas que le han sugerido acelerar el ritmo de la devaluación del tipo de cambio oficial, como forma de achicar la brecha con el “dólar blue”, que es el principal incentivo a la compra de los ahorristas.
Pero el titular del Central, Miguel Pesce, se niega de plano a acelerar el deslizamiento cambiario, con el argumento de que justificativos para ello: ni hay déficit de la cuenta corriente ni el peso está sobrevaluado en términos históricos ni en la comparación con los países vecinos. Pero, sobre todo, el funcionario tiene un motivo más práctico que teórico para negarse a devaluar: teme que detrás del dólar haya una disparada inflacionaria.

Otros economistas le recomiendan desdoblar el mercado cambiario. En otras palabras, legalizar al dólar “blue”. Lo cual haría que los ahorristas se manejaran en un mercado legal donde sí existiría oferta privada porque el precio daría un incentivo para la venta de dólares. De esa forma, argumentan, el Central pararía su sangría de reservas y la economía se estabilizaría. Pero esa idea tampoco genera consenso. Finalmente, estuvo la propuesta de cerrar más el cepo, haciendo casi imposible que los ahorristas compren dólares. Parte del gobierno impulsó esa posibilidad, pero el ministro Guzmán convenció al presidente de que esa medida traería un efecto boomerang, porque recalentaría más la cotización del mercado paralelo.

 “Amigarse con el cepo”
De todas formas, los argentinos tienen la casi certeza de que la situación actual no puede durar mucho. Y los propios funcionarios dejan en claro que entre la apertura del mercado cambiario o un régimen de mayores controles, no tendrán dudas sobre por cuál hay que optar. Por ejemplo, como la influyente vicejefa de gabinete, Cecilia Todesca, quien avisó que los argentinos deberían “amigarse con el cepo” porque las restricciones cambiarias llegaron para quedarse mucho tiempo.

Por eso Todesca afirma que las restricciones no deben ser vistas como “un castigo” sino más bien como  “una condición para estabilizar la macroeconomía, para que podamos producir, exportar, generar empleo de calidad”.
Y de a poco se van adoptando medidas reclamadas por kirchneristas del ala dura para profundizar los controles, lo cual incluye una restricción a las importaciones.
Fue así que el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, en una reunión con empresarios recriminó a los industriales nacionales que pretenden acceso ilimitado para la importación de insumos. Y focalizó  en la industria automotriz, responsable de un déficit cambiario crónico.

“Si nos ponemos a importar y descuidamos la producción nacional es ahí cuando nos quedamos sin dólares y terminás davaluando abruptamente. Y si devaluás caen los salarios reales y los ingresos y no vendés más autos”, argumentó el ministro.

El balde y la gotera
El diagnóstico de los economistas es que, por más que se haya arreglado el canje de la deuda, sigue sin generarse confianza, y eso es lo que mantiene la inestabilidad financiera. Para empezar, porque hay dudas respecto de si el problema de la deuda se eliminó o si apenas fue pospuesto. Los analistas argumentan que el desahogo del cronograma de pagos en el futuro inmediato tiene su lado B: la pesada concentración de pagos a partir de 2026 –cuando empieza un período de cuatro años con vencimientos promedio de US$ 10.000 millones cada año– , y que ya ha llevado a bancos de inversión a pronosticar un default argentino para 2030.

Hasta el propio Fernández tuvo un error sugestivo en su discurso sobre la deuda. Tras cuantificar el alivio que tendrán las finanzas locales al sacarse de encima el cronograma de vencimientos inmediatos, dijo: “Ahora ese problema no existe”. Y, tras reflexionar un instante, agregó: “se pateó para más adelante”.

Y ese es, precisamente, el punto que genera dudas: si Argentina logrará un rumbo de disciplina fiscal que le permita cumplir los pagos cuando llegue la nueva ola de vencimientos. Por lo pronto, ya hay bancos de inversión que le pusieron fecha al próximo default argentino: 2030.
Porque, para colmo, al cronograma de pagos con los bonistas se deberá agregar otro que está por negociarse: el de los US$ 44.000 millones que hay que devolverle al Fondo Monetario Internacional. Y ya hay advertencias en el sentido de que no se puede hacer coincidir ambos vencimientos, porque serían de tal magnitud que resultarán impagables.
En definitiva, en el mercado no se termina de despejar la desconfianza sobre el punto clave en el que siempre machacó el ministro Guzmán: “la sustentabilidad de la deuda”.

Así lo graficó un informe de la Fundación Mediterránea: “Argentina es como una casa con una gotera en el techo, cuyos dueños como única solución colocan un balde en el piso, de modo que el agua no se derrame por las habitaciones. Cuando el balde se llena, se lo cambia por otro, pero la gotera (y el problema) sigue. Es lo que ocurre con el stock de deuda pública, que se constituye a partir de los flujos anuales de déficit fiscal: cuando la deuda resulta impagable, defaulteamos y reestructuramos, para obtener quitas y más tiempo para pagar, pero nunca arreglamos el problema de fondo”.

Por su parte, Miguel Kiguel, ex secretario de finanzas en los años ’90, planteó un crudo diagnóstico: “La inflación todavía sigue siendo un problema, el Tesoro sigue dependiendo del Banco Central para financiar un déficit fiscal que se mantiene muy elevado, la presión impositiva es asfixiante y está entre las más altas entre los países emergentes, y la fuga de capitales sigue, a pesar del cepo y todos los controles que se han venido implementando. Somos un país atípico, que enfrenta en el siglo XXI problemas económicos que eran comunes hace cincuenta años pero que hoy casi en todos lados ya son parte del pasado”.

Mientras tanto, los argentinos, que son todos economistas intuitivos, hacen su propia lectura sobre la situación y se protegen de la única forma que saben hacerlo: compran dólares para huir del riesgo país.