El desafío agroindustrial
Más allá de la situación en los campos y en los mercados globales de productos, Uruguay es un país de agroindustrias. Algunas muy exitosas, otras con dificultades. Todas con el desafío de enfrentar costos muy altos en la comparación internacional.
La producción industrial del Uruguay cerró el año 2023 con un aumento del 2,5%, si se deja de lado la refinería de Ancap, que estuvo en los últimos meses parada por mantenimiento. Ese aumento se debe principalmente a la puesta en marcha de la segunda planta de UPM y al aumento de la producción de concentrados de bebida en la Zona Franca de Colonia (Pepsi). Si dejamos de lado estos sectores, la producción industrial cayó 3,1% en 2023 según las estimaciones que realiza el Centro de Investigaciones Económicas (CINVE).
El análisis es relevante porque está mostrando las dificultades que la industria en general enfrenta, más allá de la diversidad de situaciones entre los distintos sectores y empresas. E ilustra una tendencia en la dinámica de la competitividad industrial: para lograr inversiones competitivas y de alta escala e impacto, es necesario recurrir siempre -o casi siempre- a mecanismos de promoción de inversiones, como son las propias Zonas Francas o la Ley de Promoción de Inversiones, con la aprobación de proyectos por parte de la Comap. Sin estos regímenes, es muy difícil desarrollar industria.
Vale destacar que es sumamente positivo para Uruguay que las inversiones industriales en zonas francas se desarrollen; lo mismo para los proyectos Comap. Además de su impacto directo, las nuevas tecnologías y capacidades de montaje, instalación y mantenimiento en los nuevos emprendimientos, luego tienen externalidades positivas para el resto de las industrias y la economía.
Esta integración e interacción entre las distintas ramas de actividad le da dimensión real a la importancia del sector. Así como le ha sucedido al agro, la industria también es víctima de un análisis erróneo de las Cuentas Nacionales. En el PIB el agro es menos del 8% y la industria apenas supera el 10%. Pero su real dimensión es mucho mayor, como proveedores y demandantes de servicios de todo tipo.
Además, el desarrollo de nuevos productos industriales es promotor de innovación y desarrollo tecnológico. Solemos llenarnos la boca de la importancia que tiene invertir en ciencia y tecnología. Qué mejor manera de hacerlo que gestando una industria dinámica y competitiva.
Asimismo, hay que recordar la gravitación de las agroindustrias en la generación de empleo, tanto en número de puestos de trabajo como en la calidad del empleo: el sector Industrial paga salarios por encima del promedio de la economía. Y también como factor de desarrollo local y descentralización: son decenas las poblaciones en el Uruguay cuyo empleo depende en buena medida de alguna industria localizada en el lugar, que se constituye en importante -sino principal- fuente de empleo de alta calidad.
Dicho todo esto, el desempeño agroindustrial en el año 2023 ha sido variopinto. En el cuadro adjunto se ilustran los promedios anuales de producción por rubro en los últimos años, según la Encuesta Industrial del Instituto Nacional de Estadística (INE), que registra la facturación real en cada sector. De los datos surge un panorama general de escaso crecimiento, salvo sectores como la industria avícola, la aceitera y la mencionada celulosa. En el resto de los sectores hay crecimientos moderados o bajas, algunas fuertes.
¿Cuáles son las dificultades? Cada empresa es una historia, pero hay algunas cuestiones generales. Por un lado, los persistentes problemas de inserción internacional. Para promover empresas competitivas, y con capacidad de crecer con escalas que permitan reducir costos, tiene que haber acceso a grandes mercados. Y eso Uruguay lo tiene acotado: a pesar de la intención manifiesta de este gobierno, no se ha logrado grandes acuerdos comerciales con otros bloques, por las propias limitaciones del Mercosur y por la falta de socios proclives. Y el propio Mercosur, si bien es un mercado clave (en especial Brasil) tiene también algunas dificultades de acceso (recordemos que Argentina cobra el Impuesto País de 17,5% a las importaciones)..
Pero hay más: los costos básicos en cualquier proceso industrial son la energía y la mano de obra.y allí Uruguay tiene problemas de competitividad agudos. Que las retribuciones salariales mejoren en términos reales como sucedió en los últimos años, hay que celebrarlo. El problema es cuando la productividad no acompaña y -además- las empresas tienen que competir con pares en la región que tienen costos laborales mucho menores (a veces la mitad). Es el caso de varias agroindustrias. Cuando los molinos, los frigoríficos, las propias industrias lácteas, comparan costos con sus pares regionales, los sentimientos van del asombro a la desazón, porque las diferencias de costos en dólares son muy grandes.
Mayores aún cuando se comparan los costos de la energía. Si bien es cierto que Uruguay tiene menos recursos energéticos propios en comparación con nuestros vecinos - incluyendo Paraguay, que está lanzado a aprovechar al máximo su generación de energía hidráulica barata- las diferencias son enormes. Nuestro país amplió su matriz de energía renovable (eólica y ahora solar) pero los costos siguen muy altos.
Según SEG Ingeniería Uruguay tiene una tarifa de media tensión de 140 U$S/MWh, Brasil 123, Paraguay 39 y Argentina 38. Las diferencias son abismales, salvo con Brasil. Pero en ese país el mercado de generación está muy desarrollado y las industrias competitivas acceden a tarifas que son menos de la mitad de esa cifra.
En los últimos meses desde el Ministerio de Industria se ha promovido abrir más el mercado de la generación, con la posibilidad de contratos directos entre generadores y grandes consumidores. Es un paso interesante para liberalizar el mercado y un reconocimiento implícito de que el régimen general resulta tremendamente oneroso. Por otra parte, a algunos grandes consumidores con demanda estable UTE les ha aplicado rebajas; pero las agroindustrias (muchas zafrales) no tienen esos beneficios, lo que no parecería justo.
Por otra parte, la competitividad industrial está presente -para bien o mal- en las relaciones entre productores y agroindustrias. En las gráficas se ilustran los casos de frigoríficos y lácteos. No son datos comparables entre sí, pero sirven para el análisis. En el primer caso, en un período de tiempo corto, se ve que el margen industrial estimado por cada novillo (basándonos en el cálculo del Novillo Tipo de INAC) ha subido. Es margen bruto, con el cual la industria tiene que cubrir todos los costos (salarios y energía entre ellos) y obtener su renta. La tendencia puede deberse a la posición industrial más fuerte, cuando el mercado está a la baja (como sucedió en el período analizado); pero seguramente inciden también los mencionados costos.
En el caso de la industria láctea se muestra un período más largo, con una paulatina disminución en el margen industrial, que es mayor que en los frigoríficos por las características del producto y el costo de transformación. Cabe recordar que en este sector predomina Conaprole, cooperativa de productores. Esto seguramente puede explicar la tendencia, más allá de los referidos aumentos de costos a nivel industrial. En cualquier caso, los sobrecostos industriales (algunos muy altos), o complican a la industria o se trasladan al productor o al consumidor. No hay magia.
Perspectivas.
Con este panorama, no es de extrañar que esté latente y persistente la tendencia a comercializar -en mayor medida- materias primas sin elaborar o semi elaboradas, en detrimento de productos manufacturados. Si la transformación Industrial no es negocio, pues entonces no hay el tal valor agregado que muchas veces se asocia a la industria. Si los costos son extraordinariamente altos, la transformación manufacturera y los procesos industriales - tan virtuosos e interesantes en materia de complejidad y oportunidades de innovación- reducen el valor en vez de crearlo. Uruguay tiene allí un desafío importante. Hay que revisar regulaciones. la situación con el Mercosur, la carga tributaria, el funcionamiento de los regímenes de promoción y el rol de los monopolios estatales energéticos. Que no son un fin en sí mismo sino que tienen que estar al servicio del país.