Sitios arqueólogicos sin explorar en las costas del Río Uruguay
En las solitarias playas del departamento de Soriano sobre el Río Uruguay, en cada bajante el río nos muestra los vestigios de quienes habitaron estas costas, de quienes vivieron y murieron en esos lugares… Desde Punta Chaparro hasta el Arroyo Catalán, afloran restos de vasijas, puntas de flechas, restos humanos, y todo eso nos habla de un pasado que aún no ha sido estudiado.
Por Daniel Roselli
La cadena de playas que va desde la propia desembocadura del Arroyo del Sauce hasta el Arroyo Catalán, son lugares semi explorados y nada urbanizados (a excepción de la playa La Agraciada). Son cinturones de arena blanca, a veces fina, a veces gruesa, bañadas por el Río Uruguay que permanecen naturales, con la fauna y flora característica. Estos lugares son visitados u ocupados por pescadores furtivos, pescadores artesanales o por ocupantes en ranchos precarios.
Son lugares donde aún se siente la naturaleza en su mayor esplendor, que nos cobija o que nos castiga. Cuando el Río Uruguay se levanta, cuando sus aguas se agitan y el viento del sur estremece a los ceibos, los sarandíes, los laureles, esas playas azotan con la arena, y la marejada que estalla en la orilla se vuelve amenazante. Nada mejor que vivir -aún con miedo- una noche de tormenta en la costa del río para advertir nuestra insignificancia ante la naturaleza.
Pero cuando despunta el alba, cuando los rayos del sol atraviesan los árboles, y las marejadas de anoche son olitas que casi con delicadeza rozan la orilla. Pasada la sudestada la altura del rio comienza a descender y si las aguas bajan hacia la desembocadura en el Río de la Plata; las playas se ensanchan, las aguas se retiran y a la luz del sol quedan expuestas “cosas” que estaban bajo agua.
Rafael Jaime y vida junto al río
Quizás habrá otros como él, seguramente, pero Rafael Jaime conoce cada metro de arena de las playas y sus aledaños desde la misma playa palmirense Brisas del Uruguay hasta llegar al norte donde desemboca el Arroyo Catalán.
En una noche, en su casa, con cuchillos y puntas de flechas encontradas, EL ECO dialogó con este hombre de tez cobriza, de nombre Rafael Jaime, de 71 años de edad, quien nació en Nueva Palmira el 19 de abril de 1952. Fue el único que nació en el hospital palmirense, porque sus otros once hermanos nacieron en la Estancia de Seré (*) donde vivían.
Para reafirmar sus palabras también vale recordar los antecedentes de Rafael; su papá vino en barco, oriundo de Santa Clara de Olimar (departamento de Treinta y Tres). Su mamá era entrerriana y con ellos el campo y la costa se volvieron sus lugares más fieles, más vividos.
“Yo me crié en la Estancia de Seré, en la estancia de Arenal Grande. Allí me crié”, recuerda Rafael. A partir de los seis años fue a la Escuela 69 “fui a primero, pero enseguida tuve que salir a trabajar. A los nueve años ya estaba de peón en lo de Jesús Chá”. En esa etapa de su vida Rafael era analfabeto, recién aprendió a leer y a escribir cuando tenía 30 años y asistió a la Escuela 113, “Galmés me mandó. Yo trabajé once años en lo Galmés, en la estación y en el campo”.
La vida en la costa
Su infancia estaba llena de aventuras e historias que sucedían en la costa y se rodeaba de personas mayores. “Cuando yo tenía siete años mis hermanos me llevaban a cazar jabalíes. Y en aquel tiempo se quemaba mucho carbón, y de chico me iba con los carboneros, gente vieja, y ahí yo tuve una escuela, ¿me explico?”, dijo Jaime.
Hasta pasados los 20 años trabajó en los establecimientos rurales de la zona, y los fines de semana “cuando teníamos libre, nos íbamos a recorrer la costa. Y uno entrena los ojos para encontrar cosas. Porque allí en la costa, en la desembocadura del Arroyo Agraciada hay un asentamiento, allí aparece mucho material indígena”, dijo Rafael.
Entre sus hallazgos, recuerda que “una vez encontré una piedra, y se me dio por partirla, y adentro tenía una planta. Fue lo que más me llamó la atención. Y después los esqueletos en Tres Palos. Ahí hay un cementerio indio”.
Los vestigios de cacharros indígenas más grandes que ha encontrado, “es en Casas Blancas, en las bajantes”. Y donó al museo “Francisco Lucas Roselli” cráneos, dientes…
“Para mi encontrar una buena pieza indígena es como encontrar oro. Yo cuando veo una de lejos, ya sé qué es. Esto es de tanto andar, a mí nadie me enseñó, sólo cuando anduve con el Flaco Femenías en la Barranca de los Loros cuando vinieron los arqueólogos de Montevideo”, recordó.
Libras en el Catalán
Rafael Jaime en la larga charla que mantuvo con EL ECO, recordó que hubo varios grupos de personas que venían a buscar “cosas” de valor. “Una vez vinieron militares y mucho era porque en la boca del Catalán el padre del finao Carlos Malacria, el padre, encontró las libras de oro y las entregó al gobierno”.
Al sur de la desembocadura del Arroyo Agraciada
Jaime afirmó que en la desembocadura del Arroyo Agraciada hubo una iglesia y “mi madre venía a orar. Y cerquita de ahí también un asentamiento indígena. El material que se encuentra es increíble y bajás un poquito más al sur y hay otro. Cada 500 metros hay un asentamiento. Y los vi yo, no es que me hayan dicho”.
Y en los hallazgos encuentra diferencias, “en la hechura. En la boca del Agraciada se encuentra la olla dibujada y más al sur es muy difícil encontrar ollas con dibujos, muy difícil… Y también pedazos más gruesos, cómo decirlo, como si fuera de nichos, es material increíble de grueso…”.
En la desembocadura del Arroyo El Troche “mi padre decía que había como una especie de caja hecha de barro que se veía cuando había bajante. También ahí encontré dos esqueletos, y siempre enterrados hacia el oeste”.
Y también “uno entra a los campos, y encuentra puntas de flechas quebradas por todos lados. Y estamos hablando de tres kilómetros de la costa. En Villa Arena (ahora llamada Puntas del Arenal) mi padre encontró una pila de balas de cañón. En esos médanos se encuentra mucho material, y restos de ollas dibujadas…”.
(*) La Estancia Seré, en el año 1947 pasó a ser propiedad de Julio Mailhos y éste se la obsequia a su nuera Margarita Sagrera y luego ésta se la vende al condomio Gramont Barrandeguy, y luego queda solo en la Estancia Gramont (fuente Centro Histórico y Geográfico de Soriano). Como anécdota, allí los corrales tenían nombres con los que hicieron una canción y que la extensión de la estancia era de 3.333 hectáreas. Número identificatorio de la mazonería.