Opinión
Ni Marx, ni Rousseau
Hubo una época de nuestra historia, en que nuestros prohombres de las clases de posibles, sobre todo los que presumían de “leídos”, no podían hacer un discurso, pronunciar una disertación o aún sostener una simple conversación coloquial, sin citar algún pasaje de la cultura clásica greco-romana.
Así es que, con cierta sorna de criollo antiguo de la Banda Oriental, el General Rivera recibe una delegación de enjundiosos doctores provenientes de la otra orilla de levita y galera de felpa, bajo un frondoso árbol nativo y sin levantarse de su banquito los recibe con tono socarrón:
“Aquí me tienen, igualito que los griegos y los romanos, tomando mate bajo un Ombú…”
Y no es que don Frutos fuera un gaucho ignorante. Desconfiaba sí, que toda esa leguleyería, que adornada de citas clásicas escondía un arsenal de intereses y ventajitas para esta insaciable oligarquía portuaria que presumía de ser los padres de la patria recientemente independizada.
Era la gente que no entendió a Artigas y lo persiguió hasta su destierro. Y que a la postre, logró a la hora de la desgraciada derrota de India Muerta, también apresar al propio Rivera y llevarlo prisionero a la cárcel de Santa Cruz, en Río de Janeiro. No fuera cosa que estorbara a la hora de fijar los límites con el Imperio de Brasil.
Y hoy se perpetúa un mismo tipo de gente – que parecería que los genes mutatis mutandis se traspasan de generación a generación – y que siente un desprecio olímpico por todo aquel que no piensa como ellos ni comparte los intereses de sus bufetes.
Es casi inédito – por lo menos en los últimos años- lo que ocurre con el senador Manini y su movimiento artiguista de Cabildo Abierto. En su ácida crítica convergen relevantes figuras procedentes de puntos de partida tan opuestos: unos del corazón del PCU y otros del más rancio conservadurismo liberal. Y lo más triste que cualquier paisano de nuestra tierra, sin excesiva malicia, y sin caer en el mediocre lugar común de los extremos que se tocan, desconfiaría que se han dejado encandilar por igual, con el “poderoso caballero don dinero” que ostenta alguna firma forestal…
Pero en su afán de ser tenidos en cuenta, que no le hagan decir a Manini lo que nunca dijo.
Si quisiéramos resumir la posición de CA de cara a la realidad forestal lo haríamos con tres frases del propio general Manini que a pesar de repetidas no les gusta escuchar:
No nos resignamos a un interior vacío, en el que cada año dejan la actividad unos 1400 productores. Basta ver la realidad de caseríos y galpones abandonados en el medio de los montes.
Cada hectárea de eucaliptus en las mejores tierras fértiles de Uruguay, es una hectárea menos para cualquier tipo de producción de alimentos, que es lo que el mundo demanda, y demandará con más fuerza en los próximos años…
El proyecto de CA no prohíbe la forestación, sino que la circunscribe a las tierras apropiadas para ella que se aprobaron en la Ley Forestal de 1987.
Si otros sectores de la producción nacional recibieran los beneficios que recibe el sector forestal, no hubieran quebrado y se mantendrían más puestos de trabajo, se generarían más divisas, en definitiva, se apostaría a nuestra gente, se valoraría el capital nacional que es el que permanece en el país…
Hasta ahí el proyecto de Manini de país productivo que no tiene nada que ver con ningún presumido “modelo”, ni con Rousseau, ni con Marx.
El primero maneja aquel concepto de la “voluntad general” solo expresado por “la ley” que tiene que ser “general y abstracta”. Soberanía de la ley y no del pueblo, dado que éste rara vez sabe lo quiere y es necesario que alguien lo haga por él. Necesidad de guías que lo invoquen y actúen por él hasta para implantar el terror como con Chacho Peñaloza.
Un perenne tutelaje que lo mantenga sumiso y apartado de la cosa pública. El típico temor del pueblo que sentían los enemigos de Artigas y de Rivera.
Queremos terminar con una reflexión del clasicismo antiguo: los griegos sostenían que el orgullo es el arma que utilizan los dioses para perder a los hombres.