OPINION
Ricos vs pobres
El agotamiento de los discursos, al igual que los modelos políticos, es una realidad que indefectiblemente acontece, ya sea por la acción inexorable del tiempo o por el envejecimiento físico o mental de los manipuladores de ideas abstractas. Es un fenómeno que no tiene rango, golpea por igual a predicadores de ideas de izquierda como de derecha.
Pensemos en la otrora paradigmática Unión Soviética y su estrepitoso e inesperado derrumbe, de la cual ingenuamente se esperó, con paciencia casi religiosa, que pariera al “hombre nuevo”.
En el otro extremo se ubicaban los cultores de la “aldea global” y del “fin de la historia” que engendraron aquel famoso Consenso de Washington de triste memoria, donde su premisa mayor, la desregulación de las economías emergentes, actuó como un detonador a favor del retroceso social, del endeudamiento y por supuesto de la indecente dependencia de nuestras patrias.
Hoy, desde el FA en el llano, estridentes voces se preocupan por el impuesto a los sueldos públicos más elevados para colaborar con el Fondo Coronavirus. Y apelan al viejo recurso de la trillada dialéctica confrontativa entre ricos y pobres: “…a los ricos (el presidente dixit) no se los puede tocar, la crisis la va a pagar el pueblo…” afirmaba un diputado de la coalición de izquierdas, casi echando mano al sobado slogan, de pueblo y oligarquía. Y una exsenadora, con ribetes de académica, repetía: “…la crisis económica la van a pagar los trabajadores y el Estado. Nunca el capital…”.
Esta letanía de frases hechas constituye un intento inoportuno por revivir las épocas en que el Frente Amplio, liderado por el general Seregni, apostaba a un modelo de país más justo, con un perfil nacional y popular.
Esta tentativa desesperada de recurrir a la ya superada dialéctica marxista de la primera hora, vuelve a darle vigencia a discusiones de hace más de 50 años. Ludwig von Mises afirmaba en Buenos Aires que “la desdeñosa descripción del capitalismo por algunas personas como un sistema diseñado para hacer que los ricos se vuelvan más ricos y que los pobres se vuelvan más pobres, es errónea del principio al fin”.
En un extenso reportaje días pasados, en el diario El Observador, la periodista Rosina de Armas le pregunta al Senador Manini “si comparte que gravar el capital es amputar la posibilidad de quienes van a hacer fuerza para la salida de la crisis”. A lo cual el ex Comandante del Ejército le responde: “Cuando hablan de gravar el capital, yo miraría lo que hicieron en los 15 años que pasaron. ¿Qué capital gravaron? El gran capital tuvo más exoneraciones tributarias, más beneficios que nunca en la historia de este país. Creo que hay cierto oportunismo, cierta hipocresía en lo que se está planteando. Creo que el sector productivo tiene que ser el motor que saque adelante al país el día que empiece la recuperación. Si nosotros lo debilitamos, lo desplumamos antes de que llegue ese momento, va a ser mucho más difícil”.
Y más adelante la periodista insiste: “Pero gravar el capital es más abarcativo que gravar al sector productivo”. A lo que Manini responde: “Bueno, habría que ver. ¿Están hablando de las grandes empresas, como UPM o Montes del Plata? ¿De las grandes constructoras? Si es así, yo puedo compartir. Creo que UPM puede hacer un buen aporte en estos momentos. Creo que los bancos que han ganado decenas de millones de dólares con leyes aprobadas en los gobiernos del FA pueden hacer un gran aporte. Claro que sí. Pero hay que ver qué entienden por gran capital, porque después dicen vamos a gravar al sojero, al arrocero y al tambero. Si es el gran capital en serio, yo estoy de acuerdo en que hay que pedirle una colaboración en estos momentos tan difíciles…”.
Y nosotros agregamos que con el rótulo de “gran capital” a las agroindustrias nacionales dejadas en harapos, se pretende tender una cortina de humo para ocultar todas las dádivas y regalías que, a través de contratos indecentes, le aseguraron a voraces inversores que no vinieron a nuestra tierra a instalar pymes.
Llena de tristeza que una fuerza política que gobernó el país por 15 años, cuando todavía no transcurrieron dos meses de haber abandonado el poder, subestime tanto a sus compatriotas.