TERRITORIO, SOBERANÍA Y UPM
Marcelo Marchese
Para asegurar su dominio ante el enemigo portugués los reyes de España enviaron a estas tierras a Azara, quien debía poblar la campaña y en especial, el norte y para eso llevó a cabo un plan de colonización donde contó, entre sus subordinados, con el blandengue José Artigas.
De hecho, Artigas recibió, como otros, tierra gratuita para colonizar. Los españoles, en siglos de lucha con los árabes, habían descubierto que la mejor forma de asegurar el control de un territorio es con gente afín que lo defienda, y nadie defiende tanto un territorio como aquel que lo ocupa por ser su dueño. El propietario de tierras defiende a un mismo tiempo su tierra y su País. Aún hoy, algún Estado que pretende ampliar su área de influencia utiliza colonos. Es un recurso milenario y eficiente.
Nuestro País, en las últimas décadas, ha sufrido un peligroso proceso de abandono del campo. Esto ya preocupaba a Carlos Quijano en el año 61, y desde MARCHA denunciaba que sólo el 19% de nuestra población era rural. Hoy, desde este lugar, denunciamos que un 4% de nuestra población vive en el campo y mañana será un 3% si seguimos por este camino.
El problema de la pérdida del control del territorio se amplía con el problema de la soberanía alimentaria. Actualmente, China e India compran regiones enteras de África para producir alimentos, pues no es bueno depender de otro para la subsistencia. Además del riesgo de que un día te corten los víveres, hay un riesgo más inmediato y preocupante: pagar caros tus alimentos.
Afortunadamente comemos en general de lo que producimos. Criamos nuestras vacas, atrapamos los peces de nuestra costa y plantamos nuestras propias frutas y verduras. Si cierra un tambo cada dos días y una granja por día, tarde o temprano terminaremos pagando más cara la leche y las frutas y verduras, como de hecho viene sucediendo con las frutas y verduras que además, han perdido el sabor en un proceso muy preocupante, por no decir que uno las mira desconfiado sin saber cuánto servirá lavarlas (no sirve de mucho, pues hay químicos dentro).
Así que cada vez tenemos menos gente produciendo nuestros alimentos, que pagamos más caros y son peores, y esa gente, pequeños productores, tarde o temprano ya no vivirá en el campo ni del campo. Trabajará en alguna cosa en la ciudad, que vive del campo, pues come lo que el campo produce y exporta lo que produce. Las cosas que ese hombre sabe del campo por sus ancestros y por su experiencia, ya no las transmitirá, pues no serán necesarias. La inmensa cantidad de conocimientos que atesoraba aquel hombre, toda una herencia viviente de la humanidad, se perderá en la nada, pues a nadie será transmitida.
Esas cosas se aprenden viviendo en el lugar y trabajando en el lugar. Nadie conocía su tierra como ese hombre y su familia tenía ciertas virtudes raras en la ciudad, pues esa familia conversaba, estaban más unidos y cuando conversaban, también hablaban de cómo optimizar el trabajo, cómo hacer rendir aquella tierra. Era toda una célula productiva. En sus ratos libres, el adolescente empuñaba una guitarra y aprendía a ejecutar una milonga escuchada a sus ídolos, y al ritmo de esa milonga una familia sentía su tierra y con aquella otra familia y todas las de la región, generaban una sensibilidad.
Ahí tenemos la palabra sensibilidad que de alguna manera el autor quiere asociar con la palabra soberanía. La sensibilidad de nuestro País es el resultado de una compleja y profunda relación de la sensibilidad rural y la sensibilidad que se origina en el lugar que exporta su riqueza y donde se amortigua la cultura europea. No es malo tomar elementos de otras culturas, pues cada elaboración cultural es un bien de toda la humanidad y las culturas viven una constante interpenetración. El asunto es cómo se posiciona una cultura frente a las cosas que vienen de afuera, pues se trata de absorber todo lo bueno de tal manera de no arruinar al organismo que lo recibe. En ese proceso, la clave está en la sensibilidad.
¿Qué es entonces la sensibilidad? Es una forma de sentir el mundo sin la cual es imposible pensar el mundo y refiere a nuestra relación con cosas como el juego, el humor, el fuego, el sexo y la muerte. A lo largo del tiempo un grupo de personas en un lugar determinado, crea una sensibilidad regional y esa sensibilidad crea el arte de aquel lugar y determina su vocación política.
Entonces tenemos la vocación política de la gente cuando debe abandonar lo que es suyo, lo que nos lleva al problema de quién desalojó a aquel productor que ya no transmitirá sabiduría. La respuesta se llama “latifundio”. Menos personas, cada vez más, son propietarias de más tierra, y de esas personas, una minoría de extranjeros acapara medio País.
¿La mitad de Uruguay está en manos de extranjeros? En tierras sí, en otros principales rubros, la inmensa mayoría ¿Me estás diciendo que se expulsa gente del campo que ya no producirá alimentos para nosotros ni transmitirá sabiduría, para que se la apropien extranjeros que plantan soja y eucaliptos que exportarán ellos mismos? Sí. Esa es la triste realidad.
Existe una lucha por la tierra en la que los uruguayos venimos perdiendo y entre los principales propietarios, en el podio, se encuentra UPM con sus 280.000 hectáreas que crecen y crecen y van por más. El precio pagado por esas hectáreas está determinado por varios factores, pero uno principalísimo, es la existencia del productor nacional. La pérdida de ese productor nacional también afecta nuestra soberanía pues perdemos un elemento crucial en la lucha por la tierra.
Entonces la pregunta aquí es qué hace el Estado para frenar esta tendencia lamentable, y descubrimos que no sólo no hace nada, sino que incluso agrava el problema. El Instituto Nacional de Colonización en vez de estimular al colono, lo ahoga cobrándole renta. Se lo acogota, se lo expulsa y termina viviendo en un galpón.
Todo el resto de la política rural apunta a lo mismo: malos caminos, escuelas que sobreviven gracias a sus vecinos, policlínicas que cierran, comisarías que cierran, se complica mandar los hijos a la escuela y el pueblo tienta. Sumado a esto, y hablando de la inmensa mayoría de la población rural, impuestos muy elevados para lo que se gana y sobre todo para lo que se devuelve en actividades del Estado. Ni siquiera se persigue a las jaurías de perros que hacen destrozos. Es como la vuelta, más leve, al tiempo de la colonia y los perros cimarrones, a aquella colonia a la que vino Azara a resolver problemas políticos del imperio.
Y esta palabra nos lleva a que UPM, con los inmensos y desorejados beneficios que se le han brindado, comprará toda la tierra que crea pertinente y con certeza, en esa tierra no habrá gente. Habrá eucaliptos. No los comeremos, con lo que ya perdemos algo, pero serán muy benéficos para UPM. Para nuestra tierra al cabo de treinta años, no serán muy benéficos, y tampoco para nuestra agua. Un negocio genial. Llenamos el País con bombas succionadoras de agua y minerales, para que las exporte a modo de pasta de celulosa la principal latifundista del País.
Mientras perdemos territorio, perdemos a la gente que vive en el territorio y eso nos debilita en todo sentido, incluyendo que ya no habrá gente en aquel lugar haciendo las cosas del País y pensándolas. No habrá gente hablando de política al ritmo natural del País. Se romperá una dinámica familiar, se debilitará la vida social, se erosionará nuestra cultura como si a un tejido se arrojara ácido.
Sean las que fueren las propuestas a futuro para mejorar nuestra vida, deben incluir sostener al hombre de nuestra campaña y poblarla, pues eso nos enriquece y éste es uno de los motivos para apoyar la Reforma Constitucional que se votará el 27 de octubre del 2024, y que impedirá dar beneficios exorbitantes a quienes se apoderan de lo nuestro.