"Uruguay: Estrategias agropecuarias para un futuro resiliente y sostenible"
La agricultura del siglo XXI debe adaptarse al cambio climático mediante alternativas sustentables que reemplacen los combustibles fósiles y sistemas de producción que utilicen eficientemente el agua y el suelo.En América Latina y el Caribe (ALC) la actividad agropecuaria es un pilar clave para la economía de los países.
Representa entre el 5 y el 18% del PIB en 20 países de la región, y una proporción aún mayor si se tiene en cuenta la contribución más amplia de todos los sistemas alimentarios. Paralelamente el impacto del cambio climático es particularmente preocupante. Según el Banco Mundial, este sector produce, en promedio, el 24% de las emisiones de GEI.
El caso de Uruguay es particularmente interesante. El país está consolidado como un verdadero proveedor de productos agropecuarios contando con 16,4 millones de hectáreas dedicadas al uso agropecuario, lo que representa más del 90% de la superficie terrestre del país. Este sector constituye el 7% del PIB y sumando la contribución del sector agroindustrial, el valor supera el 15%, además de representar el 70% de las exportaciones. Para comprender la magnitud de este valor, en la Unión Europea, el sector representa según Eurostat (2022) solo el 1,4% del PIB total.
La importancia de la industria agropecuaria uruguaya en la economía es evidente, como así los riesgos que esto implica, sobre todo teniendo en cuenta las crecientes consecuencias que posee el cambio climático en el sector. La alta vulnerabilidad de la industria agropecuaria se hace crítica en Uruguay, debido a la gran sensibilidad existente a eventos climáticos extremos como las inundaciones, olas de calor, sequías, etc.
Modelos de producción que incorporan los efectos del cambio climático muestran una reducción significativa en el crecimiento promedio de los rendimientos agrícolas, el área total cultivada, la producción de cultivos y un déficit comercial en productos básicos como maíz, soja y trigo. La inclusión del cambio climático amplifica los efectos negativos sobre los precios y niveles de producción, sugiriendo una mayor exposición a la inseguridad alimentaria en la mayoría de los países de la región. En un artículo recientemente publicado en Nature, se estima que, a mediados de siglo, los dramáticos efectos del cambio climático a nivel mundial podrán causar daños valorados en US$38 billones por año, lo que subraya la magnitud del problema y la urgencia de encontrar soluciones efectivas y justas desde el punto de vista económico.
Para poder satisfacer la demanda de una población creciente, se recurrió a procesos de tecnificación y mejoramiento genético que implicaron el uso de paquetes tecnológicos con elevadas cantidades de agroquímicos y prácticas que degradan los suelos. Hasta los 90's los aumentos de producción se debieron 78% aprox. al uso de estos métodos, 7% debido a la mayor intensidad de los cultivos, y tan sólo 15% a la expansión de áreas sembradas. Sin embargo, en ALC la expansión de áreas sembradas, contribuyo en un 46%, debido a la disponibilidad de áreas, que incluyeron áreas desforestadas y zonas de importancia ecológica que se transformaron para uso agrícola sin planificación.
El aumento de la producción ya no podrá ser resultado de la incorporación de tierras agrícolas. Muchas de las estimaciones existentes señalan que la posibilidad de incorporar nuevas tierras agrícolas para el aumento de la producción total de alimentos será limitada. Aproximadamente el 38% del total de la superficie terrestre son tierras agrícolas. Si la productividad agrícola de la tierra se mantiene en sus niveles actuales, sería necesario convertir 6 millones de hectáreas de tierra (lo que equivale a la superficie de Noruega) en producción agrícola cada año hasta al menos 2030 para satisfacer la demanda (Economics of Land Degradation Initiative, 2013).
En países como Uruguay, a pesar de una estricta política de desarrollo agrícola sustentable y amigable con el medioambiente, el aumento de la producción agrícola de manera sostenible, tanto ambiental como económicamente, dependerá en gran medida de recursos económicos para inversiones en infraestructura, como acceso a agua para riego y vías que aseguren el suministro continuo de insumos de producción. Esto incluye tecnologías e insumos como variedades de cultivos adaptadas a condiciones de estrés, biótico o abiótico, y sistemas integrados de manejo de plagas necesarios para disminuir el uso de agroquímicos.
Un nuevo estudio de la Universidad de Cornell demuestra que la tecnología y gestión agrícolas avanzadas no solo pueden reducir las emisiones de GEI, sino que también pueden generar emisiones negativas netas, es decir, reducir más gases de efecto invernadero de los que añaden los sistemas alimentarios. La FAO, entre otros, destaca que este es el único sector que puede llegar a ser carbono negativo para el 2050.
La agricultura del siglo XXI debe adaptarse al cambio climático mediante alternativas sustentables que reemplacen los combustibles fósiles y sistemas de producción que utilicen eficientemente el agua y el suelo. La escasez de estos recursos subraya la necesidad de intensificar prácticas agropecuarias sostenibles para alcanzar la seguridad alimentaria. El acceso al crédito y políticas agropecuarias sólidas son esenciales para que los productores inviertan en sus sistemas de producción de manera rentable y sostenible, especialmente en mercados volátiles.
*El autor es ingeniero agrónomo, con una maestría en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Fue parte del Servicio de Extensión Rural perteneciente al Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural de Israel, actualmente ocupa el cargo de Director del Departamento de Relaciones Exteriores y Cooperación Internacional