Emprendedores revalorizan el trabajo granjero y aprovechan lo que antes se desperdiciaba
Dos emprendedores de Canelones vieron una oportunidad de negocio en un elemento que se desperdiciaba en el mercado.Uno de los filtros, y podría llamarse también “enemigo”, en el mercado hortifrutícola es la elección de frutas y verduras por estética, calibre y color. De una producción nacional de cebollas de 36 mil toneladas anuales, 4 mil toneladas por zafra se llegan a tirar por ese problema, con las pérdidas del caso, contó a El Observador Ángela Bernardo, emprendedora del rubro en Canelones.
En ese problema y buscando revalorizar el trabajo granjero, que lleva en sus familias más de 50 años, Ángela y su esposo Patrick Arbelo encontraron una oportunidad de negocio, y se pusieron al hombro un proyecto con el que buscan potencial la economía de las zonas rurales de Canelones, trabajar entorno a la economía circular y ofrecer productos innovadores, como las verduras en diferentes formatos: frescas, en puré, congeladas y hasta en polvo.
Incluso, encontraron una oportunidad en la cáscara de cebollas, algo que antes no se utilizaba para nada.
Familia granjera
Por la década de 1970 las familias Arbelo y Bermúdez comenzaron a plantar cebollas en San Jacinto, Canelones, en un tiempo en el que hubo una reconversión de la zona. Junto a técnicos y profesionales fueron perfeccionando sus cultivos y sumando las plantaciones de otros rubros hortícolas, ajo y zanahoria.
Fue en 2014 cuando, junto la familia Bernardo, trabajaron y registraron en el Instituto Nacional de Semillas (Inase) la variedad de cebolla Arber, una semilla que hasta el día de hoy ha pasado de generación en generación, como un legado familiar, comentó Ángela.
Para revalorizar el trabajo de sus antepasados, Angela, que es ingeniera química, junto a su esposo, electromecánico y trabajador del rubro hortícola de toda la vida, decidieron crear una planta agroindustrial para procesar todas aquellas cebollas que el mercado no pagaba.
Primero comenzaron estudiando la composición química de las cebollas, viendo qué potencial tenían y cuán beneficiosas eran como fuentes de antioxidantes, azúcares naturales, fibras y minerales.
De esa manera comenzaron a pensar en productos innovadores como concentrados de cebolla y puré, luego sumaron otras verduras como ajo, morrón y calabaza, y de a poco crearon una industria con la que trabajan varias familias de la zona.
Además de los productos, crearon un secadero solar de 160 m2 para deshidratar las verduras, algo que se impulsó junto a un grupo de mujeres rurales de San Jacinto, que también acuden al lugar a trabajar.
Actualmente, la empresa familiar no solo cuenta con sus cultivos, sino también con un molino y con el secadero sustentable y un área de I+D+I donde desarrollan nuevos productos incorporando compuestos bioactivos beneficiosos para la salud.
Algunos de los nuevos desarrollos en los que están trabajando ahora son polvos, como por ejemplo harina de polvo de zanahoria, harina de semillas de calabaza y harina polvo de la cáscara de cebolla.
De San Jacinto al mundo
Según explicó Ángela, los productos se comercializan para la industria gastronómica en varios departamentos. Pero en su proceso de trabajo los emprendedores se acercaron al programa de apoyo a emprendimientos, Sembrando, encabezado por Lorena Ponce de León, y los productos fueron presentados en Anufood, una feria internacional de gastronomía que se realiza en Brasil. De esa manera y con un apoyo muy valorado por todo el equipo familiar, lo que nació en San Jacinto salió a explorar el mundo, en miras de algún día poder exportar, comentó.