La columna de Gonzalo Gutiérrez
Las bases del futuro Uruguay agrícola
La agricultura uruguaya tuvo un arranque complicado en 2020. Nos encontramos con una sequía que se llevó casi un tercio de la producción de soja, pero el mismo clima nos permitió una implantación soñada de los cultivos de invierno. A su vez, los precios de los granos no son tan bajos como los del año anterior y nos dieron algunas oportunidades comerciales nada menores, especialmente en cebada.
Eso sucedió más allá de que los agricultores uruguayos siempre son lentos para captar precios altos. Pero la oportunidad estuvo, y eso sin dudas ayuda a aprender lecciones sobre cómo posicionarse para el futuro.
El gobierno hizo cuanto pudo en este corto plazo para ordenar la casa (donde reinaba un gran desorden) y ahora tratará de poner en línea su agenda, una vez pasado lo peor de la emergencia sanitaria. No la tiene fácil porque los recursos son escasos y los tiempos apremian. La actual administración tiene un excelente balance entre saber escuchar, implementar y tener desarrollo estratégico en las cosas que importan. Pero hay que moverse con mucha velocidad para lograr cambios que se noten y que tengan peso en las próximas elecciones.
Una de las mayores lecciones que tiene para aprender el Uruguay sobre los últimos años es cómo se gestionan los riesgos productivos y comerciales en el sector agropecuario. Empecemos por lo obvio: en agricultura el problema es cuánto se produce (riesgos productivos) y a qué precio se vende (riesgos comerciales y de precio). Nuestra aproximación —como país— a solucionar ambos problemas es excesivamente lenta y no logra los resultados esperados.
Tenemos problemas de productividad asociados al desgaste del recurso suelo, por lo que hay que mirar si el esquema de beneficios y castigos en el cuidado del recurso está haciendo lo que se pretende hacer. En todo caso, las autoridades deberían darle la máxima prioridad a todo cuanto se pueda hacer para estabilizar el sistema y evitar que se siga perdiendo el talento humano y empresarial que hace girar la agricultura. Y esa discusión tiene que darse en el marco de superar ciertos tabúes que a un liberal le pueden caer mal, pero que pueden ser necesarios para resolver el problema.
Varios pronósticos empiezan a hablar de un posible evento Niña para la primavera e inicio del verano. Los eventos sistémicos suelen ser complicados para la agricultura estival uruguaya. Como país, ¿vamos a esperar a tener el problema encima o vamos a empezar a desarrollar soluciones para los sectores que más se impactan con este tipo de eventos? Y cuando nos encontramos con escenarios de precios que son demasiado buenos para durar, ¿por qué no establecemos redes de protección para un mejor manejo de la otra parte de la ecuación agrícola que son los precios? Uno de los eternos dilemas que inmoviliza a los agricultores es que no venden hasta no ver el cultivo sembrado, pero para entonces capaz que los precios ya no son los que eran y pasan de ganar a perder plata con un cultivo. Ese problema tiene solución (no estamos inventando nada nuevo) y hay que ponerse a desarrollar sistemas para implementarlo. Y ya vimos que pasa cuando eso se deja solo en manos de la iniciativa privada: se resuelve, pero de forma asimétrica entre las partes.
La base del crecimiento de un país no pasa solo por la competitividad en su forma clásica, bajando costos y mejorando infraestructura. Pasa también por desarrollar herramientas que permitan gestionar mejor los peligros de la producción y comercialización a largo plazo, donde tenemos que transformar el hecho de que somos un país chico en una ventaja. Y no es un proyecto de un año, sino de varios: evitar que se sigan muriendo empresas agropecuarias por una gestión indebida de sus riesgos (muchas veces enmascaradas por problemas de acceso al crédito). Vivimos en un esquema agrícola que es un coloso con pies de arcilla, donde pensamos que la estructura de contratos actuales es suficiente para salvaguardar a quien presta dinero, y estamos muy lejos de tener un sistema eficiente y sostenible.
Ese diálogo social que propongo tiene que empezar por el planteo de soluciones de corto plazo: se juega el verano, pero hay que empezar ayer para diseñar y poner en marcha los mecanismos que se necesitan para protegerse de nuevas catástrofes. Que van a venir nadie lo duda, el asunto es qué tan preparados nos encontrarán.