Agroquímicos: un problema que mejora pero no termina
Con mercados y consumidores cada vez más exigentes se busca reducir su uso, aunque los controles siguen siendo escasos
De los 17,6 millones de hectáreas que tiene Uruguay, 16,4 millones están dedicadas al sector agropecuario. En las últimas dos décadas el país tuvo lo que se denominó una “revolución agrícola”, por la explosión productiva que experimentó principalmente la agricultura liderada por el commodity que se volvió estrella: la soja.
Esta semana, un contenedor de naranjas uruguayo rechazado en Italia por contener residuos de un pesticida 10 veces por encima de lo permitido por la Unión Europea, pero habilitado para su consumo en Uruguay, despertó la inquietud de muchos consumidores sobre qué tipo y cantidad de agroquímicos tienen los alimentos que se producen en el país.
El boom sojero
La superficie sembrada de soja pasó de 28.900 hectáreas con una producción de 66 mil toneladas entre 2001-2002, a un área de 883.700 hectáreas una década después, alcanzando una producción de 2,1 millones de toneladas. Con los precios por las nubes, el área de soja siguió creciendo hasta pasar el millón de hectáreas y superar en tres millones las toneladas producidas en la última zafra. Sin embargo, este trascendental cambio productivo arrastró consigo sus contradicciones y efectos secundarios: el abuso en la aplicación de agroquímicos.
El director de Servicios Agrícolas del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), Federico Montes, dijo a El Observador que “obviamente” durante el boom agrícola hubo un uso mayor de agroquímicos, pero a partir de 2016 se dio una disminución significativa que se dio por varias razones.
Esta reducción, consideró, estuvo relacionada claramente a la reducción del área de cultivo de la soja –que también sufrió una baja sustancial de precios en los mercados–, fundamentalmente respecto al boom de 2010-2013.
“La segunda explicación tiene que ver con que empezamos a mejorar el registro de la calidad de los agroquímicos. En los momentos de auge se podían encontrar en el mercado agroquímicos que eran de calidad media o baja” que vendían empresas “golondrinas” que requerían mayores litros de aplicación por hectárea. “Hoy hay 10 o 12 empresas menos de venta de agroquímicos”, aseguró Montes.
Un estudio del MGAP arrojó que hubo una reducción entre 2016-2018 de 29% en el uso de productos, con base en la importación de dichos activos, aunque también hay que matizar que hubo un descenso en el aérea agrícola durante ese período. En Uruguay, el 70% del uso de agroquímicos es en herbicidas, principalmente glifosato.
“El modelo prácticamente de monocultivo durante ese período de 2012 a 2014 llevó a que los suelos fueran solamente rotados con soja”, recordó. Esto porque la tierra se comienza a preparar en primavera con herbicidas para su siembra hasta su cosecha en otoño (marzo-abril). Luego, “esos suelos quedaban vacíos, se producía un mayor crecimiento de maleza y más requerimientos de herbicidas”, explicó Montes.
En este sentido, el jerarca comentó que a partir de un crecimiento de los cultivos de invierno como la canola y el trigo, o el aumento de los de verano como el maíz y el sorgo, se disminuyó también la maleza y por ende la necesidad de usar una menor cantidad de agroquímicos.
Lo visible a los ojos
Así como ocurrió con la aparición de las cianobacterias en las diferentes playas, ríos y arroyos el último verano, esta semana el contenedor de 23 toneladas de naranjas provenientes de Uruguay que fue rechazado por Italia volvió a encender la alarma colectiva social sobre qué contienen los alimentos que se producen y consumen en Uruguay.
Los residuos de plaguicidas en frutas y verduras en el país tienen que cumplir con las exigencias del Codex Alimentario, normativa adoptada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero los controles son para algunos productos y existen diferencias relevantes en el número de muestras año tras año.
Según informó La Diaria, los controles realizados por la Intendencia de Montevideo en 2013 arrojaron que 10% de las muestras no cumplieron con los límites máximos de residuos (715 muestras), mientras que en 2017 hubo un solo incumplimiento, pero se tomó un número de muestras dos veces menor (342).
Las muestras que son tomadas de forma aleatoria provienen del Mercado Modelo y son analizadas en el Laboratorio de Bromatología de la (IMM). En los años 2015, 2016 y 2017 –para 2014 no se tienen datos– todas las muestras cumplieron con la normativa del Codex.
Sin embargo, si se comparan los niveles de plaguicidas hallados con los estándares de la Unión Europea –que son mucho más exigentes que los de Uruguay–, el porcentaje de muestras que no cumple con estos niveles fue de 11% en 2015, 6% en 2016 y 11% en 2017.
El científico e investigador del Centro Latino Americano de Ecología Social (Claes), Eduardo Gudynas, dijo a El Observador que por más que la empresa que tuvo el problema con el contenedor de las naranjas no utilice Fentión –información que maneja el MGAP– desde hace más de un año, “el problema es que efectivamente alguien sí lo está usando”.
“La impresión que uno tiene es que el gobierno no logra aplicar correctamente los controles de aplicación de químicos y su impacto ambiental. Al ciudadano y al vecino común le queda esa idea cuando estos problemas cobran trascendencia a partir de que alguna agencia externa al país hizo el monitoreo”, comentó el especialista.
Para Gudynas, solucionar el problema de toda el área de control de aplicación de agroquímicos y de la calidad de los alimentos –para personas y animales– debe ser transferida a un nuevo Ministerio de Medioambiente, a razón de que la misma cartera que promueve los paquetes tecnológicos agropecuarios es el que se encarga de realizar los controles.
“Las regulaciones para los alimentos siempre vienen por detrás de la evidencia científica de riesgos o de impactos certeros, que además son dos conceptos diferentes. La tendencia es promover esos alimentos sanos que no tengan ese tipo de químicos, porque no vale la pena correr el riesgo. Estamos hablando de pequeños trazos de químicos en los alimentos, que si uno los consume 30, 40 o 50 años no es fácil determinar la incidencia de tener una afectación negativa. Dos ejemplos son el cigarro y el glifosato”, expresó.
Por su parte, Montes señaló que a partir de políticas como el monitoreo satelital –en convenio con la Asociación Rural de Soriano (ARS)– o el plan de uso de manejo de suelos, en los últimos años comenzó a haber un “equilibrio y se comenzó a ordenar la utilización de agroquímicos”.
Apostar a lo orgánico
Además del caso de las naranjas, hubo otros casos en los que mercados de países desarrollados rechazaron envíos uruguayos. En 2012 una exportación de manzanas a Brasil se trancó al encontrarse una larva y en 2016 las autoridades sanitarias de EEUU detectaron carne vacuna uruguaya contaminada con Etión, un plaguicida de uso veterinario, que genera resistencia en los animales y cuya utilización está prohibida en ese país.
Pero el sector más golpeado por el uso de agroquímicos ha sido el de los apicultores, que después de que en Alemania se detectaran rastros de glifosato en 2016, el principal mercado al que exportaba miel Uruguay se cerró por no cumplirse con los parámetros sanitarios exigidos por la potencia europea. Los apicultores uruguayos llegaron a denunciar en julio de este año tener 12.000 toneladas de miel “de clavo” por culpa del glifosato (producto que no es usado para la producción de miel).
De todas formas,el consultor en sistemas de gestión y de buenas prácticas agrícolas, Sebastían Elola, expresó que en Uruguay hay un importante avance y un crecimiento paulatino en la superficies con certificación orgánica amparadas en normas internacionales (sobre todo en ganadería y apicultura).
“Esto responde a que en todo el mundo se están pidiendo alimentos orgánicos, tanto por el impacto ambiental como por el alimento de las personas. Si bien al incrementar las normas orgánicas en algunos rubros baja la producción, en general, se compensa con sobreprecio. Lo orgánico representa una oportunidad desde el punto de vista ambiental y económico muy grande para Uruguay, que está subexplotada”, sugirió.
Plan de confusión sexual como alternativa
En octubre de 2018, el programa Manejo Regional de Plagas, implementado por productores de varios departamentos, que controla en forma biológica la producción en montes de frutales de hoja caduca, peras, duraznos, manzanas, ciruelas y membrillos tuvo un importante impacto. Según el ministro de Ganadería, Enzo Benech, el 90% de los productores de fruta redujeron las aplicaciones de agroquímicos de modo significativo gracias al programa. El control de la plaga se basa en la práctica de confusión sexual, que consiste en la colocación de varios dispositivos emisores de feromonas con el fin de confundir a los machos en busca de reducir las posibilidades de reproducción y los niveles de la plaga.
Diario EL OBSERVADOR - Montevideo - URUGUAY - 12 octubre 2019