ser diferenteNo ser indiferentes siempre ha sido clave para el futuro

Gualeguaychú tiene una marca distintiva: el ejercicio de la responsabilidad colectiva ha sido parte de la construcción de ciudadanía y siempre fue potente para asumir el desarrollo de las grandes causas de la comunidad.

Esto se vivencia no sólo (aunque fundamentalmente) en el respeto por la democracia; sino también en las grandes luchas que el conjunto de la ciudadanía ha asumido orientando y sosteniendo la necesidad de establecer políticas de Estado en determinadas materias.

Como ejemplo más cercano está el amparo ambiental contra el barrio fluvial Amarras que impulsa una empresa de desarrollo inmobiliario privado con un apoyo casi incondicional de la Municipalidad de Pueblo General Belgrano tanto en la gestión de Jacinto Chesini y de Mauricio Davico: que en ese punto en nada se diferencian.

Otro ejemplo vinculado con el ambiental es la ya proverbial lucha contra la contaminación de las pasteras que se encarna en la presencia nociva de UPM (ex Botnia) y que ha tenido alcances internacionales en materia de Justicia y consecuencias legislativas; porque de esa lucha surgieron varias leyes de protección al ambiente. Será otra discusión si esas leyes se aplican o no.

Otra muestra de la potencia del ejercicio de la responsabilidad colectiva –que además requiere de la perseverancia porque el poder especula con el cansancio ciudadano- ha sido la Ordenanza que prohíbe el glifosato y que alumbró el horizonte hacia una alimentación sana, solidaria y sin agrotóxicos.

Las expresiones de esta responsabilidad colectiva no sólo se visualizan en materia ambiental, que en el caso de Gualeguaychú es un ejercicio cotidiano del diálogo entre las distintas generaciones. También se registran hechos de esta responsabilidad, que por su uso cotidiano no han dejado de tener trascendencia.

En ese marco debe inscribirse la Ruta Nacional N° 14, hoy Autovía Gervasio Artigas; la conexión física hacia Buenos Aires; el puente vinculante con la orilla Oriental del río Uruguay a través del enlace “General San Martín”. Y fronteras adentro, la política de Estado que ha permitido transformar algunas obras en reales espacios de integración: el entubamiento del Canal Clavarino, la avenida Parque y sus continuidades, son otro ejemplo claro de la responsabilidad colectiva que permite exigir y colaborar para los mejores propósitos de la sociedad.

Y en un terreno no tan tangible, Gualeguaychú también ha dejado esa marca colectiva de la responsabilidad a través de su histórico Frigorífico; la Caja de Créditos, las consecuencias con el Banco Mesopotámico o sus instituciones intermedias y gremiales como la Corporación del Desarrollo, el Centro de Defensa Comercial e Industrial, su Cuartel de Bomberos Voluntarios, la Cooperativa Eléctrica, en su momento (más allá de este presente) la cooperativa tambera. Es decir, más allá de sus resultados económicos o financieros, han sido, son y serán instituciones que forman parte de una manera de concebir el desarrollo con responsabilidad colectiva.

Por eso se sostiene que la responsabilidad colectiva es un ejercicio diario, cotidiano, pero trascendente. Su expresión en modo alguno eclipsa el rol del Estado o de otras instituciones de la sociedad (como las vinculadas con el mundo económico o productivo) y apela siempre a ese esfuerzo compartido, sin cuyo aporte tornaría aún más imposible vivir en una democracia o en un ambiente más sano o aspirar a un futuro más justo.

En Gualeguaychú se sabe que la responsabilidad colectiva además de una tarea cotidiana, no depende de nadie, excepto de los propios vecinos. Es la sumatoria de responsabilidades individuales. Y siempre debe tener –a la corta o a la larga- su correlato con el Estado.

Otro ejemplo será más pedagógico: el Estado Municipal cumple con la recolección de residuos domiciliarios. Pero sin los vecinos no ejercen la responsabilidad individual y crean micro basurales, altera una convivencia en comunidad. ¿Se entiende? A veces no depende solo del Estado y siempre dependerá del ciudadano. Lo mismo ocurre en materia ambiental: se requiere además de un Estado presente, que las empresas y los sectores productivos sean responsables con la vida y la biodiversidad y que los individuos no alimenten un consumo desenfrenado y siempre desmedido e inútil.

Siempre –enseña la Iglesia- el silencio y la indiferencia frente al sufrimiento encuentran explicación en la irresponsabilidad y en la indolencia que implica el desconocimiento de las elementales normas de convivencia.

La responsabilidad colectiva es un deber incuestionable, pero también es una actuación solidaria frente al prójimo. Para ello se requiere del ejercicio de una actitud frente al semejante que sea al mismo tiempo tan plural como inclusiva. La cooperación, la solidaridad y la reciprocidad son indispensables: como también es indispensable no abusar –a veces casi parasitariamente- de esos valores. Quien recibe el beneficio, también debe beneficiar a otro en algún momento.

Se trata de un compromiso no escrito, pero tan necesario y robusto que permite generar consecuencias positivas, porque siempre será fortalecer el bienestar social y la protección recíproca.

En estos tiempos de pandemia por el coronavirus, la palabra solidaridad se ha expresado en casi todos los sectores, no sólo en el campo sanitario. Se sabe que la solidaridad para que sea una protección, tiene que ser reflejada en aquellas actitudes que permitan producir consecuencias sociales a favor de la sana convivencia. Y es en ese actuar diario donde se construyen las condiciones sociopolíticas de inclusión, igualdad y equidad que luego se profundizarán con la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos. Con otro resultado favorable: ese ejercicio colectivo de la responsabilidad es una herramienta pedagógica formidable para las futuras generaciones.

Diario ARGENTINO - ARGENTINA - 06 Julio 2020