Santa Lucía el ríoUna “bomba de tiempo”: la alta contaminación en el Santa Lucía, el río que abastece de agua a Montevideo

El gobierno pone todas las fichas en el Santa Lucía, con una nueva planta potabilizadora y una represa. Los científicos alertan por la contaminación y dicen que hay que tomar medidas. ¿Cómo está la cuenca y qué impacto tendrán las obras?

El debate Arazatí versus Casupá ya quedó atrás. Es decir, la polémica sigue planteada (de hecho, hay diferentes posturas técnicas y políticas sobre el tema) pero la realidad indica que el gobierno de Yamandú Orsi ha decidido poner todas las fichas en la cuenca del Santa Lucía para el abastecimiento de agua potable en Montevideo y el área metropolitana: en lugar de la megaobra en la costa de San José para tener una fuente alternativa —el proyecto Neptuno, que pretendía instalar una planta potabilizadora a orillas del Río de la Plata, impulsada por el gobierno de Luis Lacalle Pou—, la nueva administración acordó con el Consorcio Aguas de Montevideo la construcción a partir del próximo año de una segunda planta potabilizadora muy cerca de la histórica de Aguas Corrientes, que producirá unos 200.000 metros cúbicos diarios (los que se sumarían a los 700.000 que se generan en la planta original), además de una reserva de agua bruta y planta potabilizadora en Solís Chico para parte de la Costa de Oro.

En forma paralela, y por fuera del acuerdo con el consorcio empresarial que iba a construir Arazatí, se prevé concretar la obra de la postergada represa en la zona de Casupá (tan postergada que, igual que Arazatí, hay informes que la recomiendan desde hace unos 50 años), la cual se supone aumentará la reserva de agua bruta para el Santa Lucía. Pero habrá que esperar, en ese caso será un proceso lento: OSE recién acaba de hacer un llamado para la precalificación de empresas y, tal como público El País, el secretario de Presidencia Alejandro Sánchez pidió a las autoridades de la empresa pública y del Ministerio de Ambiente que no sea “otro Antel Arena”, en relación a los costos de ese proyecto. La construcción de la represa recién se iniciaría en 2027 y, con suerte y viento en la camiseta, estaría pronta al final del período de gobierno.

Ahora bien, algo de lo que hoy se habla poco: ¿cuán contaminado está el castigado río Santa Lucía y qué impacto ambiental tendrán estas obras?

Primero repasemos algunos datos básicos. Hoy la seguridad del abastecimiento depende de la cantidad y de la calidad del agua del río Santa Lucía que se toma en la planta potabilizadora de Aguas Corrientes en el departamento de Canelones. Desde allí se envía el agua potable a Montevideo, Ciudad de la Costa, Canelones, La Paz, Las Piedras, Progreso y otras localidades del área metropolitana. Más de la mitad de la población del país. Toda esa región consume cerca de 600.000 metros cúbicos de agua potable por día —en verano en algunos días puntuales puede llegar a 700.000, que es lo máximo que hoy produce Aguas Corrientes—, lo que equivale a una superficie similar a la cancha del Estadio Centenario con 80 metros de alto, tal como se reseña en un documento elaborado por el ingeniero Danilo Ríos, exgerente general de OSE entre 2007 y 2015. Pero —el dato que más duele— cerca de la mitad de esa agua se pierde por caños rotos, según datos históricos que maneja la empresa pública.

La reserva de agua del sistema es brindada hoy por la represa de Paso Severino y por el embalse de Canelón Grande, con 67 millones y 20 millones de metros cúbicos en cada caso. Casupá agrandará en 118 millones esa reserva.

La contaminación en el Santa Lucía

“La cuenca está cada vez más enferma”, dijo en mayo de 2023 el anterior alcalde de Santa Lucía, Leonardo Mollo, en plena crisis hídrica, en una entrevista en radio Uruguay. El funcionario denunció en aquel entonces “el modelo productivo de la zona y la extracción de recursos” que afectaban al río. El nuevo alcalde, Cristian “Titi” López, dice a El País que “estamos a tiempo de recuperar el río” pero alerta que, a pesar de los problemas ambientales, la Comisión de la Cuenca del Santa Lucía “se reunió poco en el último período”, lo que espera que cambie en estos meses.

El ingeniero Ríos resume: “Tenemos el agua que nos merecemos, si no sabemos cuidarla”. El biólogo Luis Aubriot, profesor adjunto del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias, dice a El País que algunas zonas del Santa Lucía tienen una contaminación “relativamente alta” desde hace más de 20 años y que eso “debe irse corrigiendo, como se ha intentado hacer hasta ahora, pero tiene que intensificarse”. Y el geógrafo Marcel Achkar, docente e investigador de la Facultad de Ciencias, opina que “estamos a tiempo de hacer que la situación no sea irreversible” pero aclara que es una carrera, “es una bomba de tiempo que está ahí, si no se atiende”. Por último, Pablo Mateos, director de Gestión Ambiental de la Intendencia de Canelones, admite que los niveles de afectación de la calidad de la cuenca del Santa Lucía no son “los deseables” de acuerdo a los monitoreos permanentes pero al menos valora que en los últimos años no han empeorado: se han mantenido estables.

Ni las autoridades del Ministerio de Ambiente ni las de OSE aceptaron realizar declaraciones para esta nota.

Un documento del Plan de la Cuenca del río Santa Lucía, difundido en 2023, indica que el fósforo total es el parámetro que registra menor cumplimiento del estándar de calidad en las cuencas del Santa Lucía: todos los puntos monitoreados presentan niveles por encima del umbral establecido por decreto: 0,025 mg/l. Lo mismo indican los números más actuales disponibles en el Observatorio Ambiental Nacional del Ministerio de Ambiente.

Un informe publicado en junio por la Intendencia de Canelones, con datos de todo el departamento, dice que “resulta particularmente crítica la situación respecto al fósforo total” y explica: “Aunque el fósforo no presenta toxicidad directa para la salud humana, concentraciones tan elevadas resultan determinantes de procesos de eutrofización severa, con importantes implicaciones ecológicas y sanitarias”.

El río Santa Lucía y sus principales tributarios “dan cuenta de un estado general eutrófico”: como explica el reciente documento de la Intendencia de Canelones, la “eutrofización antrópica representa el desafío ambiental más crítico y extendido para los ecosistemas acuáticos contemporáneos”; es un fenómeno caracterizado por un enriquecimiento excesivo de nutrientes (principalmente fósforo), cuya consecuencia es la “proliferación descontrolada de productores primarios (plantas acuáticas, algas y cianobacterias), generando fluctuaciones extremas en las condiciones ambientales, episodios de anoxia, producción de toxinas, mortandades masivas de organismos acuáticos y pérdida de biodiversidad”. Los monitoreos indican que los tramos más altos del río Santa Lucía y Santa Lucía Chico “en general se encuentran en el nivel mesotrófico, con mejores niveles de calidad”, mientras que en el otro extremo en los arroyos Colorado y Canelón, existen “tramos o cursos hipereutróficos”. De todos modos, las cianobacterias hoy aparecen a la vista en episodios puntuales en el río, salvo en los embalses productivos.

En 2013 hubo un episodio muy fuerte que dejó varios días a Montevideo con problemas de mal sabor y olor en el agua potable y se supone que el problema vino de una descarga de un embalse. “Ahí OSE comenzó a tomárselo en serio”, recuerda Achkar, “empezó a trabajarse con otra lógica”.

A la vez, el vertido de contaminación orgánica ha provocado disminución de oxígeno disuelto en el agua, con “perjuicios para los microorganismos que la consumen”. El parámetro que indica contaminación orgánica es la Demanda Bioquímica de Oxígeno. Los estudios muestran que los arroyos Las Piedras-Colorado y Canelón Chico registraron niveles que superaron el estándar mínimo en el 27% y 40% de registros, respectivamente.

Si vamos a los datos de todo el departamento, el informe de la intendencia de junio dice que en cuanto a los niveles de oxígeno disuelto, el 64 % de las muestras analizadas cumplieron con el estándar mínimo establecido por la normativa (5 mg/L). Sin embargo, más de un tercio de las mediciones registraron bajos niveles o ausencia absoluta de oxígeno disuelto.

En cuanto a los coliformes, el informe de 2023 muestra que, si bien hay concentraciones que superan el estándar, los valores de las medianas son significativamente inferiores, excepto en la subcuenca del arroyo Colorado.

Las "presiones" sobre el río Santa Lucía
Los datos muestran que no es bueno el panorama en la cuenca que abastece a Montevideo, eso está claro. Y, de hecho, OSE ha ido adecuando sus métodos de tratamiento del agua de acuerdo a los niveles de contaminación. Pero, ¿cuáles son las razones de fondo de todo esto? Hay una lista de lo que los expertos llaman “presiones” sobre el Santa Lucía, es decir los múltiples factores que contribuyen a la contaminación: agricultura extensiva (“es el sector que genera más aportes difusos en la cuenca”, dice Aubriot), vertidos urbanos por la falta de saneamiento de algunas localidades, vertidos industriales, areneras y también los residuos de la actividad lechera (ver recuadro más abajo). En ese diagnóstico coinciden Aubriot, Achkar, Mateos y buena parte de los especialistas.

Los tajamares son otro de los factores que contribuyen a la contaminación, especialmente en épocas de lluvias intensas. “Son estructuras de agua estancada con muchos nutrientes, y cuando llueve se desbordan”, explica Achkar. “En periodos de sequía, el agua del Santa Lucía queda estancada o circula mucho más lento. Si antes hubo lluvias fuertes que arrastraron nutrientes desde tajamares o campos, ese material queda allí; cuando llega el verano con altas temperaturas y poco viento, se generan las floraciones”.

Se calcula que en la cuenca hay más de 500 embalses para riego y para abrevadero para el ganado, sobrecargados de nutrientes.

En una reciente entrevista en el semanario Brecha, Aubriot dijo que las “contradicciones son las verdaderas presiones que tiene la cuenca”, algo que no ha cambiado con el tiempo, ya que se le “exige a la cuenca producir alimentos y ser destino de efluentes industriales, pero a la vez ser una procesadora de desechos de esa producción” y “a partir de ahí se le pide también que genere agua de buena calidad para poder potabilizar”. A su juicio, el uso para agua potable debe ser el prioritario.

“Tenemos toda la información”, dice Achkar. “Hay que ponerse las pilas como país. Y el plan para la cuenca del Santa Lucía tiene que pasar a una etapa de acciones más potentes y decididas, prácticamente no se ha hecho nada”. Luego matiza: “Se está avanzando sí, pero a paso de tortuga. Y eso afecta mucho”. Se trata de un plan que se comenzó a trabajar después del fuerte episodio de cianobacterias en 2013, con 10 medidas.

Pero no todo es negativo. Se han hecho cosas.

Un punto exitoso del plan para la cuenca fue la creación de áreas de amortiguación, es decir que los cultivos no lleguen a las orillas de los cursos del agua, “que se deje una franja vegetal que se encargue de la mejor forma posible de contener la erosión y el aporte de nutrientes, de tóxicos y de materia orgánica”, explica Aubriot. Esa área de amortiguación se está controlando y la idea es ampliarla.

Además, el sector industrial y el saneamiento han ido mejorando sus vertidos en la última década y media. “Ahora nos acercamos a un estándar más internacional de aportes de efluentes de las ciudades con tratamiento terciario”, dice Aubriot, “a eso se han sumado los frigoríficos y la industria láctea”.

En los últimos dos años la Intendencia de Canelones aplicó medidas en el marco del llamado Compromiso por el Agua, dice el director Mateos, que disparó acciones como la identificación de productores de la cuenca del Santa Lucía “afines a transformar su modelo productivo a uno sustentable erradicando prácticas que estaban contaminando el río”, se implementaron más controles y vigilancia de actividades en el río, al tiempo que se realizó una revisión de la normativa de las actividades extractivas, como las areneras. Esto último llevó la semana pasada a clausurar una arenera en la cuenca, denunciada por no tener los permisos correspondientes.

En lo que no se ha avanzado, eso sí, es en la fertilización del suelo porque los productores necesitan garantías de que tendrán rendimiento. “Hay un exceso de aplicación de fertilizantes por la siempre directa, se lo tira al voleo, y de ahí que tengamos niveles elevadísimos de nutrientes en la cuenca”, alerta Aubriot.

AGUAS CORRIENTES

El grave problema de los lodos contaminantes
Cuando en 1871 se inauguró Aguas Corrientes, el agua se tomaba en forma bruta, sin tratar. “Era el agua como salía del río y se mandaba a Montevideo”, dice el alcalde de Aguas Corrientes, Marcelo Delgado. Alrededor de la planta se formó un pueblo donde hoy viven 1.300 personas.

Un siglo y medio más tarde, en la localidad aguardan con expectativa la construcción de la nueva planta, “socialmente y económicamente es un plus pensando en la mano de obra”. Esta obra, dice el alcalde, “fortalece la mística de Aguas Corrientes, fue su razón de nacer”.

Pero la actual planta de tratamiento tiene un problema serio que nunca se ha solucionado: los lodos contaminantes. Es el vertido directo al río de los residuos que se generan tras la potabilización. Estos son lodos, un barro que contiene un concentrado de todos los metales pesados, bacterias y virus del río, más el agregado de sulfato de aluminio. “Hay un proyecto para tratar los lodos, pienso que se hará en una segunda etapa, una vez que esté la nueva planta y la represa”, opina el alcalde. La idea ya se mencionaba entre las medidas planteadas en 2013, con el plan de acción para la protección del agua en la cuenca.

La represa de Casupá
Se estima que la obra de la represa se iniciará en 2027 y durará tres años, según dijo el ministro Ortuño este viernes en el programa Mapa del Día de Azul FM. El llenado de la represa llevará entre seis meses y un año.

Lo cierto es que la ubicación de Casupá no es casual. Achkar dice que los estudios confirman que en esa zona está “la mejor calidad” de agua porque los usos son menos intensivos: “Territorios sanos producen agua de buena calidad”.

¿Y el impacto ambiental de la obra? El Ministerio de Ambiente pidió a OSE que actualice los estudios realizados al final del segundo gobierno de Tabaré Vázquez. Además, realizará estudios propios y encomendó a la Facultad de Ingeniería una investigación adicional.

Casupá nacerá “con todas las previsiones de última generación”, indicó el ministro, quien ha adelantado que alrededor de la represa se construirá un área protegida.

Pero claro, ya se sabe que se perderán muchas hectáreas de monte nativo.

Aubriot aclara que, por su disciplina, no es “pro represa” y que un embalse genera un “impacto ambiental irreversible y muy grande porque se inunda un arroyo, se cortan los flujos biológicos, se pierde la biodiversidad de los montes inundados”. Al crear el embalse, detalla, se genera una inundación donde la materia orgánica se descompone y hay un período inicial de muy mala calidad de agua con floración de cianobacterias que debe monitorearse pero con el tiempo eso “va decantando”.

En cuanto a la segunda planta de Aguas Corrientes, se sabe que se talará un monte y eso “sería un impacto muy grande” pero aún falta información, dice Aubriot.

Uno de los mecanismos que permitiría mitigar eventos como el fuerte episodio de cianobacterias de 2013 es mantener un flujo constante de agua en el Santa Lucía, lo que se conoce como “caudal ecológico”. En ese sentido, Achkar destaca el valor potencial de la represa: “No se trata solo de garantizar volumen para potabilizar, sino de asegurar que el agua circule, que no quede estancada. Un caudal mínimo permite arrastrar los nutrientes, evitar la formación de lodos tóxicos y mantener el equilibrio del ecosistema”.

Arturo Castagnino, gerente general de OSE en el período anterior y reconocido como el inventor de las Unidades Potabilizadoras de Agua (UPA), responde a El País desde Arequipa, Perú, donde ahora vive. Desde allí lanza una advertencia que va en sentido distinto a lo que dice Achkar: “Se olvidan olímpicamente que sin un caudal ecológico considerado y exigible, la calidad del agua del río Santa Lucía empeoraría varias veces la situación actual en cuanto a la concentración de materia orgánica natural, que es la precursora de la formación de los trihalometanos, que no están en el agua, se forman en las plantas de tratamiento”.

Desde el arroyo Casupá hasta Aguas Corrientes hay unos 130 kilómetros, recuerda Castagnino.

El exfuncionario prevé que con la formulación actual aumentará la concentración de materia orgánica natural, medida por un parámetro que es el carbono orgánico total, tanto en el Santa Lucía como en el agua de la represa de Casupá “y eso traerá aparejado una complicación en el tratamiento y un fracaso en el control de la formación de trihalometanos en la usina de Aguas Corrientes y en el sistema metropolitano”. Defensor del proyecto Arazatí, Castagnino dice que hoy la concentración de carbono orgánico total en las aguas de la cuenca es “más del doble o del triple que en las aguas del Río de la Plata”.

Pero ese proyecto quedó por el camino. Por ahora. Nunca se sabe qué puede pasar en cinco o diez años.

MEDIDAS
El exitoso caso de los tambos en la cuenca
En la cuenca del río Santa Lucía, como en toda la región lechera, las vacas son el corazón de una vida rural y social que sostiene a comunidades enteras. Por eso en esta zona clave para el abastecimiento de agua potable, los tambos operan bajo regulaciones ambientales estrictas. Según explica Álvaro Quintans, presidente de la Asociación Nacional de Productores de Leche, los establecimientos están obligados a tratar las aguas residuales que se generan en cada uno de los dos ordeñes diarios.

Pero la actividad lechera no se agota en la sala de ordeñe: también implica sembrar para producir forraje y pasturas y asegurar que las vacas tengan acceso al agua. Esa agua puede provenir de cursos naturales o artificiales, como tajamares. Lo ideal sería que los animales no llegaran a las zonas inundables pero, sobre todo en los años de sequía, muchas veces terminan entrando a los afluentes del Santa Lucía para calmar la sed. Allí dejan su bosta y con ella nutrientes que, combinados con los químicos usados en la siembra, pueden terminar arrastrados al río.

El principal residuo que se trata es la bosta que se genera mientras las vacas esperan en la sala de ordeñe. En función de la cantidad de animales, los controles son más rigurosos. Para manejar estos residuos, los establecimientos cuentan con piletas de tratamiento donde se depositan las aguas con materia orgánica. Luego, esa mezcla atraviesa un proceso de secado y la bosta se convierte en abono natural, utilizado en los predios productivos como fertilizante.

Quintans dice que existe un trabajo sostenido de los productores de esta zona desde hace varios años. Una de las exigencias clave para los tambos es que las instalaciones de tratamiento estén ubicadas en zonas no inundables, a una distancia prudencial del río. Esta medida busca evitar filtraciones o arrastres de residuos durante crecidas o lluvias intensas. Para Quintans, productor rural oriundo de Lavalleja, gracias a los años de trabajo los productores han podido cumplir con las medidas sin sacrificar producción.

El geógrafo Marcel Achkar, mientras, dice que la experiencia en la lechería demuestra que es posible mitigar impactos ambientales sin expropiar tierras y, en algunos casos, incluso mejorando la producción.

Diario EL PAIS -Montevideo - URUGUAY -  03 Agosto 2025