Minerales, renovables y poder: la nueva geopolítica de la energía
La transición energética no es simplemente un camino hacia la descarbonización. Es un proceso que redefine el poder, la dependencia, la autonomía y la competitividad.La transición energética global no es solo una revolución tecnológica ni una urgencia climática. Es, ante todo, un proceso geoeconómico profundo que está reconfigurando el poder mundial y las relaciones estratégicas.
En este nuevo escenario, China ha consolidado una posición dominante en las tecnologías clave de una economía baja en carbono, mientras Estados Unidos —tradicionalmente una potencia energética— enfrenta el desafío de redefinir su rol en un contexto en el que las renovables han dejado de ser una opción marginal para convertirse en la alternativa más competitiva.
China: dominio industrial y control estratégico de insumos
China lidera ampliamente la cadena global de suministro de tecnologías limpias. Actualmente, más del 80% de la capacidad mundial para fabricar paneles solares, baterías de ion-litio, turbinas eólicas y componentes para vehículos eléctricos se concentra en su territorio. Este posicionamiento es resultado de una política industrial sostenida durante más de dos décadas, basada en planificación estatal, incentivos financieros y una visión de largo plazo.
Pero su supremacía no se limita al ensamblaje final. También controla segmentos clave de las cadenas intermedias, como el procesamiento de minerales críticos. Según datos de la Agencia Internacional de Energía (IEA), China concentra más del 60% de la capacidad mundial de refinado de litio, más del 70% del cobalto y cerca del 90% de las tierras raras. Este control le permite influir decisivamente en la disponibilidad y en los precios de insumos esenciales para la transición energética global.
EE.UU.: del impulso de la inversión renovable al “drill baby drill”
Durante la administración anterior, Estados Unidos logró atraer buena parte del interés global en inversiones para tecnologías limpias. La Ley de Reducción de la Inflación (IRA), promulgada en 2022, representó uno de los paquetes más ambiciosos a nivel internacional para estimular el desarrollo de energías renovables, almacenamiento energético e hidrógeno verde, generando un efecto tractor sobre el capital privado y el ecosistema tecnológico.
No obstante, ese impulso ha comenzado a desacelerarse de forma gradual. El contexto político interno, junto con los cambios en las políticas de incentivos, el posicionamiento climático y las nuevas prioridades de la política energética, ha derivado en una reorientación hacia la expansión de la industria petrolera y del gas natural. Estados Unidos ha reforzado su papel como actor dominante en los mercados globales de hidrocarburos, especialmente a través del gas natural licuado (GNL), y ha utilizado su capacidad exportadora como herramienta de negociación en escenarios de alta tensión geopolítica.
Aun con ese retorno parcial al paradigma fósil, el país mantiene una base tecnológica e industrial robusta. Estados como California y Nueva York siguen liderando en el despliegue de energías renovables, mientras que empresas estadounidenses continúan ocupando posiciones destacadas en electromovilidad, redes inteligentes y soluciones de eficiencia energética. Sin embargo, la falta de una estrategia nacional sostenida limita el alcance estructural de estos avances.
Las renovables, líderes por méritos propios
Una de las transformaciones más significativas del último lustro es que las energías renovables ya no necesitan ser justificadas desde el argumento climático. Su adopción en los sistemas eléctricos responde, ante todo, a criterios de eficiencia económica.
Según el más reciente World Energy Outlook de la IEA, casi el 90% de toda la nueva capacidad eléctrica instalada en 2023 provino de fuentes renovables. Por su parte, IRENA (Agencia Internacional de Energías Renovables) ha documentado que el costo nivelado de generación (LCOE) de la energía solar fotovoltaica y la eólica se ha reducido en más del 80% en la última década, convirtiéndolas en las tecnologías de generación más económicas en la mayoría de los mercados del mundo.
Este cambio estructural ha hecho de las renovables una ventaja competitiva por derecho propio. Hoy, ningún país que busque atraer inversión, reducir costos energéticos o generar empleo puede ignorar este nuevo equilibrio.
Seguridad energética, bloques de poder y un mundo en tensión
La transición energética ha impulsado una reconfiguración de bloques de poder que va más allá del ámbito energético. Estados Unidos ha adoptado una estrategia firme, basada en el uso de aranceles, restricciones tecnológicas y políticas industriales como instrumentos de influencia geoeconómica. Esta postura ha provocado respuestas coordinadas por parte de otras potencias emergentes, como las alianzas dentro del grupo BRICS, que buscan contrarrestar la presión occidental mediante integración económica, cooperación energética y el impulso de nuevas arquitecturas financieras.
Simultáneamente, la creciente conflictividad bélica en diversas regiones del mundo —desde Europa del Este hasta Medio Oriente y el Mar de la China Meridional— ha vuelto a situar a la energía en el centro de las estrategias de seguridad nacional. La búsqueda de mayor autosuficiencia, diversificación de proveedores y resiliencia frente a shocks externos se ha transformado en una prioridad común, tanto para economías desarrolladas como emergentes.
La energía ha dejado, una vez más, de ser únicamente una variable económica o ambiental. Hoy es un activo estratégico, una herramienta de influencia y un factor determinante para la estabilidad de los sistemas internacionales.
La transición energética no es simplemente un camino hacia la descarbonización. Es un proceso que redefine el poder, la dependencia, la autonomía y la competitividad. Y en este nuevo tablero global, serán los países capaces de combinar visión estratégica, política industrial coherente y resiliencia geopolítica quienes marquen el ritmo de la economía del siglo XXI.
- Alfonso Blanco es Director del Programa de Transiciones Energéticas y Clima del Inter-American Dialogue, cofundador de Fundación Ivy, ex Director Ejecutivo de OLADE.