mujeres emprendedoreRECONVERSIÓN LABORAL
Mujeres desafían el desempleo, se agrupan y quieren robarle clientes a China

La crisis triplicó la cifra de mujeres en seguro de paro. En Inefop planifican mejorar su reconversión laboral. Las cooperativas son una opción, pero el desafío es ganar clientes en el sector privado.Son tiempos de revancha para Sylvia González. Cuando trabajaba como costurera en talleres textiles en Montevideo, hace ya mucho tiempo, fue testigo del auge y después la caída de la industria nacional.

Confeccionó prendas que se exportaban, “se trabajaba y se trabajaba”. Pero China sepultó decenas de fábricas. Las empresas que no cerraron empezaron a importar desde Asia. La confección uruguaya murió.

Ahora González tiene 51 años. Vive y cose en Paso de los Toros. Como todos los martes, acaba de terminar una reunión por zoom con otras 12 costureras dispersas entre Pueblo Centenario, Caraguatá y la ciudad de Tacuarembó. No se conocen, pero desde que empezó la pandemia trabajan juntas, cada una desde la casa con su máquina de coser. Son jefas de familia. Ninguna tiene estudios; toda la vida cambiaron cierres y acortaron pantalones para sobrevivir: algunas como un oficio, otras como una “changa”. Hoy, juntas, tienen “misión y visión”.

Antes de la pandemia, González confeccionaba equipos deportivos y uniformes para colegios de Tacuarembó. Cuando el país paró, su trabajo también. Una profesora —que integra la ONG Cardijn, cuyo objetivo es facilitar la inserción laboral de las personas en comunidades urbanas y rurales— recordó que González cosía y la llamó con una propuesta: había que hacer 6.000 tapabocas para una empresa forestal. De la misma manera la ONG convocó al resto.

En estos meses hicieron 10.000 tapabocas para UPM, empresas forestales, centros CAIF y colegios de la zona. Después les pidieron sobretúnicas y ahora están confeccionando chalecos reflectores. La demanda no cesa y el grupo cose, se encuentra por zoom, imagina un futuro pospandemia. Incluso se contactaron con los alcaldes de localidades linderas y uno de ellos ya les adelantó que la siguiente tanda de indumentaria para funcionarios municipales se las encargaría a ellas.

—Somos un grupo de mujeres del norte que quiere ganar su lugar en el mercado. Somos Costuras del Norte, ese es nuestro nombre. Tenemos que hacer valer eso para que las empresas que comprarían en China también lo hagan valer.

Más al norte aún, en la ciudad de Tacuarembó, Andrea Olivera reparte su tiempo entre el cuidado de sus hijas, la costura y las reuniones por zoom. Antes de la pandemia estudiaba corte y confección en la UTU, pero no pudo retomar las clases presenciales porque no tiene con quién dejar a las niñas, que no asisten regularmente a la escuela. Olivera va todos los martes y jueves al Centro de Competitividad Empresarial de Tacuarembó, donde le prestan una computadora con internet para encontrarse con sus socias.

Dice que ella sola no hubiera logrado nada. Cuenta que una de sus compañeras tiene una peluquería que acaba de reabrir en la ciudad. Su trabajo volvió; durante el día hace manos y pies, igual que antes del coronavirus. Pero el resto del tiempo cose. No quiere dejar Costuras del Norte.

—Ella le agarró cariño al grupo. Yo también. No nos conocemos entre todas, pero aprendimos a trabajar juntas.

Esta es una historia de éxito.

Y por eso es rara.

A las mujeres de sectores vulnerables les cuesta encontrar una salida en el laberinto del desempleo, y la crisis sanitaria les puso aún más trabas.

Las primeras en caer.
De acuerdo a un análisis del Banco de Previsión Social (BPS) al que accedió El País, si comparamos el número de beneficiarios del subsidio por desempleo registrado en agosto con respecto a la estadística de 2019, la cantidad de mujeres afectadas por la crisis sanitaria se multiplicó por tres. Ramón Ruiz, representante de los trabajadores en el BPS, agrega que entre ellas, las jóvenes son las más perjudicadas.

Además, si se toman las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), se constata que desde que llegó el coronavirus la brecha de la tasa de desempleo por género se fue ensanchando en detrimento de las mujeres. Si en marzo pasado este índice era 9,8% para ellos y 10,5% para ellas, en agosto pasó a ser 8,4% y 13,6%.

Esta es, en parte, una historia repetida. Federico Muttoni, director de la consultora Advice, lo explica así: “El que las mujeres jóvenes sean la población más golpeada por el desempleo es un problema histórico y mundial. Tiene que ver con cuestiones culturales, arraigadas desde hace muchos años.”

Advice ofrece servicios de selección de personal y a Muttoni le tocó seguir directivas de clientes que le pidieron que incluyera los dos géneros en las convocatorias, pero que para ciertos puestos fueran priorizados los hombres. “Hay un sesgo aún por más que no se diga”, sentencia.

Distintos estudios concluyen que la participación femenina en los altos cargos viene creciendo, pero el asunto se complejiza cuando se observa que para las mujeres de sectores vulnerables hay mayor inequidad en el acceso al empleo. “Está vinculado a su capacitación. El mayor problema surge porque se quedan al cuidado de los niños o de sus familiares y dejan los estudios”, apunta el experto.

Desde el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop), Pablo Puppo, su flamante director, coincide con eso: “Cuando uno piensa en los ni-ni capaz que visualiza a la barrita de jóvenes que está tomando cerveza en la esquina, pero el hecho es que los ni-ni en Uruguay son mujeres que se dedican al cuidado de la familia desde corta edad. Cuidan hermanos, abuelos enfermos y después a sus hijos. Se quedan completamente por fuera del sistema educativo y sin lazos para conseguir un trabajo”.

Cuando esta población llega a Inefop muchas veces arrastra este tipo de trayectoria. Incluso, algunas necesitan clases de lectoescritura porque tienen dificultades de comprensión. Cómo trabajar con ellas para insertarlas —o reinsertarlas, en el mejor de los casos— en el mercado laboral es una de las metas fundacionales de Inefop. El desafío que se propone esta dirección es lograr su reconversión en una mayor diversidad de rubros, apostando a una mejor calificación, lo que conlleva un sueldo más atractivo.

El asunto es que la pandemia cambió las reglas y generó un impacto diferencial negativo para las mujeres: ante la no presencialidad de las clases, debieron afrontar los cuidados de la familia en mayor proporción que los hombres y con menos ayuda que antes por parte de otros parientes.

Magdalena Furtado, representante de ONU Mujeres, señala que esto incide en el incremento del desempleo. “El trabajo se vuelve incompatible con las tareas de cuidados, las mujeres se ven obligadas a abandonarlo y pierden autonomía económica. Está pasando en países como Estados Unidos y Canadá, así que imaginate la repercusión acá”.En noviembre, ONU comenzará a implementar en comunión con distintos organismos públicos un programa que intentará hallar nuevas modalidades para compatibilizar cuidados y empleos de mujeres vulnerables.
La reconversión.
Romina Moreno tiene 20 años y lleva dos siendo una de las referentes de la cooperativa de trabajo Constructores Unidos, ubicada en Las Piedras. Su futuro iba a ser otro: había estudiado para ser educadora inicial, pero este proyecto cercano a su familia la hizo cambiar de rumbo. Entonces aprendió a realizar instalaciones eléctricas y diversas tareas de construcción, al igual que las otras siete mujeres —hasta hace poco desempleadas y sin formación— que conforman esta empresa de 24 socios.

El jueves pasado, bajo lluvia, una brigada femenina llevaba la energía eléctrica a los hogares de un asentamiento de Maldonado mientras ella, en la oficina, organizaba el cronograma para cumplir con el convenio que la cooperativa tiene con UTE, entre otros clientes. Para diversificar su oferta, la firma adquirió dos camiones y una retroexcavadora que lucen, triunfal, en la entrada.

—Al principio los hombres tenían temor de que nos lastimáramos haciendo estos trabajos, pero en menos de cuatro meses alcanzamos su nivel, o tal vez terminamos un poco más avanzadas. Pasamos de decir “no puedo” a ser nosotras las que atravesamos las paredes con una atornilladora -dice con orgullo.

Esta es una historia de reconversión.

Pero todavía no son muchas.

Las mujeres que realizan cursos en Inefop eligen sobre todo las categorías de administración y derecho, de salud y de servicios; mientras que el 70% de los hombres opta por las capacitaciones en industria y producción. “La elección tiene que ver con el nivel de escolarización y con el imaginario construido socialmente de cuáles son los ‘empleos femeninos’. También ocurre una réplica de las experiencias personales que las inclina a ir por las áreas tradicionales asociadas al género: peluquería, cocina, salud, ventas. Hay una alta demanda para capacitarse como auxiliares de servicio y en tisanería, porque también eligen el curso considerando cuáles sectores tienen una gran rotación de personal”, explica Jhonny Hernández, encargado de Gestión de proyectos del instituto.

Sin embargo, últimamente las cifras indican que hay una tendencia creciente de mujeres optando por cursos de industria y producción. En parte esto se explica porque allí se inscriben las capacitaciones vinculadas al procesamiento de alimentos, pero también por la inclusión femenina en oficios que antes les eran ajenos. Ya ha sucedido de empresas que solicitan la formación de mujeres para realizar tareas eléctricas porque consideran que tienen un “mejor nivel de detalle”.

Frente a este escenario, el propósito de la dirección es diversificar la elección de los cursos más tradicionales y poco calificados. Para eso segmentarán a la población femenina en grupos. Por un lado, mujeres entre 29 y 55 años desvinculadas del empleo formal; mujeres entre 18 y 29 años desempleadas y con hijos a cargo —las que a su vez tienen poca trayectoria laboral y educativa—; mujeres mayores de 40 desvinculadas del empleo formal y que no hayan recibido capacitaciones educativas en ningún ámbito. Finalmente, pretenden detectar a las que tienen potencial para emprender.

Con las poblaciones más vulnerables se prevé afianzar el modelo de capacitación que incluye “módulos satélites”, es decir técnicos en áreas sociales que las acompañan durante el curso y luego son su guía en el proceso de inserción laboral. “Se trata de entrenar las competencias transversales, del tipo trabajo en equipo, proactividad, manejo de la autoridad, de la empatía”, detalla Puppo.

Cuando se proyecta la inserción laboral, el ideal es salir de los rubros “conquistados” por mujeres —como los servicios de limpieza, cuidados y educación— y moverse hacia sectores en desarrollo, como el de tecnologías de la información. La industria del software nacional no deja de crecer y necesita urgentemente mano de obra, a la que le paga buenos salarios.
Aún son muy pocas las que se animan.

“Se difundió un informe que analizó a nivel mundial el impacto del COVID-19 en el empleo y concluye que la tasa de desempleo para aquellos trabajadores que tienen mayor formación con respecto a los que tienen menos, es de la mitad. Estar más formado en la mayoría de los mercados genera más trabajo. Parece algo evidente, pero en nuestro país tenemos el enorme problema de la deserción en la educación media”, lanza Muttoni.

Importa el rubro de la reconversión, pero también el cómo llevarla a cabo. Tras la crisis de 2002, nació la ley de cooperativas. Vigente desde 2008, la norma dota de beneficios a esta persona jurídica exonerándola del pago del IVA y de los aportes patronales, pero también le indica restricciones —al laudo de la actividad y distribución del excedente— y establece que el Estado podrá contratar a las que son de tipo social de forma directa, sin un proceso de licitación.

“Se toma a la cooperativa social como una herramienta de transición en la inserción de personas en situación de extrema vulnerabilidad en el mundo del trabajo y en la sociedad”, sostiene Florencia Faedo, directora de Cooperativas Sociales y Procesos Asociativos del Ministerio de Desarrollo Social (Mides).

Las que salen en libertad enfrentan más dificultades
Los obstáculos para acceder a un trabajo son mayores para mujeres que acaban de salir de prisión. La Dirección Nacional de Apoyo al Liberado (Dinali) —que está dentro de la órbita del Ministerio del Interior (MI)— brinda cursos mixtos de oficios para personas sin el liceo completo, que acaban de egresar e intentan reinsertarse en el mundo laboral. Los cursos son de herrería, panadería, multioficio y bartender.

Fuentes del MI comentan que la gran mayoría de mujeres privadas de libertad son jefas de hogar antes y después de pasar por la cárcel, y esto impacta de forma directa en la asistencia a estos cursos de oficios. Por eso, dicen desde el ministerio, se están diseñado proyectos para trabajar en el preegreso.

Por ejemplo, Dinali está por firmar un convenio con el Sindicato de la Aguja para brindar talleres de costura y demás oficios “que tengan que ver con la autorregulación”, señala una fuente del ministerio, para que conseguir trabajo no sea una odisea cuando vuelven al mundo laboral. Por otro lado, en San José se está implementando un programa en el que mujeres privadas de libertad gestionan un emprendimiento de elaboración de quesos dentro de la cárcel.

Boom de las cooperativas.
Del total de 473 constituidas, estima que unas 300 siguen activas. La mayoría están integradas por mujeres jefas de hogar y brindan servicios de limpieza, cuidados, gastronomía, jardinería y construcción. “La cooperativa implica un doble desafío para estas mujeres que en varios casos llevaban mucho tiempo desvinculadas del sistema educativo y del mercado laboral, porque tienen que aprender a gestionar una empresa, a tomar decisiones en grupo y a negociar. Eso genera que tengan que volver a educarse y a adquirir otras habilidades blandas: saber cómo hablar, cómo presentarse, cómo salir a buscar un cliente”, afirma Faedo.

El trabajo no llega solo.

Con él viene la autoestima y, en algunos casos —relata Faedo—, el proceso de generación de la cooperativa sirvió para romper con círculos de violencia y exclusión social.

Su principal cliente es el Estado a través de distintos convenios con organismos públicos, en los que el Instituto Nacional del Cooperativismo (Inacoop) actúa como intermediario, les brinda capacitaciones, las asesora y otorga créditos.

Por esta vía hay 286 personas agrupadas en distintas cooperativas que trabajan como cuidaparques para la Intendencia de Montevideo. La mitad son mujeres. Eliana Irigoyen es una de ellas. “La cooperativa Caminando nació en 2007 por necesidad de un grupo de mujeres desempleadas. Al principio el sueldo te daba para sobrevivir, pero de a poco, con la ayuda de la Federación de Cooperativas, logramos mejorarlo”, cuenta.

Otro ejemplo es el de la Cooperativa Social de Mujeres Unidas de Tacuarembó (Coosomut), que se creó en 2011 tras la culminación de un programa de barrido del Mides. “Éramos una cantidad de jefas de hogar que no conseguíamos trabajo. Nos reunimos 10 y conseguimos un convenio con Primaria encargándonos de la limpieza y la cocina de una escuela.

Después conseguimos un convenio con el Instituto del Niño y del Adolescente y pasamos a ser 14 socias. Ahora somos 30, tenemos seis empleadas y hacemos de todo: tenemos empresas privadas, universidades, laboratorios, cooperativas de vivienda, casas de familia; de todo”, enumera Raquel Núñez, su presidenta.Tienen contadora, abogada y administradora. Tienen —gracias al éxito de la empresa— una rotisería recientemente inaugurada.

—Funcionamos bien porque nuestro reglamento interno es muy firme. No se puede faltar sin aviso y siempre tenemos una suplente para cumplir con el cliente. Además, a la que no participa de las asambleas se les cobra una multa de una Unidad Reajustable.
En estos días de crisis, los currículums se acumulan en el despacho de Coosomut. La decisión es recibirlos y entrevistar a las interesadas porque el objetivo es seguir diversificándose.

—A veces tenemos que decir que no porque no damos abasto. Podríamos tener más empleadas, tener más trabajo, cuidándolo, porque esto que tenemos entre manos es una empresa nuestra y eso no hay que olvidarlo -afirma Núñez.

La ley de cooperativas estipula que el egreso del programa social implica un pasaje a la cooperativa de trabajo. El nuevo gobierno alertó que en los próximos meses, para renovar algunos convenios, este cambio debe concretarse.

El pasaje implica el fin de las exoneraciones fiscales y exige que, para perdurar, la organización sea sólida y haya una mirada puesta en la comercialización. Aquí hay una debilidad. “No creemos que sea un gran problema, aunque sí sentimos que nos falta el instrumento para saber cómo llegar a las licitaciones y buscar clientes del sector privado. No sabemos cómo presentarnos adecuadamente y negociar”, reconoce Irigoyen, de Caminando.

En este recorrido las acompañan los asesores de Inacoop y del Mides. Advierten que, en tiempos de crisis, deben estar atentos a que las cooperativas que sobreviven no se caigan. “Lo que pasa es que hasta ahora ha sido el Estado el que las contrata y conquistar al sector privado requiere distintos soportes”, plantea Natalia Machado, técnica supervisora del Mides.

Además, una vez que se levanten los subsidios de desempleo y la pandemia revele la magnitud de sus secuelas, es posible que la herramienta de las cooperativas —“los freelancers a la uruguaya”, como les llama Muttoni— tengan gran demanda.

Ya está pasando en el centro y norte del país, asegura Virginia Da Silva, referente de Inacoop para esta región. Ella es la que alienta vía zoom a las jefas de hogar que fundaron Costuras del Norte: “¿Por qué no mirar afuera de Tacuarembó?”, les sugiere.

Sylvia González es enfática cuando habla del presente y del futuro de la organización, que todavía está en etapa de precooperativa. No saben si van a ser un proyecto asociativo, una cooperativa completa o una cooperativa para comprar insumos; es lo que están definiendo junto con Da Silva. Están llegando a su identidad, dice González, pero Costuras del Norte “ya es un hecho”.

Confía en sus compañeras pese a que nunca estuvieron en un mismo lugar las 13 juntas. Es consciente del valor agregado de la producción nacional, y más aún si proviene de mujeres del interior. Lo dice con esas palabras: su propuesta, frente a las otras, tiene “valor agregado”.

Ese es el valor que la impulsa a proyectarse lejos: quiere competir con los textiles chinos. Quiere que las empresas instaladas en Uruguay la vean a ella y a sus compañeras y que las reconozcan por su trabajo. Ser una marca, un sello con identidad nacional. De hecho, en la última reunión estaban definiendo el logo con la ayuda de una diseñadora contratada por la Intendencia de Tacuarembó. Quieren tenerlo listo cuanto antes para animarse a conquistar el terreno del marketing y las redes sociales.

—Hoy en día te encontrás con la revancha de reflotar la industria uruguaya desde aquí, desde este lugarcito. Muchas de las chiquilinas que son costureras como yo, o que tenían su maquinita en la casa y hacían algún arreglo, se encuentran embarcadas hoy en este sueño. Queremos ser un nombre aquí dentro de Tacuarembó y salir afuera del departamento… ¿Y por qué no más afuera todavía?

Diario EL PAIS -Montevideo - URUGUAY - 25 Octubre 2020