botnia lanchaLas batallas perdidas de Masoller

Las exoneraciones a UPM, el agujero en las cuentas públicas y la cercanía del tiempo electoral
Masoller fue un terrateniente catalán que tuvo pulpería en un rincón ínfimo del norte uruguayo, donde un día de 1904 un tirador afortunado acabó con las revueltas contra el gobierno central.

Miguel Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Ahora otro Masoller, un doctor en Economía por la Universidad de California-Los Ángeles (UCLA), acaba de desmontar ante los vendavales que suelen condicionar a un gobierno central.

Andrés Masoller, de 53 años, renunció como jefe de la Asesoría Macroeconómica del Ministerio de Economía y Finanzas por creer que son excesivas las concesiones a la empresa finlandesa UPM para que instale una fábrica de celulosa sobre el río Negro. Él cree que tanto renunciamiento fiscal y garantías comprometen aun más las cuentas públicas, ya estiradas como cuerda de violín.

Masoller, cuya tesis de doctorado versó sobre “Problemas macroeconómicos de una economía pequeña y abierta: Uruguay 1974-1994”, en más de una ocasión renegó por el constante incremento del gasto: en salarios de funcionarios públicos, cuyo número creció 25% durante los gobiernos del Frente Amplio; en el sistema de seguridad social, cuya edad de retiro nadie se atreve a tocar por miedo a perder votos; en la solución propuesta para el problema de los “cincuentones”, que será cara; por las grandes pérdidas de ANCAP y otras empresas públicas; por la inversión en vías férreas y caminería para atraer a UPM, la única esperanza cierta para el deprimido centro del país.

Hay un serio problema de obesidad y las costuras revientan por todos lados. Entonces Masoller toma sus cosas y regresa a un rincón más tranquilo del Estado.

El ciclo frenteamplista logró equilibrio fiscal en 2007, una hazaña solo superada en 1992. Pero a partir de 2012 la tentación de gastar un poco más de lo disponible se tornó violenta. Ese año el déficit fue de 2,8% del producto bruto, bajó a 2,2% en 2013, subió a 3,4% en 2014, un año electoral, y luego siguió de largo: 3,6% en 2015 y 4% en 2016, el agujero más grande en 27 años.

Solo una parte del déficit se financió con emisión de dinero, por lo que la inflación se mantuvo un poco por debajo de 10%, una cifra alta en una comparativa internacional, salvo ante Argentina y Venezuela, claro está. La deuda pública, que había caído en picada desde 2003 hasta 2012, retomó la curva ascendente para pagar el presupuesto. Al fin de este año la deuda pública bruta, sin contar intereses, superará los US$ 36.000 millones. Ya se desembolsan cada año más de US$ 3.000 millones por servicios de deuda (intereses y amortizaciones), más que todo el presupuesto de la enseñanza pública.

El ministro Danilo Astori ha advertido sobre el riesgo que implica el déficit fiscal e incluso sobre concesiones excesivas a UPM. Astori impuso un ajuste o “consolidación” fiscal, como prefiere llamarlo, que incluye precios muy altos por combustibles y electricidad. Pero ha tenido poco éxito.

Ahora, cuando se avecina el tiempo de las candidaturas, la coalición de gobierno riñe y cruje. Nadie hace ajustes en tiempos electorales por lo que, previsiblemente, el déficit se mantendrá alto, pese a la reactivación de la economía, y la deuda seguirá creciendo.

En lugar de aumentar impuestos o reducir gastos para cerrar la brecha, el gobierno se endeuda. El dinero que toma mediante emisión de papeles se vende en plaza para obtener pesos. Esta gran oferta agregada de dólares hace bajar su cotización y se provoca lo que se denomina vulgarmente “atraso cambiario”. Los costos internos, desde insumos a salarios, medidos en dólares, se encarecen, lo que desestimula la producción y estimula las importaciones, favorecidas por el dólar “barato”.

Otras medidas de lucha contra la inflación, como sacar billetes nacionales de circulación con letras que pagan tasas de interés muy atractivas, hacen que las personas y los bancos se desprendan de dólares y se pasen a pesos, lo que también acelera la rueda.

En suma: el déficit fiscal indefectiblemente genera “atraso cambiario”.

Ese círculo vicioso, tantas veces repetido en Uruguay durante más de un siglo, a la corta o a la larga terminará en un sinceramiento del valor de la moneda nacional: una crisis, o un mayor ritmo devaluatorio, en coincidencia con un ajuste fiscal. ¿Cuándo y cómo? Es imprevisible, pues depende más de factores externos que internos, aunque difícilmente ocurra antes de las elecciones de 2019.

Diario EL OBSERVADOR - Montevideo - URUGUAY - 30 setiembre 2017