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Apicultor todo terreno: maneja 125 millones de abejas y exporta su miel

Carlos Pistón tiene colmenas en San José, Rivera y Rocha, posee su sala de extracción, exporta a diversos mercados y además fabrica insumos para otros apicultores.Lo que Carlos Pistón hace sería como lo de un productor ganadero “de ciclo completo”. Incluso más, porque es apicultor, pero además tiene su sala de procesamiento del producto, lo exporta a diversos mercados y por si eso fuese poco fabrica insumos apícolas para otros productores.

Es un todo terreno de la actividad apícola.

Como apicultor, el inicio de sus actividades fue en Puntas de Valdez, en San José. Hoy posee colmenas allí, donde está la base de su producción, pero el 60% de esas las mueve en cierto momento del año a lugares de Rivera. Además, tiene otras en Rocha.

Su sistema productivo tiene dos estrategias, un conjunto de colmenas fijas y otras en la modalidad de trashumancia, que consiste en ir trasladándolas hacia donde haya floración, de modo de facilitar la tarea de las abejas.

En total maneja 2.500 colmenas, que a razón de 50 mil abejas por cada una permiten decir que Carlos tiene un plantel productivo de 125 millones de abejas.

Sobre las características de sus mieles, cambian con base en el comportamiento del clima. No es lo mismo cuando hay déficit hídrico o si hay exceso de precipitaciones. Además, obviamente incide la ubicación de las colmenas.

Las mieles que se generan en Rocha son con base en flores de los montes nativos, también de flores de bañados, como la menta, y existe una gran variedad de fuentes de néctar. En San José, las abejas sobre todo trabajan en áreas con canola y leguminosas, como trébol blanco, lotus, trébol rojo y alfalfa. Y en Rivera la producción de las colmenas es 100% en montes con eucaliptus.

En la actividad, indicó Carlos, ha incidido en los últimos tiempos el cambio de la agricultura: “En muchos lugares hubo un impacto adverso en la riqueza floral por una apuesta al monocultivo, los apicultores nos tuvimos que reinventar y mover las colmenas fue algo fundamental”, remarcó.

La productividad varía cada año. Depende de diversos factores, por ejemplo de un adecuado recambio anual de reinas y de lo que se pueda invertir en otros manejos. También de la movilidad de las mismas, dado que llevarlas hacia las fuentes de néctar es positivo, en una técnica que el productor adoptó en 2003 y que no tan simple como solo trasladarlas, porque amerita hasta la selección del tipo de abejas que se adapte a ese movimiento.

En condiciones climáticas normales, cada año Carlos obtiene de 100 a 120 toneladas, algo más de 40 kilos por colmena, claramente arriba del promedio nacional.

Toda esa miel la exporta, en una gestión que desde 2015 realiza una empresa (Apisur) en la que tiene dos socios y que, además, canaliza exportaciones de mieles de otros productores.

Los destinos son variados, como países de la Unión Europea –Austria, Alemania, Polonia, España, Francia, Dinamarca e Italia, por ejemplo– y Estados Unidos. En menor medida, también se exporta a Israel y Arabia Saudita.

La miel, que se embarca en tambores de 300 kilos, es fraccionada en destino para la venta directa al consumidor o a otros mercados por parte de intermediarios. Ha sucedido que mieles exportadas a España terminan en góndolas de locales de venta en otros países de Europa o hasta en mercados mucho más lejanos, como Ecuador, por ejemplo.

El precio actual, en promedio, va de US$ 3.500 a US$ 3.700 por tonelada, lo que cubre los costos productivos y deja un margen de rentabilidad. No obstante eso no sucede siempre: los apicultores activos se suelen considerar unos sobrevivientes, tras haber superado varias crisis en las que el precio por la miel lejos estuvo de cubrir los costos.

Cuando hay un margen, como ahora, se aprovecha para hacer reinversiones estratégicas en el sistema productivo, contó.

Además de producir miel, procesarla en su sala de extracción en San José y exportarla, Carlos tiene otro vínculo con el sector. En 1995 conformó una fábrica de materiales apícolas (Fanamapi). Allí se elaboran múltiples materiales que los apicultores utilizan, como las estructuras para las colmenas, por ejemplo.

Solo el 5% permanece
Un dato que Carlos destacó es que de todos los que se inician en la apicultura apenas el 5% termina permaneciendo en el rubro.

“Es un rubro difícil, que tiene muchos altibajos en la rentabilidad y no todos pueden aguantar, somos tomadores de precios y lo que vale y hace funcionar todo es cuánto vale la miel en este momento”, explicó.

Admitió que, pese a que hay dificultades a ir superando, “es un buen rubro para comenzar porque podes hacerlo en tanto te seguís dedicando a otra cosa, podes arrancar con una baja inversión y luego si te va bien ir aumentando”.

Otra ventaja, señaló, es que se trabaja en contacto con la naturaleza, una realidad que incide para que el 70% de los apicultores a nivel global lo hagan como hobby y vivan de otra cosa.

“En esto sin dudas hay mucho de corazón para explicar por qué se sigue cuando hay una crisis de precios, o de otro tipo, porque estamos en una actividad que se hizo más exigente. Cuando arranqué no se hablaba de cambio climático, no se hablaba de una agricultura que te limita el acceso al néctar, no había exigencias que hoy los mercados ponen”, señaló.

Carlos admitió que en algún momento se le pasó por la cabeza cambiar de rubro, pensó en hacer ganadería o dedicarse al transporte, pero terminó quedándose con la abeja y apostó a una estrategia que, subrayó, le dio muy buenos resultados: “Mejorar yo, no esperar las cosas, ser cada vez más eficiente y buscarle la vuelta para que los números cierren”.

Por último, pidió para dejar en claro que el nivel de la apicultura uruguaya “es de los mejores en el mundo”; que la abeja “es un insecto fundamental en la vida del planeta, el sensor que tiene el ser humano, si hay una colonia de abejas con problemas es porque algo mal anda en el ambiente”; y que la miel “es el edulcorante natural de la humanidad, no hay otro alimento tan natural, tan rico, tan sano”.

Las primeras picaduras
Carlos es apicultor desde 1987. Recordó que era estudiante liceal, con 16 años, cuando por iniciativa de la cooperativa ACAC se promovió un curso de iniciación en la apicultura.

“Participé, a las primeras picaduras de abeja abandoné, pero insistieron en invitarme, volví y la apicultura terminó por atraparme totalmente”, contó.

Luego estudió ingeniería, pero por temas familiares y falta de recursos no pudo avanzar en la carrera.

Con la necesidad de ingresar al mercado laboral, con base en que siempre tuvo por idea ser un trabajador independiente y emprendedor, fue que se decidió aplicar esos conocimientos del curso, lo que terminó siendo clave para una actividad que continúa realizando ya con 48 años.

Carlos con su pareja –Fernanda (es docente)– llevan 22 años juntos y tienen dos hijos, Juan de 21 años que estudia agronomía y Mateo de 16 que está en cuarto de liceo.

Sobre si en esto de la apicultura tuvo un maestro, dijo que en realidad tuvo varios.

Destacó a Amparo Madrid, pero rápidamente dijo que aprendió y sigue aprendiendo de cada colega al que observa trabajar, hasta de los que están iniciándose.

“Si uno es observador, se aprende de todos, de sus errores y de sus aciertos”, concluyó este apicultor.

Diario EL OBSERVADOR -Montevideo - URUGUAY - 04 Julio 2022