Pastera UPM: la sinrazón y la tenacidad
Luis María Serroels (*)
Las decisiones de un país, aún siendo sagradas y soberanas no necesariamente resultan admisibles para países adyacentes en tanto resulten perjudicados a la luz de tratados suscriptos (y desde luego del sentido común). Por ello existen límites y condicionamientos legales garantizados por tribunales internacionales.
Si alguien instala bajo la libertad de trabajo e inversión una fábrica determinada que arroja a cielo abierto sus efluentes o lanza un humo insoportable y peligroso, no puede ampararse en ningún albedrío empresarial (citemos los estropicios ambientales generados por la multinacional minera Barrick Gold en cursos de agua sanjuaninos, imponiéndose la irracionalidad en forma del verde dólar por encima de la vida en todas sus manifestaciones). Proteger derechos colectivos vinculados con la salud y el bienestar social no es opcional. La clausura debe funcionar siempre como una Espada de Damocles y a esto ya lo están aprendiendo hasta los chicos de primer grado.
Si ante las advertencias basadas en legislaciones que custodian ese derecho a la salud, los contaminadores seriales hacen caso omiso y no acondicionan sus equipos ni garantizan el cuidado de la vida humana y animal, mal se puede argumentar que se podría perjudicar a una fuente laboral o poner en riesgo una industria. No está de más recordar al paso los daños que provocan las fumigaciones en el campo y cuyas nefastas consecuencias son conocidas.
El castigo que inmerecidamente sufren los habitantes de Fray Bentos (República Oriental del Uruguay), su cercana Gualeguaychú y una vasta región desde la instalación de la pastera de la empresa Botnia (hoy Papelera Orión UPM), es de una mayúscula verguenza y con un riesgo que amenaza ser vitalicio en tanto no actúan los que deberían actuar. Los mentores de esta radicación acarrean el peso de que la Corte Internacional de Justicia de La Haya determinara que su funcionamiento contaminaba el Río Uruguay.
La empecinada Asamblea Ambiental de Gualeguaychú, aferrada a la consigna Sí a la Vida y No a las papeleras, se las ingenió para repetir sus protestas anuales pese a las medidas de distanciamiento social preventivo y obligatorio dispuesto por un Decreto del gobierno argentino. El empleo de redes sociales fue la salida inteligente que permitió darle continuidad a la lucha. No es ocioso recordar que todo el daño ambiental generado por esta industria no se encapsula en la zona de la Ciudad de los Poetas, no hay un vallado, no existe un aparato que cuele la peligrosa materia trasladada por obra de desaprensivas conductas.
Hoy el mundo –y como es lógico nuestro país- está padeciendo el paso del virus denominado Covid-19, con la particularidad de que este despiadado enemigo es invisible. Pero aún así no se abandonan las esperanzas de que tarde o temprano –mediando la vía del distanciamiento social, cuarentenas, barbijos, medicación y eventual vacuna perseguida por incansables investigadores- el asesino serial se aleje tras haber generado tanto dolor y muerte. Proteger derechos colectivos vinculados con la salud y el bienestar social no es opcional.
Las viejas mangas de langosta –ahora con una preocupante reaparición pero con nuevos métodos de combate-, arribaban, hacían sus estragos con insaciable voracidad y tras poner sus huevos –que demandaban duras tareas de aniquilación- seguían en su viaje aterrador para los productores agrarios de otras latitudes (este columnista en su niñez presenció lo que ello significaba).
Los ciclones llegan, generan daños mayormente materiales, pasan y se van. Los huracanes de igual modo. Incluso el tremendamente devastador tsunami con su arremetida infernal, tiene un punto de acción y duración, pero cesa. Los volcanes lanzan sus efectos tremendos pero se calman. Las inundaciones por desbordes de cursos de agua o grandes lluvias y ciertas epidemias no mortales que no pierden su condición de calamidades también culminan sus ataques y abandonan su permanencia.
Pero la acción voluntaria, premeditada y nada inocente de generar altos grados de contaminación y que terminan recibiendo el reproche del organismo específico, resulta a todas luces descalificadora. El perjuicio causado por el hombre contra el hombre es producto de la sinrazón.
Más aún si se sabe que seis años después del informe nada se había hecho para corregir lo recomendado tras un monitoreo conjunto de ambos países.
El minucioso y técnicamente irreprochable informe final surgido de Holanda no es agradable para los dueños de la planta (a la que sucederá otra en territorio charrúa) ¿Qué estándares de defensa del medio ambiente aceptables rigen hoy para preservar el equilibrio ambiental? El más depredador del planeta siempre ha sido el hombre, con el irracional componente suicida que ello implica. Quienes desde la otra margen del río nos atacan por nuestras notas, olvidan que el peligro comprende a los habitantes de ambas naciones.
Las legítimas decisiones de una Nación tienen sus parapetos legales. Cuando inciden negativamente en sus vecinos, más aún junto a un río internacional compartido, no existe ningún elemento atenuante. No es parcialmente contaminante: es o no es. Una mujer no está algo embarazada: está o no está. Una fábrica no tiene máquinas algo aturdidoras: son o no son aturdidoras.
La contaminación ambiental de UPM no se aleja como los mencionados fenómenos citados. Se queda y bien cómoda. De allí que la protesta incansable, perseverante e incontrovertible de la Asamblea Ambiental de Gualeguaychú está harto legitimada.
Entre las incomprensibles costumbres del hombre está el manoseo de las leyes escritas y las naturales. Cuando se trata de resguardar la existencia humana, no hay argumento capaz de destruir semejante precepto.
Obra en nuestro poder un documento de 2010 donde se señala que “Uruguay violó el Estatuto del Río Uruguay de 1975” y jueces de la propia Corte Internacional de Justicia en su fallo niegan que Uruguay “no tenía impedimento para avanzar con las obras del proyecto después del período de negociación de 120 días que establece el Estatuto”.
El 16 abril de 2015 nuestro Senado Nacional declaró de interés la marcha de los asambleístas al puente internacional General San Martín. Pero ya en mayo de 2010, un Sergio Urribarri con ínfulas de gran estadista, le solicitó a la Asamblea Ambiental que levante el bloqueo en la ruta internacional 136 aduciendo que “ello se les podría volver en contra de la lucha que están llevando a cabo”, comprometiéndose a la vez a “apoyar otros métodos pacíficos (…) que no perjudiquen a terceros”. Se trata del mismo Urribarri que hoy enfrenta numerosas causas por corrupción en los tribunales de Paraná.
El 12 de junio de 2010, escribíamos en ANÁLISIS que el Poder Ejecutivo Nacional de entonces preparaba una querella civil y penal contra los asambleístas de Gualeguaychú imputándoles una decena de delitos. Curiosa decisión porque las conductas que se reprochaban venían contando desde 2006 con la anuencia de dichas autoridades. Y el propio Aníbal Fernández quedó atrapado en un video donde aparecía justificando la estrategia de la Asamblea.
En su libro Daños Colaterales, la periodista y escritora Verónica Toller se refiere a la indeclinable lucha ambientalista, en tanto su prologuista, el Rabino Sergio Bergman, describe su texto como “el relato de una gesta cívica llevada a cabo por quienes dijeron ‘No a las papeleras’ y afirmaron por resistencia cívica los valores de consagrar la vida tanto de los seres humanos como de nuestra bendita tierra”.
Con Cristina Fernández entonces en la cima del gobierno y en una decisión nada inocente, se cambió el frente del conflicto trasladándolo a Arroyo Verde. Tabaré Vásquez militarizó la zona y sus servicios de inteligencia e información se dedicaron a espiar los movimientos y comunicaciones de los asambleístas.
La porfiada lucha de los hombres y mujeres de Gualeguaychú, acompañados por jóvenes y niños pero también habitantes de zonas cercanas que ven con claridad la gravedad de la situación, sigue siendo un ejemplo de tenacidad y compromiso para con la preservación ambiental.
Bien vale dedicarles esta reflexión: “Hay quienes luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.