Amenaza amazónica
La extrema complejidad característica de los sistemas ecológicos constituye una dificultad adicional para la comprensión de su estructura y funcionamiento.
Dicho de otra forma, nos complica enormemente su análisis, su comprensión y, por lo tanto, su correcta gestión.
Por esa razón se nos hace harto difícil comprender la gravedad que significa el imparable proceso de deforestación que padece la mayor selva tropical del planeta.
Por lo visto demasiadas personas con poder de decisión siguen varadas en ideas propias del siglo XIX, como “domesticar la naturaleza”, “explotar los recursos naturales al máximo” o “los recursos del planeta son casi infinitos”.
La realidad es contundente, tanto que se puede afirmar que la destrucción de la selva amazónica en proceso, podría catalogarse como un delito de lesa humanidad, porque supone un ataque grave a la vida de millones de seres humanos.
La amazonia es mucho más que un simple bosque tropical extendido por ocho países de Sudamérica. Constituye un sistema vivo, un entramado de alta complejidad entre elementos inertes y biológicos, formado a lo largo de los últimos 50 millones de años.
La disponibilidad tecnológica actual y la ambición humana tienen la capacidad de alterar y destruir ese bioma en muy poco tiempo. Lo estamos viendo con demasiada claridad.
El riesgo mayor para los seres humanos tiene que ver con el agua.
El ciclo hidrológico de la gran cuenca es responsable de que en esa gran región del continente sudamericano resida cerca del 20% de la reserva de agua dulce del planeta.
Pero es un sistema complejo, gigantesco y a la vez frágil, que involucra la evaporación del océano Atlántico, la acción de los vientos alisios conduciendo esa humedad hacia el continente, el incesante intercambio de agua entre la masa boscosa y la atmósfera, el transporte de los vientos hacia la cordillera de los Andes y hacia el sur, alimentando también otras cuencas como la del Plata.
Por lo tanto, la selva amazónica es la principal responsable del movimiento de humedad del aire en casi todo el continente -por eso algunos científicos hablan de “ríos aéreos”. Son los árboles los responsables de que el vapor de agua se condense y precipite en forma de lluvia a lo largo y ancho de la selva, a través de la emisión de sustancias volátiles responsables del fenómeno.
No se exagera cuando se señala que la parte meridional de Sudamérica no es una zona desértica gracias a la acción de la gran selva tropical lluviosa.
Como si ello fuera poco, en la región amazónica y los océanos cercanos al continente no se crean las condiciones para la formación de huracanes y otros fenómenos meteorológicos extremos, porque la dinámica de la selva distribuye y disipa la energía de los vientos.
Como vemos la conservación de la amazonia es una prioridad absoluta si anteponemos el bienestar y la supervivencia de cientos de millones de personas.
Y deben tomarse medida extremas de inmediato porque el daño que ya se le ha infligido es enorme. En Brasil -que posee el 78% de la selva amazónica- probablemente ya se destruyó el 30% de ella.