Alberto Rodriguez forestal chilenoEvolución en el origen

En 1993, Alberto Rodríguez estaba orgulloso de los primeros eucaliptos que plantó. A los ocho meses los árboles le llegaban a la cintura, cuando hasta ese momento en el Este normalmente medían unos cuarenta centímetros. Hoy, a esa misma edad, sus eucaliptos andan por los dos metros. ¿Qué tanto ha cambiado la silvicultura desde que se impulsó el sector forestal en 1987? Rodríguez lo revela.

Por María José Fermi    
–¿Estaba ya en el sector cuando se promulgó la Ley Forestal en 1987?

–Aún no; estudiaba en Sídney un posgrado en temas vinculados a la lana y las ovejas. Yo soy ingeniero agrícola ganadero, totalmente de otra línea. Siempre me interesó el sector forestal, recuerdo que en 1985 quise promover entre el personal del SUL un proyecto forestal en la zona de Migues, departamento de Canelones, y me trataron de loco. Con la aprobación de la ley, que era muy buena, había una oportunidad de invertir en una actividad prácticamente nueva para el país. Desde 1989 administraba el campo de un amigo chileno que invirtió en Uruguay en el sector ganadero [Rodríguez es chileno pero vive en Uruguay desde hace 54 años] y fui tratando de convencerlo de que era una buena opción invertir en la forestación. En 1992 compré con un amigo un campo para forestar en la zona de Villa Serrana y enseguida mis amigos chilenos comprendieron las bondades de la ley y compramos sus primeros campos en el departamento de Lavalleja: 2.500 hectáreas en Barriga Negra y, un poco más al norte, 1.800 hectáreas en Pirarajá. Así nacimos.

–¿Cómo eran esos primeros días en cuanto a la silvicultura?

–Había muy pocos viveros en nuestra región y eran bastante malos: las plantas estaban en bolsitas de plástico. Además, las labores silviculturales que se aplicaban en el Este eran muy malas para lograr un buen crecimiento de cualquier planta. Como yo no entendía nada de eucaliptos, contraté para mi proyecto a un amigo y colega uruguayo, Gonzalo Caldevilla, un gran técnico que lamentablemente falleció joven. Fue con él que di mis primeros pasos. En 1993 plantamos 300 hectáreas en un campo y 200 en el otro. Contratamos a unos especialistas chilenos que nos traspasaron el paquete tecnológico a aplicar, que fuimos ajustando con el paso de los años. La tecnología que se usaba en el Este era muy rudimentaria, muy mala. El clima y los suelos son tan bondadosos en Uruguay, que el eucalipto igual crecía. El primer año nos fue muy mal con los viveros y eso nos obligó a hacer un vivero propio, importamos bandejas y comenzamos a producir nuestras propias plantas. Los contratistas no estaban desarrollados como ahora, lo que nos obligó a hacer muchas cosas nosotros.

–La preparación de suelos, ¿era más elemental?

–Muy básica en el Este del país. En nuestra actividad ganadera siempre tuvimos la actitud de hacer las cosas nosotros mismos, así que casi todos los servicios de laboreo en el campo los hicimos nosotros; salvo un Caterpillar D8 viejísimo de una persona que trabajaba en Lavalleja, cuando creo que nadie subsolaba así en Uruguay. Decían que éramos unos locos, que gastábamos mucha plata, pero entiendo que muchos suelos lo necesitan. Empezamos a laborear los suelos, teníamos los plantines que empezamos a producir, introdujimos el control de maleza como concepto y buenas fertilizaciones de suelo. No se disponía de estos fertilizantes en Uruguay. Le pedíamos a Isusa [industria química especializada en el agro] que le pusiera ciertos microelementos a una fórmula base que ellos tenían; la llamaban “la fórmula de los chilenos” [risas]. Era mucho prueba y error. La primera plantación que hicimos fue compleja, empezamos a plantar en setiembre y terminamos en diciembre, muy tarde. Hoy no se me ocurre plantar después del 20 de octubre porque empieza el calor, y puede no llover con las plantas muy chicas.

–Ahora se tiene el know how.

–Efectivamente. Tuvimos suerte porque en 1993 llovió bastante, por lo tanto plantar tarde no fue tan grave. Recuerdo perfectamente que en julio de 1994 me saqué unas fotos en un campo, orgulloso porque el árbol me llegaba al cinturón. Los arbolitos que plantaban en esta zona, entre malezas y un suelo muy mal preparado, a los ocho meses eran de este tamaño [hace un gesto de unos cuarenta centímetros con las manos]. Pero nosotros habíamos laboreado mucho el suelo, arábamos, subsolábamos, aplicábamos herbicidas y los árboles crecían. ¡Cómo ha cambiado todo! Ahora a los ocho meses tienen metro ochenta, dos metros [risas].

–¿Cómo era el proceso de plantación por aquellos años?

–La primera plantación la hicimos a mano. No teníamos gente para plantar y tuve que salir a buscar. Contraté una empresa de Tala para Barriga Negra y a Caldevilla en Pirarajá, que plantaba con máquinas que creo eran de origen finlandés. Mis amigos chilenos copiaron esto y lo mejoraron. Se les agregó la posibilidad de plantar y fertilizar en una sola operación. Al año siguiente empezamos a plantar mecanizado porque era mucho más eficiente. Una persona plantaba a mano de 800 a 1.200 plantas por día, con la máquina cada persona plantaba 2.500 o 3.000. Hoy, sin embargo, hemos vuelto a lo manual pues estamos replantando bosques y estamos obligados a hacerlo a mano por la cantidad de restos que quedan. Pero contamos con buenos prestadores de servicios.

“Había campos que para la ganadería eran malísimos y los tocó la varita mágica de la Ley Forestal. Esto los privilegió y pasaron de ser muy malos ganaderos a muy buenos forestales”

–¿Cuánto ha cambiado el diseño de la plantación teniendo en cuenta la regulación?

–Nosotros hacíamos cortafuegos porque ya existía la Ley Forestal y los proyectos debían respetar distancias con respecto a los alambrados perimetrales, los vecinos y los caminos. Más tarde se reglamentó el tamaño de los rodales, las distancias al bosque nativo así como a los cursos de agua. Al principio, esto último no era tan claro como hoy. No nos alejábamos 20 metros realmente; plantábamos hasta donde el tractor daba la vuelta. En esos años, la distancia era lo que la maquinaria te permitía porque como comprador de tierra plantabas todo lo que podías. Igualmente, al no tener experiencia forestal no nos dábamos cuenta de que había lugares en los que no debimos haber plantado nunca porque los árboles no crecían bien y no rendían. Ahora estamos plantando mucho menos que antes; la tierra cambió radicalmente de valor. Por el primer campo que compramos pagamos 305 dólares por hectárea; hoy vale entre 2.500 y 3.500 dólares. Muchos que invirtieron conmigo, cuando la tierra llegó a 1.000 o 1.300 dólares dijeron “vendemos”. Qué lástima.

“Siempre me interesó el sector forestal, recuerdo que en 1985 quise promover entre el personal del SUL un proyecto forestal en el departamento de Canelones y me trataron de loco”

–La regulación también evolucionó.

–En esa época presentábamos los proyectos a la Dirección General Forestal [del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca] para su aprobación, era muy simple. Ahora ha cambiado  radicalmente. El sector forestal es por lejos el más regulado en Uruguay. Estamos sufriendo mucha discrecionalidad en temas de medioambiente. Esto es lo peor que le puede pasar a cualquier sector en desarrollo, pues el que va a invertir no tiene un marco regulatorio claro. Estoy de acuerdo en que se debe proteger el medioambiente, pero lo importante para un inversor es tener claro qué es lo que se puede hacer y qué no se puede hacer. Con eso definido, cada uno resuelve el camino a seguir. El mayor daño a cualquier sector en desarrollo es dejar cosas libradas a la discrecionalidad del técnico o ministro de turno.

–Los hongos son una gran amenaza para el sector. ¿Cómo ha sido batallar contra ellos?

–Terrible. Nosotros plantamos Eucalyptus globulus, y en 1994 un chileno que fue a ver nuestros bosques me dijo: “Tenés mycosphaerella. Tené cuidado porque eso hizo que Nueva Zelanda dejara de plantar globulus”. Me asusté. Había mycosphaerella, aunque las especies que había no provocaban un daño mayor. En 2007 entró otra mycosphaerella, hoy llamada Teratosphaeria nubilosa, que fue dramática. Este hongo afectaba mucho la hoja juvenil, y el árbol en sus edades tempranas llega a perder prácticamente todas sus hojas. Esto ha sido muy malo para nosotros, hizo un daño grande a la producción de globulus. Se puede controlar, pero ahora estamos con una nueva estrategia: estamos plantando una nueva especie, Eucalyptus smithii. Es tan buena o mejor que el globulus, crece y se adapta muy bien al país pues proviene de latitudes similares a las de Uruguay. Con las enfermedades y plagas no se sabe qué puede venir, pero consideramos que estamos por buen camino.

“No se disponía de fertilizantes específicos en Uruguay. Le pedíamos a una empresa que los vendía que le pusiera ciertos microelementos a una fórmula base que ellos tenían, la llamaban ‘la fórmula de los chilenos’”

–Con riesgos desde diversos flancos, ¿qué tan difícil es proyectar especies o negocios en un sector que maneja plazos tan largos?

–Es complicado e importante. La clave es conocer qué requiere la industria. Acá en Uruguay se plantó mucho Eucalyptus maidenii. Se trajo porque se decía que era similar al globulus y que iba a tener el mismo valor. En los negocios que hacíamos con Suecia, al principio nos aceptaban 45% de maidenii y el resto globulus, después 30% de maidenii, luego 15% y, al final, nada. En Portugal no lo vendemos. Es muy delicado porque si como productor creíste que esa era la especie que tenías que plantar, ya estás jugado. Hay especies que solo va a comprar la industria nacional, porque no son competitivas en el exterior. Es bastante riesgoso y hay que estar bien asesorado para no cometer errores al comenzar un proyecto nuevo. Comenzamos a plantar smithii con cierta confianza diría hace dos años, pero no es que en 2015 me haya decidido por esta especie. Arranqué buscando información en 2005 y me llevó unos 10 años decir “creo que estamos por el camino correcto, me la juego”.

–Quienes también se la jugaron fueron aquellos que arrancaron plantando en los ochenta. ¿Cómo eran percibidos?

–Aunque aún no estaba en el sector, recuerdo algo que representa el momento. Yo me recibí en Uruguay en la Facultad de Agronomía en 1974 y en el primer año de mi generación éramos 400 alumnos. Recuerdo que en cuarto año, cuando había que optar entre las especialidades, Gonzalo Caldevilla y su hermano Gabriel trataban de convencernos a los compañeros de generación para que siguiéramos la especialidad forestal porque precisaban al menos cinco alumnos para abrir el curso. No los conseguían. En esa época los ingenieros forestales prácticamente no existían.

–La ley de 1987 declaró los suelos de prioridad forestal. Mejor eficiencia de uso.

–Había campos que para la ganadería eran malísimos y los tocó la varita mágica de la Ley Forestal. Esto los privilegió y pasaron de ser muy malos ganaderos a muy buenos forestales. La gente a veces no sabe que la forestación está desplazando a la ganadería, pero en los lugares marginales, donde el productor ganadero tiene resultados muy pobres. No estás sacando suelos agrícolas, no estás compitiendo por los mejores recursos. Por el contrario, creo que hay un mejor uso del suelo.

“Estamos sufriendo mucha discrecionalidad en temas de medioambiente. Esto es lo peor que le puede pasar a cualquier sector en desarrollo, pues el que va a invertir no tiene un marco regulatorio claro”

–Desde la silvicultura, ¿qué desafíos considera que existen a futuro?

–Lograr tener especies que se adapten a los sitios donde uno planta. La transición a que el smithii se establezca toma tiempo, pasarán unos diez años para que cambie. También lograr mejoras genéticas, nosotros por nuestro tamaño lamentablemente no tenemos la escala para poder invertir en planes de mejoramiento. Otro gran reto es que siempre haya industria que consuma. Hay muchos bosques plantados, por ejemplo en Treinta y Tres, los pioneros, que ya están llegando a la cosecha tienen a la industria muy lejos geográficamente. Lamentablemente siempre se tiene que generar primero el recurso para que llegue quién lo va a industrializar. A veces, el resultado es malo para quien plantó primero. Los pioneros siempre corren el riesgo.

Revista Forestal .  Montevideo  -  URUGUAY -  15 enero 2018