cascarilla de sojaEn el Conicet Rosario encontraron un nuevo uso para la soja

En este instituto trabajan desde 2017 en un proyecto para la utilización de la cascarilla de la soja. Una parte de la oleaginosa más famosa que se desperdicia en la elaboración de biodiesel. Esta parte del grano, según estudiaron los científicos, puede producir papel y además sirve para usar sus enzimas, que tienen un uso comercial.

Por Hernán Alvarez
“Acá se desperdicia muchísimo”, dice a Mirador Provincial Guillermo Picó, director del Instituto de Procesos Biotecnológicos y Químicos (Iprobyq) en Rosario. Se refiere a la inutilización de los residuos biológicos que se producen en Argentina. Picó y un grupo de científicos de este ente que pertenece al Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) trabajan en proyectos para el aprovechamiento de los desperdicios.

 

Dentro de esta línea de investigación está una muy santafesina. Es la que se refiere al uso de la cascarilla de la soja (es archisabido que es el cultivo predominante en el sur provincial) para dos fines: para hacer celulosa, materia prima del papel, y para usar sus enzimas. Con la primera utilización se evitaría la tala de árboles para la producción de la materia prima de la industria editorial. En tanto, con la segunda se aprovecharían estas sustancias que incrementan la velocidad de una reacción química. “Las enzimas se usan en la industria y valen muchísimo dinero. Generalmente el país no lo produce, lo importa”, comenta Picó.

Este proyecto cumple entonces con la función de proteger al medio ambiente, generar una producción innovadora y aprovechar una sustancia que en la actualidad se trae desde el extranjero. “Acá lo novedoso es el desarrollo de nuevos caminos que sean amigables con el medioambiente para recuperar estas moléculas importantes. Y que sean económicos”, remarca el hombre del Conicet. En Brasil, esta parte de la oleaginosa se emplea para esto, pero con un método contaminante.

Con el apoyo de los ministerios de Ciencia de la Provincia y de la Nación este trabajo comenzó hace un año y medio y tiene una duración total de cuatro o cinco. La primera etapa, ya terminada, consistió en desarrollar el apartado de la celulosa. La segunda está dedicada a la cuestión enzimática. La encargada de este proyecto es la bioquímica Paola Camiscia, que hace su doctorado sobre esta investigación. También participan Nadia Woitovich Valetti, David Giordano, Emilia Brassesco y Bárbara Bosio. Camiscia afirma: “Por mi inclinación a cuidar el medioambiente, por tratar de hacer todo lo mejor posible para recuperarlo, me interesó mucho este tema”.

“Prácticamente un 70 por ciento de la soja va a los molinos que están generalmente en la zona de San Lorenzo y Puerto San Martín, que lo usan para extraer el aceite que después va a ser biodiesel. Como paso previo al tratamiento del grano, hay que romper el grano. Es como una pelusita muy similar a la cáscara de un huevo, pero pequeñito. Esa cascarilla no tiene mucho uso”, explica Guillermo.

Por otro lado, generar celulosa desde la soja cuesta una tercera parte de lo que sale a partir de madera, según comenta Guillermo Picó. “Y es mucho menos contaminante”, agrega.

Del laboratorio a la fábrica
Una vez que esta investigación concluya en sus dos fases será hora de producirlo en mayor cantidad. “Esto está hecho a nivel de laboratorio. Todo se hace al principio a nivel de laboratorio. Es lo que se llama ciencia básica. El segundo paso, cómo llevarlo a la práctica, sería lo que se llama escalado. Ahí generalmente intervenimos nosotros, pero intervienen otro tipo de especialistas. Como por ejemplo, ingenieros para hacer cálculos bastante grandes de trabajar con cantidades enormes de sistema. Estamos hablando de cientos de toneladas”, asegura Picó. “Los biotecnólogos más los ingenieros son los que llevan a cabo el desarrollo de este proyecto a nivel de escalado, pero ya en una planta”, consigna el bioquímico. El grupo del Iprobyq trabaja también en el aprovechamiento de residuos de otros productos vegetales. Como el caso de viñedos ubicados en Victoria (Entre Ríos).

Falta de apoyo a la ciencia básica
Guillermo Picó habla también sobre la importancia de su materia de estudio: “Nosotros hacemos ciencia básica. La ciencia básica per se, aislada no sirve para nada, pero la ciencia básica con el correr de los años se pasa a ciencia aplicada. Alguien, en un año, dos o tres va a tomar esto. De ahí va a desarrollar algo a nivel de escalado. Si no hay ciencia básica no vamos a poder resolver los problemas que tenemos porque todo después hay que llevarlo a la fábrica. Si no tenemos científicos básicos, nos cortaron las piernas”.

El director del Iprobyq afirma además: “La política no se apoya en la ciencia básica. Se habla mucho de la ciencia aplicada, pero es una cosa que va años atrás. Va a la cola. Si no hay científicos básicos, no hay ciencia aplicada y no hay solución a ningún tipo de problema local o nacional”.

ROSARIO net - ARGENTINA - 26 setiembre 2018